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Solo algunas cosas no han cambiado, cuales son «el Tío de la pita» o los gigantes y cabezudos.
En la rueda del tiempo, los ciezanos tenemos muy presentes tres puntos importantes de referencia, tres hitos que nos marcan el transcurso del año, que son Semana Santa, Feria y Navidad. Desde pequeñico uno recuerda oír decir a las mujeres, hablando con las vecinas: «Ya s’ha pasao la Pascua; en seguidica tenemos aquí la Semana Santa, o «Ya s’ha terminao la Semana Santa; en na llegará la Feria». Pues la verdad, pensando en estas tres celebraciones, a la gente de Cieza se nos pasa el tiempo volando; y cuanto más canas tiene uno, más rápido gira esta rueda de los años. Si se paran un poco a pensar, hace na que estábamos oyendo por la calle los tambores de las procesiones y ya se barrunta la llegada de la Feria.
También tengo que decirles, desde el punto de vista de los que hemos vivido —mucho más por atrás de lo que viviremos por delante—, que todo cambia con el avance de la sociedad: en cincuenta o sesenta años, el pueblo es otro, las personas son otras, los modos de vida son otros, la Feria es otra, y a los de entonces, niños o adolescentes a punto de «noviear», nos gusta hacer un poco de memoria y referir cómo eran antes las cosas.
Por el sesenta y ocho, en toda la parte del Ensanche, desde la Plaza de España hasta «los Salesianos», estaban las calles sin pavimentar. Con la excepción de la Gran Vía, los suelos eran de tierra y las mujeres barrían frente a sus puertas con aquellas escobas recias de palma y rociaban aspergiendo el agua de un caldero con sus manos. Apenas había coches y los carros aún circulaban con sus caballos al trote cascabelero. Durante la Feria se veían algunas caras forasteras, que venían de otros pueblos, o las de los propios feriantes: turroneros, jugueteros o la gente de las atracciones del Solar. El resto del año casi todos nos conocíamos; no había ni un solo inmigrante en el pueblo; al revés: nuestras familias eran las que aportaban emigrantes que se marchaban a buscar la vida más allá los Pirineos.
En el año sesenta y ocho una nueva hornada de alumnos entramos al instituto; por entonces este se llamaba «Instituto Laboral», y no había otro en Cieza, ni en Abarán ni en Blanca, así que tenían que venir aquí a estudiar el bachiller los alumnos de dicho pueblos. En mi aula de «primero A», grande, luminosa, de techos altos, de enormes ventanales que miraban hacia lo que ahora es Parque Príncipe de Asturias, pero que entonces era un huerto de oliveras, éramos exactamente 42 alumnos, distribuidos por orden alfabético en 6 filas de 7 chicos cada una (no era mixto, no se podían mezclar muchachas con muchachos ni siquiera en el recreo, en cuyos patios había marcada una frontera infranqueable, y si se pasaba la pelota teníamos que llamar al conserje para que fuera a por ella).
En la Feria hay cosas inmutables, como los gigantes y cabezudos y el «Tío de la pita», que por cierto debía ser alguien que se lo pasaba bomba, pues persiste un dicho ciezano para alguien que se siente feliz: que es «Quedarse más a gusto que el Tío de la pita» o «Estar más a gusto que el Tío de la pita», por ejemplo: «¡Oye chito, yo con dos chaticos de vino y un puñao d’alcagüetes en “el Bullas”, me quedo más a gusto que el Tío la pita!». Lo demás ha cambiado, y, con los ojos de la nostalgia, la comparación no sale bien parada: dejémoslo, pues, en que antes, y para los que empezábamos a descubrir el mundo, la Feria era más entrañable y más deseada: las casetas de juguetes, la Banda Municipal tocando pasodobles en la Plaza de España, los caballitos en el Solar de Doña Adela, los cantantes en el Pabellón Municipal de la Gran Vía..., y el gusto de feriarse uno.
En clase yo tenía el número 28, por lo que mi pupitre era el último de la cuarta fila. La primera iba de Aguilar a Artero, y en ella, con el número 5, se sentaba mi amigo Fernando Almela, el hijo del alcalde, que trabajaba el hombre en la Caja de Ahorros del Sureste (entonces las administraciones eran más austeras y los concejales y los alcaldes no cobraban de lo público, de modo que tenían que ganarse el pan trabajando en sus empleos). Al final de la segunda fila de la clase, con el número 14, se hallaba Jesús Caballero, el «Chache» (ya no está), que se había feriado un balón de reglamento y, cuando bajaba a clase todas las mañanas, pues vivía en una casica al inicio de Juan XXIII, antes de llegar lanzaba el balón adentro del patio por encima de la verja para que los compañeros empezaran ya a chutar, y él, con aquel gesto, se sentía más feliz que el Tío de la pita.
No había tascas, todo lo ocupaban las casetas de juguetes, las cuales daban la vuelta a la Plaza de España (entonces existían calzadas de circulación alrededor de la plaza, por eso cuando quitaron la parada de los taxis de la Esquina del Convento, la colocaron frente a la fachada principal del Mercado de Abastos). Lo que sí había era una gran ilusión infantil, y adolescente, por que llegara la Feria, para elegir algo que, dentro de las posibilidades, personales o familiares, rondara en nuestra cabeza, y feriarnos: una escopetica de corcho, un revólver de mixtos de «crujío», una pelotica de trapo con goma o una navajica con cachas de colores...
Mis amigos Manolo Balsalobre y Pascual Ballesteros ocupaban el primero y segundo puesto en la segunda fila, con los números 8 y 9 respectivamente. A Pascual Ballesteros, un niño que en los ratos libres andaba por la iglesia de San Juan Bosco con Don Antonio Salas, como muchos de nosotros, le decíamos «el Zoco» (creo que era porque sabía jugar al futbol divinamente), y recuerdo que ya apuntaba maneras de ser una persona exquisita: sabía estar en las relaciones de amistad, en el sentido del humor, en la conversación afable y respetuosa, y era querido por los profesores y los compañeros. Este año 2024, la Feria quizá se parezca en muy poco a aquella de 1968, pero Pascual Ballesteros López «el Zoco», cuya exitosa trayectoria profesional en radio y televisión ha ido pareja con su amor por Cieza, la va a pregonar. ¡Qué honor para todos nosotros, los de entonces, cuya amistad y cariño hacia él arrancan de los días del instituto!