Es víspera de Reyes cuando les escribo este artículo; y esta será una rara noche de «Reyes Magos», sin la célebre cabalgata. Pues una de las cosas que nos está quitando este maldito virus, aparte de los abrazos y los besos, cuando no la felicidad y la vida, es la celebración de nuestras fiestas.
En Cieza, desde hace muchos años, los «Reyes Magos» venían del Maripinar; se divisaban con su rumor de tambores por la curva de los olmos, cruzaban los puentes de los Nueve Ojos y de Hierro, para entrar al pueblo subiendo la cuesta del Muro; después, pasando por la puerta de la tienda de Ricardo, llegaban al Rincón de los Pinos y enfilaban la Calle Larga. Y todo gracias a la OJE, que por tradición ha sido siempre la organizadora de este bonito evento (¡madre mía, el frío que pasábamos bajo el eucalipto del puente cuando mis hijas eran pequeñas! Siempre recuerdo esta noche del día cinco de enero como la más fría del invierno).
Luego, y durante unos años, al final del recorrido, llegaba la cabalgata a la Plaza de España para escenificar el «Auto de los Reyes Magos», una pieza de teatro medieval basada en estos personajes «medio evangélicos» (Mateo, el evangelista, solo habla de «…unos magos que venían de oriente», sin decir ni siquiera cuántos eran, ni otra condición social; y ya es en el siglo III después de Cristo cuando se les asigna la categoría de «reyes» y se determina su número; hasta hoy en día que «sabemos», o nos hemos inventado, sus nombres y su pintoresca composición multirracial). Un año, siendo alcalde Paco López, como era tan campechano, participó estoicamente, con un frío glacial que hacía en la Plaza de España aquella noche, en los diálogos de esta peculiar pieza dramática. En fin, cosas de nuestro pueblo…
Si no recuerdo mal, en 1972, me metieron en la cabalgata, ¡de negro y con la cara llena de betún! No de «rey», cabalgando hermoso corcel, ojo, sino de esclavo de a pie, con unos leotardos con «patatas», unas sandalias como las de los «armaos» y una antorcha encendida en la mano. Y les diré por qué fue: Resulta que en otoño del año anterior me había decidido a desarrollar mi vocación espeleológica, o sea, a meterme en las cuevas. Para ello, y haciendo las cosas como dios mandaba, debía pertenecer al grupo GECA de la OJE, por tanto era necesario que me afiliase a dicha organización (la OJE entonces aún conservaba reminiscencias políticas falangistas, cuyos uniformes incluían signos de viejos imperios, como el «yugo y las flechas» de los Reyes Católicos, o la «cruz de Jerusalén con el león rampante»; y, por supuesto, se cantaba el «Cara al sol» y se homenajeaba la figura del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera). Yo quería hacer espeleología; por eso había ido al local, o «Club del guía», que estaba en la Esquina del Convento, cuyo conserje era mi apreciado pariente Antonio Carrillo, y había pedido mi afiliación.
El grupo GECA de entonces lo componían espeleólogos tan carismáticos, como mis amigos Pascual Yuste, Manolo Dato, Salvador Susarte, Antonio Salmerón, Joaquín Parra, Juan S. Llamas, Juan Luis Sandoval, Pepe Hurtado, Paco Cano o Eduardo López Pacual…, y otros que me dejo. Estos establecieron un severo protocolo para el acceso de los «neófitos» al grupo, que lo éramos Pacual Lucas, Pascual Salmerón, Natalio Rubio y un servidor. Debíamos superar un cursillo de varias semanas, compuesto de teoría y de práctica, y que acababa con un examen en toda regla. Sin embargo, ya aprobados y a punto de sentir el orgullo de ser espeleólogos del GECA, aún nos sometieron a otra prueba, ajena al montañismo, la cual era condición sine qua non: salir en la cabalgata de los Reyes Magos. Yo, todo hay que decirlo, tuve el honor de que me «maquillara» el rostro un artista plástico, y actual escultor famoso: Salvador Susarte. Ignoro qué mejunjes llevaba aquella pintura, que luego en las duchas del Instituto, por más que me restregara con jabón y estropajo, no se me quitaba ni pa dios, y volví a mi casa con la cara algo cetrina y con olor a brea por detrás de las orejas.
Por entonces se unía a la mentada cabalgata, creo que cerrando la misma, un camión de Transportes Ciezanos, agencia que tenía su sede en los bajos de la Torre de la Plaza de España: era el camión de los regalos, que repartían a algunos niños en la Esquina del Convento (si no me equivoco, alguna vez hacía esto el propio Ignacio Balsalobre, concejal del ayuntamiento y trabajador como el primero en su propia empresa de transportes, que era la citada). Ni que decir tiene que después fui uno más entre los míticos espeleólogos del GECA y llegué a ser jefe de grupo y continuar los trabajos de exploración, estudio y cartografía, entre otras, de la Cueva del Puerto, ahora «echada a perder» por el afán político de meter gente en una caverna que por sus dimensiones, dificultad y naturaleza «solo es apta para espeleólogos», un crimen contra una joya de la geología, descubierta y dada a conocer en revistas científicas, hace más de cincuenta años, por el grupo GECA de la OJE de Cieza. Las cosas de la vida…
Bonito relato. A través de tus palabras nos has trasladado a la noche mágica,una noche en la que pequeños y no tan pequeños esperan con ilusión.
ResponderEliminarEste año no ha podido ser,la salud, como bien dices, es lo que prima y ojalá que la magia de la Noche de Reyes convierta la desesperanza en bienestar para la humanidad.
Un abrazo Joaquín.
Muchas gracias estimado lector/a anonónimo/a. Celebro que la lectura de este artículo haya aportado, al menos, un gramo de añoranza por la verdadera patria que nos queda, que no es otra que la memoria de lo vivido en nuestra niñez.
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