Playa de Suances (Cantabria) |
Al día siguiente de nuestra visita a Puente Viesgo, en el valle del Pas (Cantabria), en donde Mari, nuestras tres hijas y yo, pudimos contemplar emocionados la importante gruta del Castillo, con pinturas rupestres de hace quince o veinte mil años, decidimos irnos a la playa. (Como esto que les cuento era por agosto, ya llevábamos tres meses disfrutando todos los fines de semana de las estupendas playas alicantinas; no obstante iba a ser la primera vez que nos bañaríamos en una playa cántabra, en Suances).
Suances es una población marinera a pocos kilómetros de Santillana del Mar, donde estábamos acampados. (De Santillana dicen que es el pueblo de las tres mentiras, “pues ni es santa, ni llana ni tiene mar”. Aunque yo creo que también miente quien con ligereza desmiente, ya que algo de santa tendrá esta preciosa villa medieval por su magnífica colegiata de Santa Juliana, joya del románico; también algo de llana, pues aunque asentada en suaves colinas, se halla enclavada en la misma planicie de Torrelavega y Puente San Miguel, surcada por el río Saja; y finalmente, su término municipal sí que tiene mar, aunque no playas tan espléndidas como la vecina localidad de Suances).
Cuando llegamos había mercadillo en el casco antiguo del pueblo, el cual está en un promontorio dominando la desembocadura de la Ría de San Martín de la Arena, adonde van a morir las aguas del Saja y en donde se resguarda un pequeño puerto pesquero, al que iríamos después a comer una típica sardinada. A las chicas les atraía por igual, bajar a la playa que recorrer los puestos, de modo que dimos una tournée y Mari les compró chucherías, recuerdos o alguna prenda de vestir que a ellas les hacía ilusión. Y después descendimos hasta el mar por una avenida curveante flanqueada de hoteles y apartamentos. (Hoy en día, con la flamante autovía de Palencia a Santander, uno de cuyos viaductos lleva el nombre de Cieza porque cruzando sobre éste y mirando abajo se ve el municipio homónimo al nuestro, la de Suances se puede decir que es la playa de los palentinos).
Mas primero, por el gusto de contemplar el fantástico paisaje de la costa cántabra, llegamos hasta el faro a través de la carretera del cabo, promontorio del terreno (ahora todo urbanizado) con acantilados a ambos lados, que se adentra en el mar y que separa la Ensenada de la Concha de la Playa de los Locos, donde los aficionados al surf gozan como enanos de las fieras olas con sus tablas.
Aquella mañana había bajamar y las aguas se habían retirado como cuando Moisés acaudilló al pueblo hebreo a través del Mar Rojo. Las muchachas acostumbradas a bañarse en las playas alicantinas, que siempre están igual (de hecho el “nivel del mar” para marcar la altitud en los mapas españoles, se toma en Alicante), les pareció una odisea el caminar desde el punto donde habíamos puesto las toallas hasta la orilla del agua. En el Mar Cantábrico las mareas son espectaculares y la diferencia entre la pleamar y la bajamar puede significar cientos de metros de fondo marino al descubierto, donde la gente busca almejas, cangrejos y no sé qué bichos más. (Ya saben ustedes que las mareas las origina la Luna: cuando ésta “tira” de la superficie de los océanos hacia arriba, en las costas el agua se va hacia adentro; y cuando cede la atracción gravitatoria lunar, las aguas recuperan su nivel costero).
A media mañana aún se veían, rezagados, algunos barquitos de pescadores que regresaban en busca de puerto por detrás del espigón que separa la ría de la playa La Concha (no confundir ésta con la de San Sebastián), lo cual que no teníamos claro si éstos habían madrugado mucho o habían trasnochado demasiado. Pero luego de pegarse un remojón, las chicas vinieron corriendo con la nueva de que el agua estaba como el granizo, pues la temperatura del mar, aun en pleno estío, dista mucho de la que disfrutamos por aquí en el Mediterráneo.
Mas poco a poco, la marea estaba subiendo y una brisa procedente de alta mar picaba las olas haciendo saltar de sus crestas briznas de espuma. Y conforme avanzaba la lengua intermitente del agua, recuperando el terreno perdido la noche antes, un cordón de espuma blanca fue tomando cuerpo a mitad de la extensión de finísima arena. El cual, brincado el medio día, llegaría a convertirse en la mayor barrera de espuma que jamás habíamos presenciado en la orilla del mar, la cual teníamos que derribar a brazo partido para poder avanzar playa adentro.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 20/04/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
Suances, te recuerda un poco a La Manga, por un lado la playa de Los Locos, al otro la de la Concha, es una de las zonas más bellas de la Cornisa Cantábrica, con sus playas de fina arena y su ría, te pueden hacer revivir cualquier historia versada en esos lugares, ser su protagonist@, te pueden hacer soñar.
ResponderEliminarY si de paso, visitas la Cueva de las brujas, le das más argumento al cuento, que pudo pasar en esa cueva para tener ese nombre? será por algo más que sus humildes pinturas rupestre, que aún teniendo la misma técnica que las de Altamira, no es tan conocida, seria que se vivió alguna historia incontable???
Gracias por tu comentario. Me alegro que te haya servido para recordar esos paisajes de ensueño.
ResponderEliminarSaludos.