La naturaleza tiene sus ciclos y el mundo sus giros |
Cuando las horas se hacen largas por insomnes, los pasillos se van quedando desiertos y el personal de turno parece adoptar una actitud algo más relajada. Hasta el guarda jurado, con su traje marrón y su porra, proclive a estar pegado al mostrador de entrada, enterándose sin deber de las dolencias de los pacientes que acuden a recibir un servicio médico, se ha dejado caer en un sillón o se halla dando conversación a quienes al parecer no tienen ya nada que hacer. Es Urgencias, por ejemplo, donde el tiempo parece ser utilizado a veces por los profesionales sanitarios como elemento disuasorio. Aunque bien es cierto que por desinformación quizá, hay personas que se plantan allí por un simple dolor de muelas.
La mujer era mayor y tenía muchos achaques. Llevaba al menos dos o tres décadas capeando enfermedades. La mujer, aquel día, lo pasó como pudo tomando su abundante medicación, pero al llegar la noche, ¡ay la noche traicionera...!, se sintió perdida y hasta el aire parecía negarse a bajar a sus pulmones. La mujer se asía en la vida a sus esperanzas, y en los momentos de angustia, a un hijo que, por cercanía y medios, siempre estaba dispuesto a acudir. (Sin embargo, años después se iría sola de este mundo, pues dos facultativos de guardia que no sabían qué hacer y que reconocieron de palabra una posible negligencia por parte de otros compañeros, salieron de la sala de cuidados intensivos y dieron en la puerta la triste noticia a la familia. “Ya sabéis lo que pasa en estos hospitales...”, dijo uno de los doctores, a modo de fatalidad y reconociendo la clara desatención del especialista por coincidir el accidente de la mujer con fiesta de guardar, fin de semana y puente). “Ya sabéis lo que pasa en estos hospitales...” ¡No! ¡No lo sabemos ni queremos saberlo! ¿O a caso se refería a que cuando es “finde” y puenting, ni dios aparece por allí, y las intervenciones de necesidad, que esperen...?
Mi abuela decía que “lo que el médico yerra, lo tapa la tierra”; y qué verdad que es... Mas aquel otro día la mujer había aguardado su media hora en la sala de espera de urgencias hasta que sonó su nombre por los horrísonos altavoces (el volumen estaba a tope y la voz salía distorsionada y molestosa). Serían las once y pico de la noche y el servicio estaba congestionado. A una mujer gitana que al parecer le dolía un pie, le acompañaban veinte familiares; otra mujer magrebí que llevaba un niño en brazos, esperaba estoica en compañía de dos hombres de su misma etnia; y otros acompañantes que parecían tener pensado pasar la noche, se zamparon allí mismo unos bocatas con unas latas de bebida que había sacado de la máquina con estruendo.
El doctor usteó amable a la mujer, no así el personal auxiliar, que la tuteaban como si fuera una niña o no estuviera bien de la azotea. El doctor tecleó el ordenador con sus dedos índices y aplicó el protocolo: analítica y radiografía. La mujer, con su vía intravenosa ya colocada tras múltiples pinchazos que le causarían un enorme hematoma en el brazo, pues no atinaban a encontrarle la vena, tuvo que seguir esperando, aunque ya en la salita interior, donde no cabía un alfiler: Uno del pueblo vecino que se había caído de un albercoquero, una mujer que tenía vértigos, un hombre con cólico nefrítico, un gitano gordo con flatulencias ruidosas y un chico joven que se había pegado un trastazo con la moto.
Eran casi las dos cuando llamaron a la mujer de nuevo a la presencia del facultativo (de las cuatro horas no se libraba nadie). Este miró los resultados de la analítica y no les dio importancia; aunque algunos parámetros estaban alterados, con el historial que ella poseía era normal el cuadro. Sin embargo, cuando miró la radiografía al trasluz de la lámpara (todavía se hacían las placas en aquellas láminas que te las entregaban en un sobre), el galeno frunció el ceño preocupado y dijo que había que repetir. “Vamos a repetir la radiografía, señora”, advirtió. ¡Madre mía!, ¿qué será?, ¿qué habrá visto...? ¡Bueno, sea lo que Dios quiera…!
Por tanto vuelta a esperar. Sobre las tres de la madrugada, llevaba ya buen rato en el casillero la segunda radiografía, pero no llamaban a la mujer. Batas blancas para acá y batas blancas para allá, y esperar y esperar. A las cuatro menos veinte de la mañana, la mujer pasó de nuevo al despacho del médico, el cual miraba y remiraba la radiografía de tórax con el ceño fruncido. Por fin habló: Preguntó al hijo: “¿Tú crees que esta sombra será del brazo”? –¡Claro!, respondió el otro. “¡Venga, que se va usted a su casa ahora mismo!”, le anunció a la mujer, exultante.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 05/12/2015 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
No hay comentarios:
Publicar un comentario