Pasadizo en el pueblecico de Gandria, a orillas del lago Lugano (Suiza) |
Lugano es una bella ciudad encastrada entre montañas y a orillas de un hermoso lago. Nos hallamos en la parte Suiza fronteriza con Italia, de habla italiana. (El país alpino esta conformado por cantones diferenciados principalmente por la lengua: la zona de habla francesa, la parte donde se habla el alemán y la región cuyo idioma es el italiano. Las tres lenguas son oficiales y todos los suizos no tienen por qué saberlas ni hablarlas las tres. Sin embargo nadie tira de la manta por la cuestión idiomática y se sienten todos muy a gusto perteneciendo a la “Confederación Helvética”).
No me sorprende la limpieza de sus calles y plazas. No me extraña el gusto con que embellecen sus edificios ni la exquisitez con que los comercios engalanan los escaparates (chocolaterías y relojerías se llevan la palma). No veo nada de extraordinario el que sus parques, bien cuidados y respetados por la gente, ofrezcan bellas estampas en el entorno urbano. No me extraña el perfecto funcionamiento de los transportes públicos ni la educación cívica de sus habitantes. No veo nada de raro porque eso es lo normal y lo deseable en una sociedad educada. Lugano, sin lugar a dudas, es una ciudad donde debe dar gusto vivir, pienso.
Mi hija Victoria Elena me esperaba en el aeropuerto de Bérgamo; desde allí iríamos en autobús hasta la estación central de Milán, donde tomaríamos un tren hasta Lugano. A la llegada a Italia, la tarde estaba encapotada y el avionzucho, de una de esas líneas de bajo coste que opera entre Alicante y la referida ciudad de Bérgamo, se dejó caer desde los diez mil metros como una hoja muerta hasta perforar el colchón de nubes y dejarnos ver de súbito por las ventanillas los prados verdes, ya a un tiro de piedra. En seguida entramos en cabecera de pista y el aparato se posó suavemente; tras ello el piloto difundió por los altavoces unos acordes triunfales de música y algunos pasajeros, aliviados por el soponcio del vuelo en condiciones de piojos en costura, aplaudieron.
La estación central de Milán es un edificio monumental inaugurado en 1931, que ha sido posteriormente modernizado y reacondicionado hasta constituir en la actualidad un importante nudo ferroviario que conecta por tren con las principales capitales europeas. (Allí, en las máquinas expendedoras de billetes, observé que ponía un letrero en español: “Cuidado con los carteristas”. ¡Oño!, pensé, ¿tan “tontol’habas” somos los españoles que nos tienen que alertar contra los pillastres italianos en estos lugares?, y me eché mano a la cartera rápidamente).
Como al otro día era domingo, mi hija y yo nos fuimos a hacer un senderismo por el monte. Lugano, con un precioso y larguísimo paseo lacustre (no tengo muy claro si la ciudad le debe el nombre al lago o el lago a la ciudad), está guardada por dos cimas emblemáticas: el “Pico Salvatore” a un lado y el “Monte Bre” al otro. Un autobús urbano nos trasladó hasta arriba de este último (el servicio público de transporte asciende con regularidad a la referida montaña porque todas sus laderas de la vertiente sur que dan cara a la ciudad están plagadas de casas). En un collado próximo a la cima del Monte Bré hay un minúsculo núcleo urbano con su iglesia y su cementerio. Allí dejamos el bus y, mochila a la espalda, iniciamos el andarillo. Lo primero otear el paisaje desde la cima, donde hay una ermitucha y a donde se llega subiendo una interminable escalinata que parece la “escalera del cielo”. Lo segundo comenzar el descenso bosque a través por la cara este hasta llegar a nivel del lago.
Desperdigadas por las laderas boscosas vimos algunas casitas, cuya construcción burla la casi verticalidad del monte y en las que se cultivan caquileros y kiwis en jardincitos aterrazados. Casi dos horas de bajada por senderos alfombrados de hojas y abocamos a la orilla del lago Lugano. La niebla lo cubre esa mañana cual un velo de novia; sin embargo, conforme se eleva el sol, la neblina se disipa a rodales y vemos a lo lejos algunas barquitas y el barco, más grande, que conecta regularmente, con horario de precisión suiza, las poblaciones que hay en torno al lago.
Entonces llegamos a un bello pueblecico, que por la inclinación del terreno parece a punto despeñarse y caer al agua; con callejuelas imposibles, llenas de rincones laberínticos, escaleras y pasadizos. Es “Gandría” y tiene una iglesia, cuya torre quiere buscar el cielo desde la opresión del bosque, a punto de caerle encima. Desde allí, Victoria y yo, con las cámaras a rebosar de fotos, nos dirigimos bordeando el lago hacia la ciudad de Lugano por un pintoresco sendero que se llama “del Olivo”, construido por los “Amigos de las Oliveras”. ¡Qué casualidad, Mosqui!
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 30/01/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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