INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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12/9/21

Un recuerdo andaluz, III

 .

El Almorchón, entre la tierra y el cielo

Mohamed no es que fuera un moro rico, pero se notaba que el muchacho tenía buen pasar; era como de veintitantos años —yo iba a cumplir 29— y estudiaba en la universidad de Casablanca (Marruecos). Luego me estuve carteando con él un tiempo, en francés. Lo conocimos, mi mujer y yo, en el camping de Marbella, donde según les contaba a ustedes en el artículo anterior habíamos acampado el día en que llegamos de Torremolinos (corría el verano de 1983).

Nos gustó aquél porque era un cámping pequeñito, con mucho arbolado, cerca del pueblo y a orillas de la playa. Solo había un «pero» (la felicidad completa no existe): que estaba a un nivel más bajo que la carretera, la N-340, que entonces unía la Junquera con Algeciras y que en la provincia de Málaga bordeaba la costa; pues yo me acordaba del infernal accidente del  «Cámping los Alfaques», ocurrido cinco años antes en Tarragona: un camión cisterna cargado hasta los topes de propileno cayó sobre dicho cámping y abrasó cientos de personas.

La playa marbellí era excelente, de arena fina y entrada al mar muy suave; únicamente había que hacer acopio de valor para meterse en el agua, pues estaba fría como el granizo; ya que por el Estrecho de Gibraltar entran fuertes corrientes de agua del Océano Atlántico, y toda la costa de Andalucía recibe influencia de esa agua oceánica con una temperatura más baja, o sea, nada que ver con el mar en Alicante o en Murcia.

Por las tardes salíamos a Marbella, que por algunos lugares se veía lo que entonces llamaban «la beautiful people» (la gente guapa, con perras), pero solo por determinados sitios, el resto era turismo de medio pelo como nosotros, que cenábamos en restaurantes corrientes y tomábamos helado junto al Parque de la Constitución, mientras que Ana Sofía —nuestra hija de veinte mesecicos— montaba en un tiovivo.

A un lado de nuestra parcela había unos de Archena que pasaban allí el verano, pues el marido, o la mujer, o los dos, trabajaban en Marbella y en el cámping vivían a gusto, con la playa a 50 metros, ¿para qué pedir más? Al otro lado estaba Mohamed, solo; al parecer había venido en sus vacaciones estudiantiles a conocer Al-Andalus, la tierra de sus antepasados. Algunas noches le decíamos: «¡Mojamé, ven pa’cá y cena con nosotros!», y el muchacho, muy educado, se traía su sillica y picaba un poco de lo que poníamos en la mesa. «Mojamé, ¿has probao alguna vez el rioja?» —le dije. «No, no, merci, pa de alcohol» (él parlaba franchute). Pero yo porfié: «¡Venga, que el profeta no te va a decir na!» —lo tenté, hasta que el pobre pecó. Y en las siguientes noches reincidió en su pecado. Yo se lo daba con queso, que es como mejor se toma el vino. Luego se iba a su tienda a dormir y yo abría el libro de «La Conjura de los necios», de John Kennedy Tool, bajo la luz de mi lamparica de 12 voltios, y me reía un poco.

Una mañana fuimos hasta Puerto Banús, por gusto de ver amarrados los lujosos yates de los supermillonarios, de los jeques árabes, de los grandes empresarios, o de los chulos y mangantes de la pasta de este país. Entonces todo era más sencillo: no había barreras para pasar a muchos lugares, que ahora es imposible visitar, pues están los guardias jurados de la porra, que te preguntan si eres socio, si tienes carné, si llevas invitación o si eres de la «jet set» marbellí, y, claro, te calan en seguida, que ellos saben más que las cucalas, y te vuelven para atrás. «Ahí no pued’usté parar el coche» —te advierten, que es lo mismo que decir: «¡Largo, váyase!»

En Puerto Banús había tiendas y escaparates como en lo más guay de París o Londres, donde entraban a probarse trapos fulanas estiradísimas (o que no tenían donde caerse muertas y aparentaban). Esta urbanización, con su puerto deportivo, de los más importantes de Europa, la realizó un tal José Banús en 1970, el cual había empezado a medrar como empresario en la construcción del Valle de los Caídos contratando presos políticos, o sea, negocio redondo. Luego, siendo ya personaje adicto y favorito del régimen (el «régimen» en los tiempos de Franco era algo invisible, pero con enorme poder), construyó barrios enteros de Madrid. En cada época siempre ha habido fulanos que amasan fortunas o dan grandes pelotazos.

Otro día subimos a Ronda, el corazón de Andalucía. No en vano allí se celebró en 1918 la famosa «Asamblea de Ronda», la primera con un proyecto andalucista federativo, en la cual se aprobó la bandera y el escudo de Andalucía propuestos por el famoso escritor y político Blas Infante —al que, como a Lorca, le darían matarile los sublevados en agosto de 1936.

Mis referencias sobre esta ciudad se las debía por entonces a Paco Buitrago, hombre simpático y con mucho aplomo para conversar, que solía visitar la tienda de Ortuño, donde yo trabajaba. Un día que volvía de Murcia de probarse un coche —Paco era de gran estatura y aseguró que él elegía marca y modelo de auto por las dimensiones del espacio para conducir—, contó en mi presencia los detalles de un viaje que había hecho a esa localidad andaluza.

Por San Pedro de Alcántara tomamos la carretera, que curveaba como una serpiente, ecaramándose a la Serranía: ¡cincuenta kilómetros de cuesta arriba!; desde el nivel del mar hasta setecientos y pico metros de altitud. Pasada una urbanización que se llama «El Madroñal», un enorme cartel anunciaba: «¡Está usted rondando Ronda, la verdadera Andalucía!».

A través de la puerta de Almocábar, por la parte amurallada, entramos en la ciudad del famoso torero Pedro Romero, y, pasando luego el icónico puente sobre el Tajo (el «Tajo de Ronda» se llama al cortado de roca por cuyo fondo, con 120 metros de profundidad, corre el río Guadalevín), dejamos el R-5 en el solarón del destruido mercado de abastos, donde diez años después construirían un gran parador de turismo, y nos fuimos los tres a tomar unos churritos con chocolate.

©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"