.
Cumbre espinosa de rocas puntiagudas del monte «Los Paredones», en el límite del término municipal de Cieza con Abarán
La última vez que nos vimos y estuvimos
charlando con verdadero afecto y comiendo juntos, fue el 23 de noviembre de
2019. Habíamos quedado unos cuantos compañeros del instituto para celebrar
nuestra vieja amistad, imperecedera, que arrancaba medio siglo atrás, en los
tiempos de la adolescencia, cuando existía un solo instituto, en un barrio
desangelado, a medio trazar, con las calles de tierra y grandes solares donde
había carreras de hiladores o sesteaban los ganados de cabras. El centro
educativo, al que la gente aún llamaba «los Salesianos», con la iglesia de San
Juan Bosco anexada en su proyecto original, se denominaba entonces «Instituto
Laboral» (en alguno de cuyos patios, todavía sin emparejar, se notaban los
hoyos de haber arrancado las oliveras, y todos los lunes por la mañana y todos
sábados a medio día se izaba y se bajaba bandera, respectivamente, cantando una
canción del Frente de Juventudes).
Paco Martínez Rojas, algo menor que yo, era de mi
misma promoción de bachillerato, solo que por los apellidos yo estaba en el
grupo A y él pertenecía al grupo B, aunque para algunos actos docentes nos
juntábamos los dos grupos, bien en el salón de actos, bien en la iglesia de San
Juan Bosco, territorio este último muy conocido por nosotros, donde en ratos
libres pegábamos balonazos en su atrio o los patios traseros del templo, o
visitábamos con asiduidad la «Casetica del Salva», que estaba justo en la
puerta. Al salón de actos, recuerdo que solía llevarnos Don Antonio Salas, a
los del A y a los del B juntos, los lunes por la tarde, bien para darnos sus
charlas humanistas sobre lo que éramos y en lo que estábamos convirtiéndonos,
bien para leernos el maravilloso cuento «Boliche, Coruquete y Don Tilín», de
Enrique Castillo Fernández. Mas a pesar de estar Paco Martínez Rojas en un
grupo y yo en el otro, teníamos un amigo íntimo común: Lorenzo Guirao Sánchez
(quien daría su nombre al Hospital de Cieza), y, claro, ya lo dice el dicho: el
amigo de mi amigo es mi amigo.
Don Francisco, como le llamaba siempre mi mujer, fue
luego mi médico un montón de años (aún llevo su nombre en la tarjeta
sanitaria), y lo fue no solo mío, sino de mi familia: de mi esposa y de mis
hijas. Y siempre, siempre, estuvimos encantados con sus servicios facultativos
y sus acertados diagnósticos y prescripciones y su trato amistoso. A él
acudíamos como doctor, como nuestro médico de familia, y alguna que otra vez
también lo hice como amigo; y su valioso consejo me fue en esos casos de gran
consuelo y utilidad para el alma, pues a veces, cuando la enfermedad de tu ser
querido consigue ponerte de rodillas, necesitas saber qué hacer y dónde
agarrarte. En esos momentos unas frases sinceras, sabias, y valiosas por sus
conocimientos de la medicina, pueden darte un poco de luz y seguridad sobre el
camino que has de recorrer para llegar al final.
Paco Martínez Rojas, por otra parte, fue también
alcalde de Cieza, desde octubre del año 2000 hasta mayo del año 2003. Su acceso
a la alcaldía tuvo lugar mediante la famosa moción de censura (única habida en
el ayuntamiento democrático ciezano). Me explico:
Resultó que en las elecciones de 1999, el Pepé, que
cuatro años atrás había desbancado con mayoría absoluta al Pesoe (¿se acuerdan
del cartel en blanco y negro de mi pariente José Antonio Vergara?), en el
noventa y nueve —digo—, con Paco López como primer espada, sólo sacó 10
concejales (victoria pírrica, que diría aquél), y, como no hubo acuerdo entre
los partidos de la oposición, a pesar de los cohetes que habían tirado la misma
noche electoral, automáticamente, por ley, fue investido alcalde el cabeza de
la lista más votada: Don Francisco López Lucas, «Paco Hierro», que diría la
gente con segundas, por su relación con la industria «Hierros López». De manera
que, a trancas y barrancas, con minoría, gobernaron los peperos durante un año
y cuatro meses, el tiempo que tardaron los sociatas en ponerse de acuerdo con
Izquierda Unida (incluido el cambio de sus dos únicos concejales de esta
formación por otros dos más dispuestos a negociar). De manera que el 30 de setiembre
del año 2000 (sábado sabadete en el calendario), todo ya preparado, las
negociaciones llegadas a buen puerto, claro el reparto de poderes, fijos los
sueldos que se iban a poner, las delegaciones que iban a ostentar y el pescado
vendido, se convocó un pleno extraordinario y se le dio la vuelta a la
tortilla. (El lunes siguiente, día 2 de octubre, sobre las nueve de la mañana,
llegaron a pie a la Casa Consistorial el flamante alcalde, Paco Martínez Rojas;
Jesús Ruiz, concejal que ejercería la delegación de Personal cual elefante en
cacharrería para algunos funcionarios; y Francisco Luena, el siempre escudero
fiel.) Luego, Martínez Rojas ya no se presentaría a las siguientes elecciones
municipales del 2003, y el Pesoe, bajo la «era Tamayo», no tendría nada que
hacer durante unos cuantos años.
Durante el tiempo que Don Francisco, mi médico titular,
tuvo un periodo prolongado de baja y durante su excedencia por el cargo público
de alcalde, ejerció de doctora interina en su puesto Doña Virtudes, excelente
médica, que un día, así hablando, resultó ser hija de Don Ángel y Doña Gloria,
la maestra de la escuela del Ginete, y que, siendo ella una niña, subía con sus
padres y su hermano al Madroñal a por agua, en un Seiscientos (¡madre mía lo
que cabía en un Seiscientos!: toda una familia y cuatro garrafas de agua, de
aquellas grandes de cristal, de arroba, forradas con anea), y mi padre le
dejaba la burra aparejada con las aguaderas de pleita para subir a la fuente.
Después, la doctora Yanelki, gran profesional, lleva ya años en el puesto del
Dr. Martínez Rojas, quien nos dejó el 26 de mayo de 2020.
©Joaquín Gómez Carrillo
No hay comentarios:
Publicar un comentario