INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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18/8/24

De París a París, en pos de un sueño

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José Antonio Carrillo y el rey de España

Esta es la historia de un sueño. ¿Pero cuándo comenzó esta bonita historia? ¿Comenzó en 1981, cuando se estrenó en los cines la película «Carros de fuego», del director Hugh Hudson, en la que el entrenador Sam Mussabini, emocionado, rompía su sombrero? ¿Comenzó en la realidad hace 100 años, en los juegos olímpicos de París de 1924? ¿Comenzó en 1919, cuando dos alumnos de la universidad de Cambridge (Inglaterra), dos atletas de distinta clase social, que además eran uno judío y el otro cristiano, deciden buscar un entrenador y prepararse para competir como corredores en dichos juegos olímpicos de París? Desde luego, para mi compañero de clase del instituto José Antonio Carrillo, un perseguidor de sueños, su historia personal, inspirada en las anteriores historias, empezó con el despertar de su vocación por el atletismo, de tal modo que cuando casi nadie corría en Cieza él ya entrenaba por los caminos de la Atalaya y el Madroñal.

La preciosa música de Vágelis, el famoso compositor griego cuya fama vuela ya tan alto como el asteroide 6354 que lleva su nombre (el Principito, de Antoine Saint-Exupéry, habitaba en el B612, donde sólo cabían tres pequeños volcanes y una rosa), nos traerá siempre a la cabeza aquella imagen idílica de los corredores de la mentada película entrenando por la maravillosa playa de Saint Andrews. La misma playa en la que mi amigo José Antonio Carrillo cumplió no hace mucho uno de sus deseos: grabar un vídeo emulando él mismo la mítica secuencia de aquellos campeones olímpicos de 1924 en París: Harold Maurice Abrahams y Eric Henry Liddell, interpretados en dicha película de 1981 por los actores Harry Bernard Cross y Ian Charleson, respectivamente.

En una humilde casica, adosada a los muros de la antigua Fortaleza de Cieza, se cría por los años sesenta el muchacho que estará destinado a cerrar el círculo de una mágica historia deportiva: un sueño que nació para él en París, en los VIII juegos olímpicos del barón de Coubertin, y que justo un siglo después, en el 2024, vuelve a cumplirse en la misma ciudad. Porque si alguien tiene la visión, la fuerza, la fe en sí mismo, la ilusión; si alguien tiene el tesón para perseguir una meta, para soñar un tesoro y no desfallecer en el intento de hallarlo —como Santiago, el pastorcico andaluz de la preciosa novela «El Alquimista», de Paulo Coelho, un cuento circular lleno de sensibilidad—; si alguien es capaz de hacer de su vida un proyecto apasionado, de esfuerzo, a la conquista del éxito (para sí mismo y en derredor suyo), esa persona es sin duda mi compañero de estudios en los últimos cursos del bachillerato José Antonio Carrillo.

En la célebre película «Carros de fuego» (nombre de inspiración bíblica que alude a la ascensión al Cielo de Elías en un carro de fuego, en presencia del profeta Eliseo, a orillas del río Jordán), uno de los protagonistas, de los héroes del film, es ni más ni menos que el mítico entrenador Sam Mussabini, interpretado por el actor inglés Iam Holm. ¿Pero quién fue este hombre, en aquellos tiempos en que el atletismo era considerado un deporte amateur y se daba poca importancia profesional a la figura del entrenador? Se llamaba Scipio Africanus Mussabini, londinense,  aunque era medio sirio, medio turco, medio italiano y medio francés, y fue responsable de que muchos atletas a los que él entrenó ganaran trofeos y medallas en diversos campeonatos deportivos, siendo los mencionados arriba alumnos de la universidad de Cambridge los que le dieron mayor gloria como entrenador, cuando obtuvieron sendas medallas olímpicas en los 100 y en los 400 metros en París 1924.

Ya de crío, José Antonio Carrillo apuntaba tener una mente inquieta; era el mayorcico de una familia modesta y él estaba siempre ávido por ganarse unas peseticas. Fue monaguillo en la parroquia de la Asunción, donde cumplía el encargo de vender las velas para el Santo Cristo del Consuelo, por el que siente una noble y «ciezana» devoción. Luego trabajaría en una oficina de seguros de decesos y, cuando había algún finado, se sacaba un dinerico extra tocando la campanilla. ¿Qué era eso? Pues se trataba de que por aquel entonces no existía la singular costumbre, iniciada por el Ángel de las mantas, de anunciar los muertos con altavoces por la calle; de manera que José Antonio se paraba en determinados lugares del pueblo, hacía sonar su campanilla y respondía a las repetidas preguntas de la gente: «¿Quién s’ha muerto nene?», «¿Cuándo es el enterrico nene?».

En su familia, como en la mía, no había ambiente de estudio, pero como Carrillo tenía grandes deseos de aprender para llegar a cumplir un objetivo en la vida, se apuntó al «bachiller radiofónico», que era una modalidad de enseñanza secundaria nocturna, a base de cintas magnetofónicas, y de esa forma aprobó los cuatro primeros cursos. Luego, para hacer 5º, 6º y COU pasó al Instituto (ahora llamado «Diego Tortosa»), donde coincidimos.

En la citada novelica de Paulo Coelho, Santiago, mete un día las ovejas en una iglesia abandonada, se duerme allí mismo y sueña con un tesoro escondido en un lugar remoto del mundo. Después, todo el libro, y gran parte de la vida del muchachico, transcurre persiguiendo aquel sueño, pues asegura su autor que «cuando uno realmente desea algo, el universo entero conspira para ayudarle a conseguirlo»). José Antonio Carrillo también tuvo un sueño (estaba en la Universidad, donde acabó su carrera de medicina): le ocurrió viendo la película «Carros de fuego»; a raíz de ello fundó el Club Atleo y empezó a dedicarse en cuerpo y alma al atletismo, a conquistar su sueño. ¿Se acuerdan de la famosa «Pista del Colacao»? Fue cosa suya.

En «el Alquimista», el chico recorre países lejanos, conoce culturas y tiene bellas experiencias, con su mente fija en un fin supremo: hallar el tesoro del sueño. José Antonio Carrillo ha recorrido el mundo; su palmarés de éxitos formando y entrenando atletas es enorme, incluidas sus 5 participaciones oficiales en juegos olímpicos: Pekín, Londres, Río de Janeiro, Tokio y París, pero después de más de cuarenta años él también ha conseguido su sueño: llevar a la gloria a su pupilo Álvaro Martín y lograr como entrenador dos medallas olímpicas, lo mismo que Mussabini en 1924, y entonces poder «romper el sombrero», como Mussabini lo hacía en la película «Carros de fuego». Pero lo más interesante: que se haya cumplido su sueño precisamente en París, un siglo después de aquel logro histórico de Mussabini, en quien Carrillo se inspira.

Sin embargo, hay que decir que las cosas no caen del cielo; además de que «el universo conspire» como dice Coelho, hace falta reunir otras cualidades humanas: creer en uno mismo, buscar la perfección y la superación, trabajar con denuedo, amar lo que uno hace, ser generoso, humilde, perseverante en los propósitos y, sobre todo, ser bueno en el sentido machadiano de la palabra. José Antonio Carrillo Morales tiene esas cualidades y muchas más: esa es su grandeza y su sencillez.
©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"