Las Maridías, en cuyo olivar, yo niño, recuerdo escarchas perpetuas |
Estamos en el mes de coger la aceituna para llevarla a la almazara, aunque bien es cierto que algunas variedades se empiezan a recolectar en noviembre (además, han descubierto los químicos en sus laboratorios que el aceite de la oliva cuando aún está verdosa tiene propiedades que benefician la salud y lo venden incluso más caro), mientras que otras no se suelen coger hasta pasadas las pascuas. De antiguo viene el refrán: “Quien coge su oliva antes de enero, deja su aceite en el madero.” Pero la ciencia, que adelanta que es una barbaridad, viene muchas veces a “derogar” los refranes de toda la vida, a dejarlos sin validez. Y sobre todo, con los nuevos métodos de explotación del olivo, cuyas plantaciones las hacen ya de manera que se pueda recolectar a máquina la aceituna, ha habido una revolución con respecto a los sistemas tradicionales de cultivo.
Antes, en Cieza, la variedad más abundante era la “manzanilla”, excelente para echar “entera” en orzas de barro, aderezada con tomillo y ajedrea de la solana de la Atalaya, y buenísima para el aceite, aunque con el inconveniente de que los árboles eran algo añeros, es decir, un año se llenaban y otro no echaban apenas frutos. También antes, la aceituna se recolectaba vareando las ramas y luego recogiendo las olivas una a una del suelo. Imagínense: mes de enero, días crudos de frío en los que al sol le costaba trabajo salir, escarcha perenne bajo los ribazos, tierra helada que crujía al pisarla como si hubieran debajo cascarones de huevo y “picando” en el suelo con los dedos desnudos para coger las olivicas. (A todo esto, al bancal iba toda la familia: desde el más grande hasta el más pequeño). De manera que había que encender de vez en cuando un chospe para espantar el frío del cuerpo o meter unas piedrecicas en el rescoldo de la lumbre, que luego, calientes, nos las echábamos a los bolsillos para aliviar de vez en cuando el dolor de las manos ateridas. Era lo que había... Las cabezas no daban más de sí. No obstante, mi abuelo Joaquín del Madroñal, dio un paso en la técnica de la recolección aceitunera e ideó confeccionar unas enormes esteras de esparto a base de brazas y brazas de pleita, que tejía por las noches en el rincón de la cocina a la luz del candil. Pero eran tan aparatosas y pesadas que para su transporte, convenientemente arrolladas, había que cargarlas en una mula. Yo niño, las recuerdo todavía, y casi que se perdonaba el beso por el coscorrón.
Pero aún había otra cosa peor: la mayoría de los cosecheros, tras el duro trabajo del cuidado del olivar todo el año, de la penosa recolección de la aceituna en invierno y del trasporte en el carro para su molturación en las almazaras (éstas, como los molinos harineros, se cobraban su trabajo en maquilas), tenían que entregar la mitad del oro puro del aceite obtenido al dueño de la hacienda. Pues entonces eran tiempos deprimidos y en la agricultura ciezana imperaba el sistema de la aparcería: Los señoritos poseían la tierra y los medieros la cultivaban teniendo que pagar en terraje la mitad de los esquilmos. Ahora afortunadamente todo ha cambiado y quien más y quien menos posee su parcelica de tierra, su casica en el campo y sus olivericas para hacer su aceite. Raro es que a estas alturas alguien lleve todavía “a medias” fincas de señoritos. (¡Anda y que metan jornaleros, y si no, que las caven ellos...!)
Pero también ha cambiado la cosa en cuanto a la forma de recolectar la aceituna, pues se hace de una manera más racional y sencilla: se colocan una grandes “sábanas” de malla fina bajo el olivo y, con unos “peines” de plástico que venden a tal efecto se van “peinando” las ramas para desprender los frutos. Luego se pasa la oliva a los capazos y ¡hale!, a llevarla a la almazara o a los puntos de recogida. Aunque que siendo Cieza y pueblo de tradición olivarera y, en tiempos, almazarera, no existe ni una sola almazara. La última fue la de “los Mateos”, en la calle Hontana, bajo el Casino, la cual hace ya la tira de años que dejó de funcionar (ahora en su lugar está la “planta Cero” del Museo de Siyâsa, donde en un rincón quedan algunos elementos que vagamente la recuerdan).
De modo que, cuando uno ya tiene su olivica cogía, ha de transportarla hasta los pueblos vecinos: Hellín, Calasparra, Cehegín..., en busca de una almazara. Allí te espera sentao el almazarero, te escandalla la aceituna en un ordenador, cuyo programa ya está preparado para maquilar generosamente su ganancia, y te dice el porcentaje de aceite que te puede dar. Si no estás conforme, tienes la opción de pagar el escandallo y llevarte la oliva a otra parte. Aunque, ¡ay!, “de molino cambiarás, pero de ladrón no variarás...”, dice el sabio refrán.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 12/12/2015 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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