INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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6/8/23

Balsas, baños y bicicletas

 .

Balsa de los Rovira, más arribica del Maripinar

Antes de que el alcalde Francisco Lucas Navarro mandara construir el Polideportivo Municipal, con sus magníficas piscinas, allá por los primeros años de la década de los setenta (Paco Lucas «Ginerre» ocupó la alcaldía de Cieza desde 1969 a 1976), la gente, en verano, iba a bañarse a diferentes sitios, destacando en primer lugar el río, con sus diversas playas; la principal y con más afluencia de familias, la del Arenal del Puente de Hierro; también estaba La Presa, que allí no había playa, sino una maravilla de remanso de agua, limpia y clara; tanto, que se podía beber.

Yo nunca estrené bicicleta propia. A mi padre, cuando vino de la mili, le compró una el suyo para que fuera a ver la novia y a trabajar; y luego, andando el tiempo, oxidada y machacadas las gomas de las ruedas por los años de arrumbe en las cámaras del pajar, y en vista de que no me traían los Reyes Magos una (sí que me habían traído una pequeñita cuando tenía cinco o seis añicos, y con aquella se «espacharon» los de Oriente), decidí heredar la de mi padre por las bravas, llevándola en c’al Panaero, en el Camino de Murcia, para que le lavara la cara un poco y poder usarla.

Además del río, la gente iba a bañarse también a las balsas. A la del Madroñal acudían muchas personas de diversas edades y posición social. Y eso que las balsas de riego, normalmente tienen posos en el fondo, cuando no cieno, ovas, gusarapos, renacuajos, escarabajos de agua, larvas de libélula y ranas. Pero eso no importaba; con el calor apetecía el chapuzón; así que, teniendo bicicleta, mucho mejor, pues decidíamos ir hasta la balsa de alguien que no pusiera objeción y pegarnos un baño.

Para quien no lo sepa, La Presa ya no es La Presa; ahora es un lugar aceptable para el baño en el río, con su especie de playa pedregosa de cantos rodados, su zona de árboles que dan sombra, sus bancos para sentarse y merendar; todo muy bien,  ¡fabuloso!  Pero de «Presa» solo tiene el nombre. Pues lo de entonces era un gran remanso producido por una bonita presa, construida con piedras y estacas de madera. ¿Y qué pintaba aquella presa de peñones y estacas? Muy sencillo, era una obra proveniente del siglo XIX, y de ella partía un canal o «acequión» (así lo tengo yo en un mapa antiguo») conocido por los ciezanos como «El Cauce», aunque muchos pronunciaban «Caúce», cuya finalidad era mover una industria de esparto mediante batanes, un molino harinero (el del Lavero) y además producir un chorrico de electricidad en un pequeño salto con turbina,  cuyos kilovatios se comercializaban con el nombre de «Santo Cristo», y del que partía una línea de alta con postes de madera hasta el Maripinar, para darle luz a la fábrica de mazos de picar esparto de Zafra.

En primero de bachillerato yo vivía con mis abuelos en la Calle Calderón de la Barca, y, cuando iba por las mañanas para el instituto (no tenía nombre porque nada más que había uno, para Cieza, Abarán y Blanca), veía a un compañero, mi amigo el artista Pascual Lucas Motellón (hijo del «Ministro»), que venía del Maripinar con su bicicleta, hasta la casa de su abuela, que estaba en la Calle Nicolás de las Peñas (hoy Calle Salzillo), junto a la carnicería de la Concha y de Manolo de los periódicos; allí desmontaba, guardaba la bici y se iba con los libros en la mano. De modo que yo me dije «por qué no», y desempolvé la vieja bicicleta Orbea de mi padre, robusta, resistente y, por supuesto, pesada como el plomo, con portaequipaje de hierro para poder cargar varias arrobas, con faro de luz larga y corta, y con una dinamo francesa que, siendo mi padre mozo todavía, le había traído su tío Miguel Camacho una de las veces que fue a la vendimia a Francia.

El dieciocho de julio era la efeméride del «alzamiento» militar del treinta y seis. Los obreros recibían una paga extra con ese nombre: «dieciocho de julio» (para que tuvieran memoria de la «hazaña»). Mi padre era mediero, y la señorita le anunciaba que irían a bañarse ese día a la balsa del Madroñal, ella, con sus criadas, y demás familiares. Mi padre entonces limpiaba la balsa como el jaspe y la dejaba llenar hasta rebosar. Luego, en el día señalado (señalado en rojo en los almanaques), llegaban los señoritos en un par de coches de punto y se bañaban a placer; no tenían otro lugar, pues al río o las acequias iban otras gentes.

El Cauce también era excelente lugar para el baño, y, junto al puente de la Isla, cuyo lecho seco está ahora lleno de basuras, antes había tal nivel de agua, que los zagales se subían como monos a los árboles de la orilla y se tiraban hincados. El Cauce, no deberían de haberlo dejado perder, ni la presa hacerse polvo. Tendrían que haberla reparado cuando se le produjo un portillo con una de las riadas de entonces; pero, lo que pasa en este pueblo, que las cosas se abandonan y se pierden. Rota la presa y seco el Cauce, su lecho fue tomado por las fincas lindantes, y ya solo queda un trocico porque da salida a un «escorreor» de la acequia de los Charcos que hay más p’allaíca de la Ermita.

A la bicicleta Orbea de mi padre (de un solo piñón y un solo plato) le hice tantos kilómetros, que ya se caía a cachos: era mi «caballo de hierro»; subía al Madroñal con pedaladas de escalador y bajaba a tumba abierta  por los caminos de piedras. Una vez, al salir del trabajo al medio día en la fábrica de conservas de Los Guiraos, de la Estación (ahora solo queda la chimenea, allí en medio de un erial de escombros y basuras, expuesta a las impiedades de los agentes meteorológicos y a las malas condiciones del terreno, que pugnan por tumbarla si dios no lo remedia, porque lo que es el ayuntamiento, ni caso), cogimos las bicis y nos fuimos a bañarnos a la balsa del Gallego, en Las Ramblas. Luego, pedaleando a toda pastilla por la Cuesta de Santalarroz, regresamos a punto de que Lucas, el encargado, ponía en marcha las máquinas.

Una vez inaugurado el «Poli», y quizá con la intención de que la gente lo tomara, empezaron a decir que el baño en el río no era apto, pero daba igual: las diversas playicas, como la de los Álamos, en la Isla, o la de la Zarza, frente al Molino Cebolla, eran un hervidero de bañistas. Y las balsas, cuales la de la Herradura, frente a la venta de Julio del Maripinar, o la de Rovira, entre la pinada y frente al que fuera el Barranco de los Burros, excelentes para el chapuzón veraniego.

©Joaquín Gómez Carrillo

 

1 comentario:

  1. Anónimo7/8/23, 6:02

    Muchas gracias amigo Joaquin por la mención,.... La enorme cantidad de datos cronológicos que aportas hacen que despierten en mi memoria gratos recuerdos de aquella infancia.

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"