Torre del ayuntamiento de Astorga, capital de la maragatería, donde una pareja de maragatos autómatas dan las horas. |
Hay libros buenos, con los que te «amigas», a los que les tomas aprecio y de los que te haces acompañar donde quiera que vayas, para, en los ratos libres, ir desentrañando poco a poco la madeja inteligente de su lectura. Aunque luego, al final, y cuando haya transcurrido el tiempo, quizá no recuerdes de ellos más que un par de frases sencillas, o nada, y sí la experiencia vivida de su lectura, que va a quedar como un poso en el alma. De entre estos, la novela «La luz que no puedes ver», de Anthony Doerr, es un libro misterioso y muy bien escrito que, página a página, te va colmando el espíritu de sensaciones, a veces hermosas, a veces terribles, pero siempre con la esperanza, o la certeza, de que hay personas que pudiendo ser malas, se inclinan por hacer el bien.
Como mi padre es nonagenario, en turno con mis hermanos, acudo e invierto un tiempo en su compañía; y siempre, durante esas veladas, si la conversación decae (él mantiene una lucidez y una memoria a casco de bomba), echo mano al libro que llevo como equipaje para una noche y me adentro en su lectura. No me acuerdo si fue la penúltima que leí, otra obra magnífica: «La Segunda Guerra Mundial contada para escépticos»;.su autor es Juan Eslava Galán, un hombre que sabe narrar los hechos históricos como nadie, a la pata la llana, con amenidad e interés. Olvídense de la aridez de los datos, las crónicas, y las citas serias de los historiadores al uso. No, Juan Eslava escribe como te puede hablar el peluquero o el taxista (si estos tuvieran el don de palabra y los conocimientos precisos), pues lo que importa es comprender lo que ha ocurrido; o al menos, sentir la sensación de estar entendiendo lo que el libro trasmite, ya que al final los datos se olvidan, pero el mensaje enriquece y deja un rastro de cultura. (Los buenos libros también contribuyen a hacernos personas.)
Miren que habré leído sobre los infaustos hechos de la Alemania nazi y la inmensa tragedia a la que esta abocó Europa. Pero siendo todos los libros distintos, pues cada ser humano es un mundo y cada escritor puede recrear infinitas historias (la mente en sí misma es infinita), de pronto uno se encuentra con una novela —esta que les decía de «La luz que no puedes ver»—, cuya sensibilidad y estilo narrativo nos abre una ventana nueva hacia los sentimientos y la actitud de las personas en un tiempo infernal y de estricta supervivencia bélica. Aparte, cada lector, seguro que extraerá mensajes distintos y hallará valores diferentes en cada uno de los personajes. Yo me quedo con una idea general, que en cierto modo me calma y me despierta un sentimiento de nobleza: que aun cuando a la persona se le instruya y se le prepare para causar el mal, existe un gen común a todo el género humano, por el que cada hombre y cada mujer llevan grabada en su interior la diferencia, la raya, en entre bien y el mal.
El libro del que les hablo tiene dos polos, como el mundo. Y en medio, las vicisitudes de la guerra: el miedo, el terror, el pánico..., a los que hay que contraponer la calma, la astucia, la inteligencia. Los dos vértices son un niño huérfano alemán y una niña ciega parisina. Dos universos distintos, distantes y extrañamente paralelos. En medio también, el misterio (por eso les decía al principio que es un libro misterioso), pues la novela lleva incrustado en la trama un «tesoro», como el «Alquimista», de Paulo Coelho, o como la propia «Isla del Tesoro», de Stevenson, ¿recuerdan? Pero tratándose de episodios tan aborrecibles como los que ocurren en las guerras, el «tesoro» de «La luz que no puedes ver» no queda al final en manos de los buenos ni de los malos: se pierde. Todo el mundo pierde algo, o todo cuando de la vida se trata, en una guerra donde todos pierden.
Lo más hermoso de la novela es que los dos niños son listos. Siempre nos gusta, o nos ha gustado, elogiar en la infancia a nuestros hijos o a nuestros nietos expresando que son «listos» (no inteligentes, que eso se supone), sino listos. Esa cualidad nos atrae y nos induce a seguir leyendo el libro. Al crío lo instruirán para atacar, a la cría para resistir. Y en todas las circunstancias, el miedo omnipresente, pues «es difícil ser bueno en una guerra». (Sepan que parte del daño que Alemania había causado, se lo causaron después a ella. Los aliados bombardeaban sus ciudades hasta los cimientos, y las tropas soviéticas, compuestas por feroces cosacos, gozaban de «barra libre» de las violaciones con las mujeres y las niñas alemanas; pues estos no hacían sino vengarse de «pequeños detalles», como el de los tres millones y medio de soldados rusos que el ejército alemán capturó en su avance, encerró en recintos alambrados y dejó morirse de hambre y de frío.)
No les desvelo nada. Es una novela para leerla con respeto, a los buenos y a los malos, pues todos al final vivieron su tragedia.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 28/05/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
No hay comentarios:
Publicar un comentario