Basuras arrojadas desde hace años en el entorno protegido de la Atalaya |
El otro día voy caminando por la acera de una popular avenida de Cieza (yo casi siempre me desplazo de una parte a otra de la ciudad andando; el coche, mejor en su cochera, guardaíco), en donde hay terrazas de cafeterías con clientes charlando animadamente, donde existen bancos públicos para sentarse, los cuales están ocupados las más de las veces por personas mayores, que refieren siempre las mismas cosas del pasado mientras contemplan atónitas el discurrir del presente (fue un acierto, cuando hace unos años la concejalía de servicios municipales mandó colocar en todo el pueblo bancos de hierro, algo incómodos para el trasero, pero resistentes y a prueba de vandalismo). Entonces oigo un estruendo terrorífico que aumenta al acercarse hasta producir daño en los tímpanos. Se interrumpen las conversaciones de la gente y algunas personas se llevan las manos a taparse las orejas. “¿Qué será esto, Señor, que parece que llega la fin del mundo...?” Era un “quart”, o como demonios se llame a esa especie de motos de cuatro ruedas que algunos de los que les sobra el dinero se compran para ir molestando. El fulano, en actitud gamberra, circulaba a escape libre atronando la vecindad, consciente de que a su paso arruinaba la paz y el derecho a la calidad urbana de vida de las personas.
Tiempo atrás, en mi recorrido casi todas las tardes hacia la orilla del río, paso junto a un punto de recogida de residuos urbanos; consta de cuatro contenedores soterrados: orgánica, cartón, envases y vidrio. No hace falta explicar a nadie donde debe echar cada cosa, ya somos grandecicos para saberlo. Entonces veo aun hombre que viene arrastrando una especie de cubo de basura con ruedas; se acerca a las bocas de los depósitos, levanta la tapa donde pone “orgánica” y vierte el contenido de su carrito: son botellas, varias decenas de botellas. Le manifiesto al hombre “mi confusión”, relativa a los letreros y al vertido de vidrio que acaba de hacer en el contenedor de orgánica. Entonces, casi furioso, despotrica contra el Ayuntamiento por la supuesta falta de un contenedor de vidrio de los de “campana”, por eso tira las botellas “donde le sale de los cojones” –dice.
Hace un par de meses, estoy sentado con mi padre en un parque público, viendo plácidamente ocultarse el sol por el Almorchón, mientras él no deja de contarme historias, acumuladas en su cabeza desde hace 92 años. Y Observo unas zagalas que pululan más allá, por donde hay unos parterres con rosales floridos. Entonces veo que una de ellas va provista de unas tijeras y está cortando las rosas a placer, quizá para llevárselas a su casa y ponerlas en un florero. “¡Oye, eso no está bien!” –le protesto. “¿Son tuyas acaso...?”, responde descarada, y continúa con su proceder.
Más de un año hará, al salir una tarde de mi casa observo que viene por la acera un señor con un perrazo pastor alemán; el animal va suelto, sin correa ni collar, y camina varios metros delante de él. Me paro en el poyo a ver qué ocurre y, está claro, el perro viene flechado a sumar su generosa meada al quicio de mi puerta, donde otras personas han permitido a sus mascotas dejar sus sucias “marcas” día tras día. Entonces hago un aspaviento al animal para que no levante la pata y prosiga su camino. El señor se molesta de que yo “moleste” a su perro. Le digo que lo que debería hacer es llevarlo ataíco al menos, “que esto es una vía pública”. Me manda a paseo y me dice que “me meta en mis cosas”.
¿Es esta la sociedad que queremos? ¿Estamos progresando hacia unos modos de convivencia más respetuosos, o todo lo contrario? ¿Cuando los dirigentes hablan de “progreso”, utilizando algunos incluso el término como marchamo político, a qué progreso se refieren? (No sé qué general solía decir que sus tropas nunca retrocedían en la batalla: cuando tenían que batirse en retirada, daban media vuelta y seguían “avanzando”). ¿Esta sociedad, en algunos aspectos, ha dado “media vuelta” y sigue “progresando” hacia atrás? Miren, no basta el progreso en lo económico ni en permisividad para gozar de todas las libertades habidas y por haber. Una sociedad no puede entenderse como progresista si ampara o se despreocupa del “retroceso” en lo personal de sus individuos, retroceso en valores tan importantes como el respeto. Creo que el primer mandamiento de una democracia es el respeto, en el sentido pleno e integral. Pero entonces hay que admitir la paradoja de que en una sociedad “libre”, las libertades están condicionadas: no existe una libertad absoluta, pues sería el caos que llevaría a la decadencia. Y los condicionantes de las libertades no son otra cosa que las propias normas cívicas. De manera que si los individuos no adquieren, o no han mamado, la suficiente educación en valores para aceptar y respetar las reglas de convivencia, la sociedad tiene que reaccionar con sus leyes y sus mecanismos coercitivos y protegerse.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 20/08/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
Parto de la base de que todos los padres y madres y abuelos y abuelas cuyos hijos e hijas y nietos y nietas (si al llegar aquí has perdido el guión de la lectura -no me extrañaría- échale la culpa a quien la tenga) afirman que, aunque los amigos y amigas de sus hijos e hijas y nietos y nietas sí que beben, su hijo o hija o nieto o nieta sólo bebe agua; eso cuando no justifican las borracheras, el meadero público, la suciedad y, como dicen los mayores, sabios ellos, la indecencia y desvergüenza. ¡Son jóvenes, tienen que divertirse! Dicen que el valor de una sociedad se mide por cómo trata a sus mayores. Yo añadiría que también por cómo se divierten sus jóvenes...
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