Vida apacible en El Collado de Tornero (Valle del Tus), Yeste (Albacete) |
El otro día me fijé en una lápida que hay en el salón de plenos del Ayuntamiento, en la que figura el nombramiento de hijo adoptivo de Cieza a Antonio Cánovas del Castillo y me acordé por un lado de un precioso poema de Antonio Machado y por otro de la pequeña historia negra de España. «Mira, este fue uno de los políticos que asesinaron a tiro limpio —le dije a mi amigo Pepe—; lo mató el anarquista Angiolillo cuando estaba tan ricamente en un balneario». Pues en la crónica del cainismo hispano figuran, así a bote pronto, nada menos que cinco magnicidios de presidentes de gobierno. Ah, y porque Mateo Morral no tuvo tino con su bomba camuflada en un ramo de rosas, cuando se la arrojó al rey Alfonso XIII en el día de su boda (la recien reina consorte Victoria Eugenia se puso perdido el vestido de novia con la sangre de los treinta muertos que hubo entre el público. ¡Esa sí que fue una «boda de sangre»!).
Recordé los versos machadianos del hermoso «Poema de un día. Meditaciones rurales», que escribiera el hombre cuando estuvo de profesor en un instituto de Baeza, probablemente de un tirón, quizá oyendo el repiqueteo de la lluvia y seguro que azotado por la soledad, ¡pobre Machado...! Es una composición espléndida, de hondo contenido pero con ágil y atractiva lectura. Si no conocen este poema, vayan ahora mismo a buscarlo y léanlo. Merece mucho el gusto (no la pena). ¿Y por qué relacioné los versos de Machado con Cánovas del Castillo? Pues porque el poeta, criticando o reflejando en ellos las conversaciones en el fondo de una «botica» (por cierto, ¿se harán todavía «reboticas» en Cieza después de la muerte de Don Hipólito Molina, uno de los hombres más cultos e inteligentes que yo he conocido en este pueblo?), escribe en un punto del poema: «...Yo no sé/ Don José,/ cómo son los liberales/ tan perros, tan inmorales.» Respondiendo seguidamente otro de los contertulios imaginarios: «¡Oh, tranquilícese usted!/ Pasados los carnavales,/ vendrán los conservadores, buenos administradores/ de su casa.»
Este prohombre –le comenté a mi amigo Pepe, refiríendome a Cánovas–, escritor y político de primera fila, y que tuvo importante relación con nuestro pueblo, era del lado de los conservadores, y, junto con Práxedes Mateo Sagasta (del lado de los liberales), sostuvieron durante bastantes años la llamada «Restauración» o vuelta de los Borbones al trono de España, tras largarse Amadeo de Saboya («¡Andad y que os pelen!», diría el rey italiano) y tras el ensayo fallido de la Primera República, que duró apenas un año y tuvo cuatro presidentes, ¡el acabose, vamos! La Restauración, no obstante, ya vino precedida del magnicidio de Juan Prim, un general de armas tomar que presidía el gobierno de la nación, al que tirotearon en plena calle Turco la víspera del día de los inocentes, cuando había salido de una reunión en el Congreso y se dirigía a su casa en un carruaje de caballos.
Qué duda cabe que Machado aludía en sus versos a la descarada «alternancia» o «Turnismo», que encabezaban Cánovas y Sagasta, una falsa democracia al más puro estilo del «quítate tú que me ponga yo» con pucherazos electorales incluidos. (Al pueblo le hacían creer que era soberano, ¡no faltaría más!) Este sistema de gobierno que contentaba a los dos grandes partidos, se estuvo llevando a cabo durante la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, viuda encinta de Alfonso XII, que dio a luz un rey directamente (Alfonso XIII no nació infante ni príncipe, sino rey, un caso especial) y el reinado de este último. Hasta que el general Miguel Primo de Ribera, ya en setiembre de 1923, implantó una dictadura («Majestad, he dado un golpe de estado; usted ahora haga de su capa un sayo», le comunicó al monarca, el cual se encontraba tocándose las narices en su palacio de Miramar en San Sebastián, por si el soberano tomaba la decisión del exilio («honra sin barcos») o volvía a Madrid como un corderico («barcos sin honra»). El rey optó por lo segundo. Luego vendría la «dictablanda» del general Dámaso Berenguer, la Segunda República, con los presidentes Zamora y Azaña, y la maldita Guerra Civil, ¿me siguen?
Por otro lado, además de los mentados Prim y Cánovas, otros dos presidentes de gobierno serían asesinados también en el primer cuarto de siglo XX: José Canalejas y Eduardo Dato (el coche de éste último, un Marmon 34, se halla con más agujeros que una zaranda en el Museo del Ejército de Toledo). Pues aquí en esos temas se echaba mano de los clásicos, y ocurría como con los césares romanos, que era acuchillados por las bravas para poner fin a sus mandatos imperiales.
Y ya el último magnicidio en España fue el atentado contra Carrero Blanco en diciembre de 1973, a la sazón también presidente de gobierno, en el ocaso ya de la dictadura del general Franco. Años después, cuando hicieran una película sobre esta bárbara acción de la ETA en Madrid, emplearían como extra a uno de Cieza. Los cineastas, al parecer, le echaron el ojo y dijeron: «¡Ya está: Carrero Blanco!» Entonces lo subieron a un Dodge 3700 GT, igualico que el que usaba el finado, y lo pasearon por la calle Claudio Coello, convertida en plató de cine para el rodaje, donde en la realidad habían volado (y nunca mejor dicho, pues ascendió por encima de un quinto piso para caer a un patio) con 100 kilos dinamita el coche oficial del presidente, provocando en la calle un cráter casi como los de la Luna.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 04/06/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
No hay comentarios:
Publicar un comentario