Antiguo Palacio de Justicia, muerto de risa |
Esa es la cuestión que se plantean algunas personas: molestarse en coger el carné de identidad y desplazarse hasta su colegio electoral, allí meterse a una cabina, agarrar dos papeletas de las que menos rabia le den e introducirlas en sus respectivos sobres, después dirigirse a la mesa que le toca, entregar el “deneí” al presidente (nunca jamás a ninguno de los apoderados o interventores de los partidos) y votar; o por el contrario, “pasar del tema” y creer que por un voto menos (el suyo) no va a cambiar nada en el panorama político de este país. Ese, como les digo, es el primer dilema y la principal reflexión ante esta jornada electoral a Cortes Generales, que tendrá lugar el día 20 de diciembre de 2015. (Hubo otro 20 de diciembre, recuerdo, corría entonces el año 1973, en el que asesinaron al presidente del gobierno. Pura referencia histórica, nada más).
Bien, superada la primera duda (si la hay), y habiendo decidido ejercer el derecho al sufragio, habrá que ponerse manos a la obra. Bueno en este punto hemos de pensar que existen muchas personas que quieren y no pueden por distintos motivos, por ejemplo, un viaje inesperado, una indisposición de salud grave, la estancia temporal en otro país (a veces no es sencillo desplazarse hasta el consulado español de la zona, censarse como residente en el extranjero y pedir el voto por correo dentro de plazo), o sencillamente el tener el carné de identidad caducado, extraviado o robado, pues todos los miércoles se roban unas cuantas carteras en el mercadillo, o también hay simpáticas rumanas que aligeran los bolsillos a incautos hombres embobaliconados por las palabras caramelosas de estas.
Vale, si queremos votar y podemos, entonces habrá que pensar que el voto se puede realizar de dos maneras (esto es muy importante, no lo olviden): a) votando a la lista de nuestra preferencia y b) votando en blanco. ¿Cómo se vota en blanco? Muy sencillo: metiendo en la urna el sobre vacío. Como hay dos votos: el del Senado (color sepia) y el del Congreso (blanco), podemos votar los dos en blanco (vacíos) o uno con papeleta y el otro vacío. Lo que nunca debemos hacer es pintarrajear o escribir nada en la papeleta, no poner por ejemplo: “¡Viva Perico!” o “¡Mariano, presidente!” Eso invalida el voto y se contabiliza como nulo (no sirve de nada). Ahora, el voto en blanco si que vale y es muy importante para medir la disconformidad del ciudadano con el sistema; el sobre vacío significa que el votante no encuentra en el elenco político ninguna lista interesante, nadie que merezca la pena ser elegido representante del pueblo. ¡Toma castañas! El voto en blanco es como un “gorrazo” democrático a los partidos. En relación con esto hay una novela de Saramago donde se desarrolla el peliagudo tema del voto en blanco. En la ficción novelesca existe un país en el que todo el mundo vota en blanco. ¿Se imaginan? El autor profundiza en tal hipotética situación, en cómo reaccionan los partidos, el gobierno, las autoridades. Claro, el voto es secreto; la gente va y vota y nadie se entera hasta la hora del escrutinio. ¿Pero qué hacer, se plantea el libro, si en sucesivas elecciones, absolutamente todos los votantes del país, lo hacen en blanco...? Es como un “golpe de estado” por la vía del sufragio. Se tambalean todas las instituciones, el gobierno mismo, el régimen político, la forma de estado, etc. Las autoridades no saben qué hacer y se produce un histerismo social secreto y silencioso. (Léanlo y verán; es inquietante).
Pero dicho lo anterior, con referencia literaria incluida, lo normal es que se meta una lista en el sobre (se puede meter más de una, del mismo partido claro, que eso no anula el voto, aunque se cuenta sólo como una, naturalmente, o sea que es una tontería echar dos papeletas. En cuanto a las listas, las del Senado son “cuasi abiertas”, es decir, que se pueden marcar con el boli los tres candidatos, aunque sea uno de cada partido, da igual. Pero, ¡amigo!, las del Congreso son cerradas (¡lentejas, o las tomas o las dejas!) La única libertad que permiten a uno es el poder meter la lista que le dé la gana. Una democracia de listas cerradas, permítanme manifestarles que deja algo que desear; sin embargo es lo que tenemos...
Y ya apurando, de entre los votantes decididos por una opción política, están los fieles, los de “contigo pan y cebolla” (normalmente son personas con marcada ideología); los que no saben a quien votar y al final meten la papeleta que se le ocurre a troche y moche; y los que por una vez reflexionan, razonan y piensan qué partido político es el menos malo y puede ser más útil según el programa que lleve (aunque los programas están para no cumplirlos) y según el momento social y económico que vive el país (estos quizá carezcan de ideología, no así de ideas e ideales).
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 19/12/2015 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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