INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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12/3/23

Paisajes urbanos de Cieza, XXXVI

 .

Acera izquierda de la Cuesta de la Villa, donde podemos ver las casicas cerradas que fueran de los Losa y de la Francisca la «Ricoteña»; a continuación la que fuera de la María la Alta, y el edificio grande y antiguo de La Cochera, que tiene mirador arriba.

La Cuesta de la Villa se llamaba entonces Calle República del Ecuador, y, al final, donde se junta con la Cuesta del Río, había una de las varias fuentes públicas del agua del pueblo, a la cual iban las mujeres a llenar sus cántaras y botijos para beber, y sus calderos para el fregote (aunque en muchas casas había tinajeros: una tinaja de barro embutida en la obra, con su poyo de azulejos para posar los botijos de barro con tapeticos de ganchillo). Cerquica de la fuente, a la derecha según se bajaba, estaba la casa del Sastre el Pintor, y, en la acera izquierda, bajando también, en la última casa estaba, pegado a su fachada, un letrero antiguo de chapa que ponía «CIEZA» ¿Y eso por qué? Pues porque cuando no existía la Calle Doña Carmen Camacho Trigueros, hoy Cuesta del Molino (esta señora fue la que donó los terrenos para abrir dicha calle), la entrada al pueblo, viniendo de Calasparra (y aún de Madrid en tiempos más antiguos), era por ahí, por el actual Camino del Molino (entonces, obviamente, se llamaba Carretera de Calasparra), bordeando el quijero de la Acequia del Fatego, la cual nace frente al Molino de la Capdevila con la cola de la Acequia de los Charcos; de manera que los foráneos, al llegar a la encrucijada de las dos mentadas cuestas: la del Río y la de la Villa, con su fuente publica del agua, como ya he dicho, supieran que habían llegado a nuestra ciudad, a Cieza.

Ni que decir tiene que la Cuesta de la Villa, como otras cuestas del pueblo, era de firme de tierra; incluso la Calle Juego de Bolos, hasta que por los sesenta asfaltaran la Carretera de Mula (llamada en los mapas antiguos «Carretera de Mazarrón», también era de tierra, que las mujeres barrían con sus escobas de palma y rociaban con un caldero de cinc, aspergiendo el agua con sus manos. (La Carretera de Mula nace justo en la esquinica de la Calle Ramón y Cajal, frente a las Monjas Pastoras, por lo que correspondía al Ministerio de Obras Públicas su asfaltado.) Lo de rociar la calle era una técnica adquirida de las mujeres: aspergían el agua con la mano, ¡y con mucho brío!, humedeciendo el firme de la parte barrida. Los barrenderos pasaban también, y recogían los excrementos de las caballerías, basura que luego aprovechaban para el cultivo de plantas.

Uno de los edificios más antiguos de la Cuesta de la Villa, que todavía está en pie, y lo que te rondaré morena, es «La Cochera». Está en la acera de la izquierda, bajando, y ahí tuvo puesto de lías y comercio «Antoñico de la Cochera», pero de eso hace mucho; fíjense que su hija, la Antoñica de Balsalobre, que era mi amiga y forofa de leer mis artículos todas las semanas, ya se marchó de este mundo, con noventa y largos años; ¡ay, el tiempo, que no perdona,,,! Ignacio Balsalobre, por cierto, era socio propietario de la agencia de Transportes Ciezanos, que estuvo en los bajos de la Torre de la Plaza de España; él era un trabajador más, cargando y descargando los camiones. Ignacio Balsalobre, un hombre amable y correcto donde los hubiera, fue concejal con el alcalde Francisco Lucas Navarro. En la parte de arriba de la Cochera, que tenía suelo de tablas y daba a la Calle Juego de Bolos, guardaban a San Pedro.

En la Cuesta de la Villa, frente a la casa del Tío Martín y la casa de la Tía Francesa (de esta decían que practicaba ciencias ocultas con ayuda de su esposo Mariano: cartomancia, quiromancia, espiritismo, o no sé qué más), vivía la familia Losa, que tenía negocio ambulantes de pipas y caramelos con un carrito de madera; el padre, Paco Losa (pariente de mi madre por parte de mi abuelo materno), vendía radios a pilas por los campos; les hablo de la época en que se acababa de inventar el transistor y ya se podía escuchar la radio en las casas sin electrificar de los lugares apartados. El hombre iba con una motico por los caminos y visitaba a los campesinos para anunciarle la buena nueva del advenimiento de la era de los electrodomésticos. A veces le costaba echar varios viajes a la misma casa, pues la gente no veía en la radio ninguna utilidad, ni mucho menos una necesidad; pero al fin, con su labia y su buen humor, Paco Losa convencía y hacía la venta, y el cliente firmaba unas cuantas letras para ir pagando poco a poco. Las radios eran de la tienda de Chuchubeo y Paco Losa se llevaba una comisión en el negocio.

«El Gordo» era recovero; vivía bajando la Cuesta de la Villa, a la derecha. El hombre tenía un motocarro, que lo aparcaba un poquico más abajo de la casa de la «María la Alta» (la casa de la María la Alta y su marido Pozas, lindaba con la Cochera). El Gordo ejercía la recova por los campos; iba con su motocarro y compraba animales de corral y vendía telas y baratijas. Un día, al motocarro del Gordo se le rompieron los frenos y bajó desenfrenado hasta la fuente del agua, pero no pasó nada. La Margarita, que vivía dos casicas más arriba de la familia Losa, y la María la Alta fuero picadoras de esparto en su juventud; picaron incluso en una fábrica de mazos que hubo en el Menjú, e iban andando hasta allí y cruzaban la barca con el barquero.

Guillermo del Madroñal compró la casa del Tío Martín (al lado vivía su hijo, Pepe Martín, que enviudó y se fue de la Cuesta de la Villa). La Margarita y la María la Alta eran de un tiempo, y también se marcharon al otro barrio con noventa y largos, pero muy lúcidas hasta el final de sus vidas. Guillermo del Madroñal va en los cien años y lee todo lo que pilla (yo le suministro libros y otras publicaciones; hoy mismo, mi última novela «La patria que nos queda»). La Paquita de los Cuadros comenzó su negocio de enmarcaciones en la Cuesta de la Villa, enfrentico de la casa de Guillermo y de la Paca del Madroñal, mi madre, que también se fue al cielo de las mujeres buenas y trabajadoras de antes. (La casica de la Paquita de los cuadros tenía una plantica baja tan pequeña, que para dar la vuelta a las piezas de madera de cortar los marcos Ricardo y ella tenían que salirse a la calle.) Allí bajaba a veces Hipólito molina a venderle obras de pintores, como Párraga, a los que él prestaba marchantía. A Hipólito Molina, persona culta donde las hubiera, le encantaban las obras de arte y tenía las paredes de su casa en la Calle Diego Tortosa, de suelo a techo, llenas de cuadros.

Más abajico de la casa de la Tía Francesa, en la Cuesta de la Villa, vivían Andrés y la Remedios, y un hermano solterón de ella: el «Chache». Al Chache le gustaba jugar al ajedrez y le encantaban las novelicas del Oeste, de Marcial Lafuente Estefanía, que mi amigo Antonio (su sobrino) y yo íbamos a cambiárselas a la Casetica del Coque, en la Calle La Tercia, junto a la carpintería de los Cocos; el Coque cobraba entonces un durico por el cambio de cada novela del Oeste. Y la vida pasaba.

©Joaquín Gómez Carrillo 

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"