INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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27/2/22

Manantiales: el Madroñal

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La arruinada Fuente del Madroñal en una foto de 2009; en primer término se aprecia el mochón triste de la enorme higuera de tres brazos, bajo cuya sombra almorzara placenteramente el famoso tenor Miguel Fleta

Desde hace unos años hacia acá ha retrocedido siglo y medio; ahora, rota la tubería y sin nadie que se preocupe del mantenimiento, el agua cae por el barranco alimentando baladres y juncos, y formando charcos o pozas donde abrevan las cabras montesas o se revuelcan los jabalíes. Es el famoso manantial del Madroñal, y es el destructivo paso del tiempo.

En 1870, mis tatarabuelos, Isabel y Joaquín, vinieron con su prole desde la villa de Abarán y se asentaron en este lugar, en este privilegiado espacio a las faldas de la Sierra del Oro. El señorito entonces, un tal «Doblones», con muchos billetes en la cartera, que había adquirido aquellas parcelas de tierra a pie de monte, mandó demoler la pobre construcción existente, una casucha techera, refugio de ralenqueros pastores, construida con palos retorcidos de los pinos de la sierra, y edificó una gran casa de dos plantas con techumbre de colañas de madera del Canadá. La familia de mis ancestros traía cinco hijos: entre los cuales estaba, Félix Gómez Gómez, que con el tiempo se dedicaría al comercio y fundaría la extensa saga de «los Félix», panaderos y honrados comerciantes de Cieza; María, que sería la matriarca de la estirpe de los «Liberatos», y Guillermo, mi bisabuelo, que ejercería de continuador de la obra de su padre en la finca del Madroñal.

Mas por aquel tiempo del último cuarto del siglo XIX el agua del manantial principal se perdía por el barranco (como vuelve a ocurrir hoy por abandono y desidia); lo cual, durante siglos, había originado otras surgencias al pie de la sierra, más cercanas a los ralencos de oliveras centenarias que habrían plantado dios sabe qué antecesores (algunos decían que «los moros», a saber…); estos manantialillos secunarios  se aprovechaban de forma escasa en alguna balsica reducida, pues aquellas tierras privilegiada estaban aún por explotar. Mi tatarabuelo entonces acometió una empresa importante, un trabajo de chinos: recoger el agua a boca de manantial, en mitad de la Sierra del Oro, y construir en la finca una gran balsa de riego para sacar mejor producción a aquellos bancales.

Por los años sesenta del siglo XX, mi padre, Guillermo, viajó en moto hasta Cartagena, por encargo de la Señorita, para comprar una partida de tubos de hierro de los barcos y reponer la vieja tubería de barro de décadas atrás. Aquella vieja tubería de gres (barro cocido), soterrada, que reventaban las raíces de los pinos, había sido colocada por mi bisabuelo Guillermo y por su hijo, mi abuelo Joaquín. Pero cuando eso ya habían pasado «cien años de soledad» y el agua seguía formando aquella fuente famosa, donde acudían tantas personas y donde un día almorzara de forma placentera el famoso tenor Miguel Fleta.

Pero retrocediendo a mi tatarabuelo, con sus hijos abaraneros, éste fue el artífice de conducir el agua sierra abajo, cosa bien difícil en aquellos tiempos. Lo hizo entonces, ¡pásmense!, construyendo una canalilla formada por miles de tejas de cañón; tejas que mi tío-bisabuelo Félix acarreaba con una mula y un serón de pleita desde la primitiva tejera del abuelo de «los Sánchez», en las Lomas del Madroñal.

La balsa, generosa, de unos dos metros de profundidad, hecha con muros de piedra y cal grasa, serviría de piscina para los señoritos en verano (los pobres, los medieros, ni siquiera sabían nadar; un pastor de mi bisabuelo Guillermo tuvo la mala fortuna de caer un día en ella y se ahogó). La finca, con el trabajo duro de todos, se iría convirtiendo en un vergel: frutales de toda clase, naranjos, limoneros, mandarinos. Y tras la plantación de una extensa viña, el Señorito mandaría construir un segundo cuerpo a la casa con lagar, prensa y una gran bodega, sobre la cual había enormes cámaras para la paja y el heno.

A lo largo del tiempo, a la Fuente del Madroñal ha acudido gente de toda la vecindad a llevarse agua para beber, pues ésta tenía excelente calidad y, aunque nacía en la parte alta de la sierra (hasta los sesenta no hubo pistas forestales, sino sendas de leñadores), la conducción de la tubería se mantenía en perfectas condiciones y el chorro nunca dejaba de manar. Los ganados abrevaban, las mujeres subían a hacer su colada y muchas personas del pueblo se desplazaban con moto, coche o bicicleta, a llenar su garrafica de agua. Luego, con la pista forestal que pasa justo al lado, la afluencia de personas con vehículos llegó a ser cuantiosa.

Cuando mis tatarabuelos, Joaquín e Isabel, se hicieron viejos, regresaron a su pueblo de Abarán; no así sus hijos que enraizaron en Cieza. Mi bisabuelo Guillermo siguió apegado a la tierra y a la maravillosa fuente de agua. Éste, casado con Antonia («la Roja»), mantuvo su morada en la Casa del Madroñal y tuvo cinco hijos: mi abuelo Joaquín, el primogénito y continuador en la línea familiar de medieros del Madroñal; mi tío-abuelo Isidro, que movilizado en el ejercito del Ebro, huido a Francia, apresado por los nazis y superviviente al fin del campo de exterminio de Manhausen, permanecería exiliado en el país vecino, donde se casó y tuvo siete hijas; y mis tres tías-abuelas, Isabel, Manuela y Soledad, las cuales quedaron analfabetas por ser mujeres, pero que lucharon a brazo partido para salir adelante en la vida. ¡Cuánto lavarían, a puño, en la Fuente —fría hasta helarse en invierno—, del Madroñal!

Cuando mi abuelo Joaquín se vio mermado de fuerzas por la edad y el mucho trabajar, se trasladó con mi abuela Josefa a una casica techera que habían comprado con esfuerzo en el ensanche del pueblo y dejó las riendas a su hijo mayor, mi padre Guillermo. El agua seguía fluyendo y la tierra, regada por el sudor de todos, daba buenos frutos; y cada 18 de julio, la balsa debía estar llena a rebosar y limpia como una patena para que se bañaran a placer los señoritos. La rueda no cesaba de girar y todo se repetía de la misma manera generación tras generación, hasta los años sesenta, en que la vida comenzaría a cambiar; el gobierno apostaría por el programa educativo de «igualdad de oportunidades», cuyo buque insignia eran las «becas salario». A partir de entonces comenzarían a llenarse las aulas de los institutos y de las universidades con los hijos de los hiladores del esparto, de los simples braceros, de los jornaleros de la tierra y de los medieros de los señoritos.

Pero en relación con el manantial del Madroñal y el vergel perdido de su finca, hemos de aceptar que en el Universo rige una ley desde el instante cero del Big Bang: «todo tiende al caos». Y a veces, o casi siempre, con el tiempo, es vano el esfuerzo por domeñar la naturaleza. Al final se impone el caos y las aguas vuelven a sus antiguos cauces. Hoy, la maravillosa agua del manantial del Madroñal, recogida por mi tatarabuelo y aprovechada siglo y medio por mi estirpe, se pierde de nuevo entre las peñas del barranco, alimentando juncos y baladres.
©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"