INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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29/10/23

Cincuenta años atrás

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 Entrañable imagen de José Antonio Carrillo, un referente ciezano para niños y jovenes, mostrando la medalla de oro conseguida en el último campeonato mundial, en Budapest. (Fotografía de María José Carrillo)

Por entonces ya le habían cambiado el nombre a la asignatura y había dejado de llamarse «FEN» (Formación del Espíritu Nacional); en 1973 era «Educación Cívico Social», y, como todo, evolucionaba con algunos cambios de contenido, o al menos se le empezaba a llamar de otra manera, como a todo. Mas el profesor era el mismo, el Señor Mendoza, buena gente, vaya por delante, quien tanto nos había recalcado durante el bachillerato el «discurso fundacional de la Falange, por José Antonio Primo de Rivera» y la «inamovilidad» de las «Siete Leyes Fundamentales», cuyo conjunto de estas quería asemejarse a una «constitución» del régimen de Franco. (Luego, a finales 1976, ¡lo que son las cosas!, las Cortes franquistas serían «convencidas» por el rey para aprobar una «octava» Ley fundamental, con la cual, sometida incluso a referéndum nacional, se obraría el milagro de la transición: pasar de una legalidad dictatorial a una legalidad democrática sin pegar un tiro.)

Mi amigo José Antonio Carrillo, hombre de una nobleza extraordinaria, le había dicho a su padre que quería ser médico. Recuerdo que, desde su temprana adolescencia, era de una admirable determinación: sabía lo que iba ser, a dónde quería llegar y, pronto, con quién recorrer su proyecto vital. Le conocíamos bien, pues era nuestro compañero de clase en el instituto, en aquella aula de COU «D», de Medicina (aunque Leonor, la bedel, para llamarnos por los altavoces, decía siempre «de dedo». «¡A ver, que pasen al examen los del cou de, de dedo!»).

El profesorado de aquel curso (1973-1974) nos era muy conocido, al menos para los que habíamos empezado desde primero de bachillerato en aquel centro (ahora denominado Instituto Diego Tortosa). Algunos eran muy jóvenes, como Don Jerónimo, un cura amigable que nos impartía la asignatura de Religión de una forma peculiar y, sin duda, acorde con lo los tiempos del panorama nacional que se avecinaba, donde todo era nuevo día a día, y con nuestras expectativas de juventud a las puertas de la universidad. Nos ganaba para su confianza, Don Jerónimo, con canciones de Patxi Andión y con poemas de Miguel Hernández. (Cristo versus la vida moderna o Cristo en la vida moderna; depende de cómo se mirase, ¿verdad?) Me marcó Don Antonio Salas en su momento, o en todos los momentos para ser sincero; y Don Jerónimo en otro momento muy especial de mi vida de estudiante y de observador de aquella sociedad emergente, de donde empezaban a salir del «armario político» las ideologías latentes, con cierto malestar o incomodidad del «búnker», que se desmoronaba y se caía sin remedio como las hojas amarillas de los árboles en otoño.

El Señor Mendoza era un hombre moderado y condescendiente con los que no nos tomábamos muy en serio su asignatura. Fumaba. Entonces se fumaba en clase, en los pasillos, en los despachos; todo el mundo fumaba, por activa o por pasiva. A este profesor lo recuerdo con el cigarro entre los incisivos; materialmente mordía la boquilla del cigarrillo. A mí me decía «Gómez» desde el año 68 en que ingresé para hacer primero, que entonces él era jefe de estudios y nos hacía formar en la puerta para entra a clase, y, los lunes en la mañana y los sábados a medio día, se subía o bajaba bandera, respectivamente, entonando una canción muy bonita del Frente de Juventudes: «Si madrugan los arqueros». Nada de aquello nos adoctrinó ni nos traumatizó; yo lo recuerdo con cariño. Pero en COU, y en el setenta y tres, toda aquella parafernalia había pasado a la historia. Se barruntaban otros tiempos.

La casica familiar de mi compañero José Antonio Carrillo, en el Balcón del Muro, adosada a un lienzo de muralla de la antigua fortaleza del pueblo, miraba hacia la privilegiada estampa del  río, la huerta y el Pico de la Atalaya. Nos visitábamos los compañeros de clase: Jesús Lucas, Juan Manuel Lucas, Ramón Ortiz, Pepe Cano, Teodoro García, Paco Pax, Alfredo Marín…, íbamos los unos a las casas de los otros, quedábamos para estudiar por las noches, para ir al cine (Alfredo era nieto del dueño del Capitol y nos metía en «butacas» con la entra de «principal»), o para dar una vuelta «nocturna» y sentir las calles vacías en la madrugada, pues todo cerraba a la media noche y la gente estaba dentro de sus casas.

La profesora de Biología era Doña Isabel González, que había ejercido años antes de maestra en el Maripinar, en un aula provisional que existió encima del Bar de Julio, a la cual se accedía por una escalera exterior (luego construirían la escuela rural algo más arriba, junto a la carretera, cuya docente fue Doña Maricarmen Lucas Ros, mi maestra). La asignatura era muy interesante y la profesora, un bálsamo; estábamos encantados. Más dura, en cambio, era la Física y Química, impartida por Doña Alicia; ¡madre mía, qué rigurosa era explicando el «Átomo de Bohr»! En Francés, Don Aurelio, un poeta en bicicleta; era su medio de locomoción (el director, Don Jesús Pinilla, aún tenía un «Seat 1500», que Pepe Ortiz, el conserje, lo limpiaba con una bayeta amarilla, de las de borrar los encerados).

El padre de nuestro compañero Juan Manuel, Manolo Lucas («Manolo de la Gabina»), tenía el contrato de subir todas las noches las cartas de Correos a la Estación, a las 12 en punto, que pasaba el tren Correo hacia Madrid. Algunas noches, dejábamos los libros sobre la mesa y subíamos con su hijo en la furgoneta a llevar las sacas. Y José Antonio Carrillo, algunas noches también, salía en silencio de su casica del Muro, cuando su familia se iba a dormir, y se venía a estudiar a la mía, humilde, de la Cuesta de la Villa.

El Señor Mendoza, el día 20 de diciembre de aquel año 1973, bien nos acordaremos, entró al aula muy serio y nos mandó a casa; habían asesinado al presidente del gobierno —dijo el hombre, consternado— y no procedía dar clase como si la vida siguiera igual. No siguió igual; los muertos por terrorismo, ¡maldita ETA!, se apilarían durante los años siguientes, ya en democracia, hasta casi el millar.

A José Antonio Carrillo, ya por aquel tiempo, se le despertaría su vocación por el atletismo, compaginando después la carrera universitaria de Medicina con el ejercicio del deporte de competición en Cieza. Fundaría el «Club Atleo» y promovería la famosa «Pista del Colacao», ¿se acuerdan? De los caminos de la Atalaya, mi amigo Carrillo (un referente ciezano para la juventud de varias décadas), pasó a triunfar como entrenador por el mundo, en los campeonatos internacionales y en varios juegos olímpicos, sin perder nunca aquella sencillez, aquella humildad y aquel tesón de entonces, cuando fuimos compañeros de clase en el instituto, hace ahora cincuenta años.
©Joaquín Gómez Carrillo

 

1 comentario:

  1. Joaquín asin camina las personas honestas muchas gracias por tu artículo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"