Al fondo, Alcalá del Júcar |
Preguntaba Arturo Pérez Reverte (de forma retórico-literaria) a Mariano Rajoy en uno de sus certeros artículos que viaja por las redes sociales: «A ver si lo he entendido, Sr. Presidente, ¿que hasta para morirme tengo que pagar el 21%...?»
¡Hombre!, para morirse uno, no; para que lo entierren, sí. Morirse, Arturito, es un acto totalmente gratuito, además de absurdo y de derroche de la naturaleza y de la vida. Mi abuela decía que «para morirse uno no necesita na»; de hecho, yo estaba allí cuando ella lo hizo en silencio, abriendo mucho los ojos (llevaba tres días serenamente dormida en su cama), levantando su cabeza y, mirando fijamente un Cristo de madera clavado en una cruz tosca, colgado en la pared, al que ella siempre había llamado «mi Señor», expiró.
En el mismo artículo, el cartagenero echa en cara la profusión de políticos en el enjambre de administraciones españolas, y todos cobrando nóminas o trincando guita por hache o por be. Por lo que se hace necesaria, solo para ese capítulo de sueldos y sueldazos, la consignación de una pasta gansa de las arcas públicas. ¡Una sangría económica! Incluso manteniendo para algunos políticos cesados del puesto la fórmula del «sueldo íntegro de por vida». !Cosa abusiva!, teniendo en cuenta que algunos dejan el puesto jóvenes y se dedican a una actividad privada muy, pero que muy, lucrativa, dado, no ya a su valía objetiva para tal actividad, por supuesto, sino en atención a lo que han sido y la influencia que ello pueda reportar a la empresa «captadora».
Pérez Reverte, que literariamente dispara en sus artículo con postas para jabalí, critica que se meta la tijera en la sanidad, en la educación o en otras áreas sociales, y no se recorte drástica y sustancialmente ese dineral que se lleva tanto político sin oficio ni beneficio, arrimados a listas cerradas y que en muchos casos no saben hacer un «cero con un canuto» en el desempeño de sus competencias, y tienen que contratar un montón de «asesores» entre sus amiguetes, parientes y «tontos útiles» de su partido. Al mismo tiempo reconoce el autor del artículo, para nuestro mal, que a tantos fulanos mamando de este tinglado de esta España «hiperadministrada», los hemos votado nosotros; ¡somos cómplices!, que es tanto como decir que tenemos lo que nos merecemos.
Por eso es que hace falta dinero, ¡más dinero! Y hay que sacarlo de donde sea. No haciendo que paguen los grandes morosos de Hacienda, como son, por ejemplo, los clubes de fútbol y otros fulanos que se pasean muy chulos dándose la vidorra padre, sino apretando las clavijas cada vez más a los que trabajamos y gravando fuertemente el consumo con el impuesto sobre el valor añadido, el IVA en sus diferentes tramos; ¡hasta el pan! está gravado con IVA y, por supuesto, el agua que bebemos; de ahí para arriba.
Antes, hace 40 o 50 años, apenas había impuestos; pero tampoco existían las prestaciones sociales de ahora. Y también hay que aclarar que en los tiempos «predemocráticos» no se había inventado todavía la generosa fórmula de la mamandurria de la «dedicación exclusiva», tan extendida y tan a gusto practicada hoy en día. Por ejemplo, los alcaldes y los concejales no cobraban por serlo: cada cual se tenía que ganar las habichuelas en su oficio, profesión o trabajo (recuerdo la primera vez que fui a la bella localidad de Letur (Albacete), en 1972. Éramos espeleólogos del grupo GECA y preguntamos por el alcalde en el cuartelillo de la guardia civil; entonces nos dijeron que no podríamos hablar con él hasta que el hombre encerrara las borregas en el campo). Normal. Tendrían otras prebendas derivadas del cargo, lo admito, como lucirse en actos folclórico-religiosos o entrar a los toros gratis, pero no el ventajoso devengo pecuniario del presupuesto municipal. Ahora, en cambio, sí, además de las prebendas, claro.
En la actualidad las administraciones cobran tasas e impuestos a los ciudadanos. Las tasas son pagos por un servicio prestado, como la recogida de la basura. Los impuestos son aportaciones sin recibir nada a cambio de forma directa, como el IRPF o la histórica «contribución» por los bienes inmuebles. Se dejaron de cobrar impuestos de «portazgo», como en tiempos se hacía en todas las entradas a Cieza, donde estaban las casetas de los «aforaores». Luego se implantaron otros, como el tímido ITE (impuesto de tráfico de empresas), que se aplicaba en las facturas (en principio un irrisorio 1’5%, ¡pásmense ustedes!). Pero luego quisimos ser más europeos (ya lo éramos por geografía, pero no nos lo creíamos) y nos pusieron deberes fiscales: el IVA. Sin el IVA no hay tutía, nos dijeron. En las facturas, que ya se aplicaba un ITE del 2’7%, se pasó a gravarlas con un 16%. Ahora ya andamos por el 21%, lo cual escandaliza a Pérez Reverte pensando en el coste de sus servicios funerarios, cuando le llegue el día, que no hay que tener prisa, Don Arturo.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 16/01/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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