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Hace
algún tiempo que me viene rondando por la cabeza este tema y he decidido
abordarlo por fin como dios me encamine. Miren, nuestra sociedad derrocha
recursos, de todo tipo; derrocha energía, alimentos, agua, partidas económicas,
etc. Solo hay que parar un poco y darse cuenta de cómo en nuestra forma de vida
(hablo de España, aunque otros países ricos no le irán mucho a la zaga) se
tira, se desaprovecha y se desprecia un montón de cosas necesarias y buenas. Y,
ojo, esto no quiere decir que nademos en la abundancia, no; lo que pasa es que
mientras hay sectores de población que sufren carencias de lo más básico para
vivir, otros, incluidas las administraciones públicas, malgastan a troche y
moche.
Pero a lo que voy es que, entre tanta cantidad desaprovechada de recursos en esta sociedad consumista, insolidaria y derrochadora, hay uno fundamental que muy pocas personas se detienen a pensarlo; se trata de las altas capacidades que poseen, en todos los ámbitos, las personas jubiladas; máxime cuando hay enorme cantidad de ellas que pasa a depender del sistema nacional de pensiones a edades relativamente tempranas, es decir ¡por debajo de los sesenta! ¿Cómo no va a preocupar la gran carga económica que soporta el sistema de pensiones? Mientras que por «un saco roto» se está dejando perder una inmensa cantidad de talento humano.
Miren, una de las características de nuestra cultura occidental es que entendemos el trabajo como una carga («…es una lata el trabajar», decía Luis Aguilé); necesario para vivir, pero una obligación, casi bíblica, de «ganar el pan con el sudor de la frente». Y derivado de este sentir general, se contempla el paso a la jubilación como una «liberación». Se concibe esa etapa de la vida como de merecido descanso y disfrute de «todo» el tiempo libre, y como una posibilidad de materializar proyectos o llevar a cabo ilusiones que, en edad laboral, había sido imposible por la sujeción de horarios o escaso tiempo disponible.
Pero a fin de cuentas, te jubilas y dices «¡ya está!, y ahora qué». «¿Tengo ocupaciones para llenar el tiempo libre?» Porque lo que más cansa es no hacer nada. «¿Tengo hobbies, algo que realizar…?» A lo mejor no hay billetes para estar viajando en exceso, o para darse a la vida regalada de forma continua; oye, que hay pensiones, pensioncillas y pensiones de hambre. Algunas personas han tenido que ir al psicólogo por el trauma «posjubilación», o sea, que el retiro les ha «costado una enfermedad». Yo conozco algunos que los han tenido que «echar» del puesto de trabajo por sobrepasar en exceso la edad de jubilación. Los hay que tienen miedo a no hacer nada; horror al vacío.
Pero de una forma o de otra, tanto los que les agobia el cese de su actividad laboral, como los que se jubilan jóvenes todavía (hechos unos pimpollos, ¡madre mía!), son mujeres y hombres muy válidos socialmente; cada cual en los suyo, cada cual con sus capacidades y sus habilidades. Pero a pesar de ello, la sociedad los «aparca», los deja en «vía muerta» y ya no cuenta con ellos, con su valía, con su formación, con su experiencia con su talento. Es un derroche social; ¿no les parece?
Visto desde el lado opuesto, habrá quien diga que se merece el «no hacer nada», el vivir el resto de su vida a cargo de la sociedad sin dar más de sí que lo que aportó en toda su vida laboral. Muy bien; es un punto de vista admisible, respetable y que las leyes contemplan. Otros piensan que la pensión vitalicia de jubilación es la «devolución» de todo lo que habían cotizado en sus años de trabajo. Eso es solo relativamente cierto. El sistema de pensiones en España es solidario, es decir, uno no acumula lo cotizado para luego cobrarlo, no (eso funciona así con los planes privados de jubilación nada más); en realidad, uno cotiza para mantener el sistema y luego cobra de este cuando ya son otros los que lo mantienen. A veces pasa que, tras cuarenta años cotizando, uno se muere y no «recobra» nada de su aportación. Otros, llegan a hacerse muy viejos y obtienen del sistema mucho más de lo que aportaran. Eso es el sistema solidario de pensiones.
Mas la idea que subyace en todo esto es simple: la sociedad mantiene de forma solidaria un ingente número de pensionistas que no aporta nada; solo devengan de las arcas públicas ¿Oiga, pero es que ya aportamos cuando estábamos currando? Muy bien, pero ahora ustedes, jóvenes, sanos, bien formados, con capacidad y experiencia, están cobrando (algunos suculentas pensiones, ¡eh!) y no contribuyen, aunque sea en pequeña medida, a la mejora social. Hablo, si no me han entendido ya lo que pretendo decir, de hacer voluntariados. Nada de obligaciones, nada de madrugones, de esfuerzo penoso, de responsabilidad estresante. No, nada de eso. Pero sí un poquito de colaboración; que uno pueda sentir que sigue siendo útil a los demás, que la sociedad no le ha vuelto la espalda («toma, cobra tu pensión, que ya no vales para otra cosa»).
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