INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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27/8/23

¡Ya está aquí la Feria!

 .

Castillo en el Arenal del Puente de Hierro (fotografía de Francisco Rodríguez)

Emoción, esa es la palabra que mejor define la víspera del día de San Bartolomé, patrón de Cieza. Y aunque las fiestas cambien, pues cambia la vida y cambia la sociedad entera con el curso del tiempo, y aunque cumplamos años y hayamos visto ya tantas cosas, no importa, seguimos manteniendo siempre una especial emoción por la llegada de nuestra Feria, por el castillo en el Arenal del Puente de Hierro, por el bullicio de las tascas en la Plaza de España, o por el pito, tan característico, de los coches de chocar, allá abajo en el solarón aquel, apartado y terragoso, del Camino de Murcia (por cierto, he visto que, después de cuarenta o cincuenta años, aún sigue la empresa «Autos García», la que recuerdo que invernaba con la pista en el Solar de Doña Adela).

En mi primer verano como empleado del Ayuntamiento (aún no habían convocado plazas en propiedad y me hallaba con un contrato laboral de seis meses, después de haberme hinchado a estudiar y hacer exámenes para formar parte de tres bolsas de trabajo (cuando yo llegué ya se había acabado aquello que decía  la gente que «se entraba al ayuntamiento con el carné del partido en la boca»; ¡y una eme!), el concejal correspondiente me mandó a contar mesas de terrazas de bares la víspera de San Bartolomé. ¡Vaya marrón! Nos mandó a mí y a otro compañero que era funcionario, es decir, que tenía su plaza ganada por oposición. El otro, claro está, dijo «¡que las cuente Rita la Cantaora!». Sin embargo yo, a ver qué iba a hacer…

Ya saben cómo se pone el muro de la Calle Cubico la noche del castillo: ¡abarrotao! Y la regla en muchos casos es que «los últimos serán los primeros». Tú te vas tempranico, buscas el mejor sitio y te posicionas, solo, en pareja o en familia, y dices mira qué bien que estamos aquí, que vemos toda la zona de los fuegos artificiales y sin nadie delante. Pero, ¡ay!, la felicidad dura poco en la casa del pobre, y llega una pandilla, que no solo se colocan al lado, donde ya no caben en la primera fila, sino que se te echan encima y empiezan a no dejar correr el aire; y te toca junto a ti alguien con sobrado panículo adiposo, que suda por los cuatro costados, metiendo el body hasta desplazarte a la segunda fila; y, como tú eres prudente, das un paso atrás y dices «sea lo que dios quiera». Porque ya han tirado dos avisos y el río de gente es incontenible, ¡no cabe un alfiler!, y la del body sudoroso ha colocado media docena delante de ti, y ya piensas que te darías con un canto en los dientes si ves algo de repeloncico por entre ellos.

El concejal, que era más agarrao que las aldabas para administrar los fondos públicos, se maliciaba que algunos bares sacaban mesas por un tubo y pagaban muy poquicas o no pagaban ninguna. El concejal había mirado la ordenanza de las terrazas y había dicho «¡aquí hay tomate!»; pues el Ayuntamiento necesitaba perras y había que sacarlas de los negocios que se estaban escaqueando. ¡Madre mía, la noche del castillo y yo con la carpetica bajo el brazo! Pero bueno, si quería que me renovaran el contrato, tenía que ser «bien mandao». Así que empecé tempranico, pero no tanto, porque el número de mesas de las terrazas iba aumentando según llegaba la avalancha de gente. Además, la cosa no era para multar, que eso tenía que hacerlo la Policía; lo que el concejal pretendía era darles un sustillo y que fueran voluntarios a declarar las mesas y aflojar la guita.

Ya hacía bastantes años que únicamente disparaba el castillo del río en la noche del veintitrés de agosto. (Saben por qué se llama «castillo», ¿a que no lo saben? Pues se lo voy a decir: miren, sin dar la paliza con datos históricos, pues la pólvora la inventaron los chinos hace siglos, resulta que los antiguos se divertían construyendo verdaderas estructuras de madera, a modo de fortalezas o castillos, y las llenaban de fuegos de artificio y bombas de mucho ruido; de manera que se lo pasaban pipa imaginando que en tal «castillo» ardía en llamas hasta el apuntador. Luego ya inventaron los cohetes con caña, que como saben, se elevan y hacen «¡shhh!» y hacen «¡pum!», y dejaron de construir la pesadez aquella de los «castillos» de madera.) Pues como les decía, con la marea humana derramada por la Calle Cubico, Fortaleza del Muro, Balcón de la Victoria y toda la zona de los Pajeros, tiraban el tercer aviso sobre las diez de la noche y comenzaba el castillo. ¡Truenos a mansalva, hasta el esclavegío final del gordo! Aunque, echando la vista atrás, me gustaba mucho más el que tiraban en la Esquina del Convento la noche del 24 de agosto. Créanme, no había color. (Eran los tiempos del concejal «Pepetrueno».)

En la carpeta llevaba unos impresos para rellenar las actas. Llegaba al dueño o encargado del bar y, en un aparte, le decía «buenas, que vengo del Ayuntamiento», y mostraba mi credencial de «inspector de tributos»; un carné con mi foto y los sellos municipales. La verdad es que no sé si eso era muy legal, el que me nombraran inspector de tributos siendo un vulgar contratado laboral; pero bueno, las administraciones hacen lo que quieren, ¡madre mía! Hace poco visité un ayuntamiento de otra provincia y, hablando, les pregunto a las chicas que cuántos funcionarios había, y ellas responden que funcionario, sólo uno: el secretario; el demás personal, contratado; o sea, que compulsan documentos, registran, manejan el padrón municipal y acceden a los datos personales privados de todo el mundo, sin ser funcionarios. Y así en la mayoría de los sitios, que se lo digo yo, que he pasado por ello. Porque un funcionario tiene que superar una oposición ante un tribunal, tomar posesión de la plaza jurando o prometiendo la Constitución y publicarse su nombramiento en el BOE; por eso tiene presunción de certeza en el ejercicio de sus funciones. Eso quiere decir que si un policía te pone una sanción por saltarte un semáforo en rojo, luego no puedes alegar que no era cierto y que es tu palabra contra la suya.

Las palmeras ascendían desde la orilla del río y se abrían como hongos de colores, mientras el personal (también la del abundante panículo adiposo que te aprisionaba con sus sudorosos relieves) miraba hacia arriba y abría la boca «¡ahhh…!». Aunque, para emoción, cuando esas palmeras sonaban a cañonazos de guerra a nivel de los adoquines en la misma puerta del Palacio de Justicia, y abarcaban con sus paraguas de fuego y colorines el edificio del Convento, el del Asilo y la central de Telefónica, que estaba frente a la Horchatería Valenciana.

Los bareros, y ya termino, se portaron bien, con respeto; admitían su fraude e incluso me firmaban las actas. Hasta que uno, un fresco mal educado, con la calle llena de mesas y sin licencia, me montó una escandalera: bandolero él, me mandó a robar a Sierra Morena. A mí, un mandao, un pardillo con un contrato laboral en el aire.
©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"