Cedro de 1880, Luchón (Francia). Este aún nos enterrará a todos
Es
una tragedia. Esto no tiene comparación con las migraciones que realizaban
nuestros padres y abuelos para buscarse la vida en Francia o en Alemania; o
aquellas otras migraciones de españoles que embarcaban rumbo a la Argentina o a
Venezuela anhelando un mundo mejor. No. Nuestros emigrantes de entonces, aquellos
de la canción de Juanito Valderrama que tantas lágrimas hacía derramar, no se
echaban a un mar o a un océano a vida o muerte; no tenían que venderlo todo y
ponerse en manos de traficantes de seres humanos para correr el riesgo de que
los dejaran tirados en mitad de una travesía y perecieran como «mercancía» de
poco valor. Es verdad que el hambre (aquí en nuestro solar ibérico y en los
tiempos injustos de la España pobre) daba muchas «cornás» (eso decía el
Cordobés, aquel muchacho desgreñado que agarraba los toros por los cuernos y
cuyas ovaciones grabadas servían para adornar los discursos de Franco). Es verdad
que eran tiempos grises, deprimidos, de paro y miseria, y muchos hombres, bien solos,
bien con la esposa y los hijos, se subían a un tren llevando en la mano una
maleta de cartón y atravesaban la frontera por Portbou en busca de horizontes nuevos.
Pero aquello era distinto a lo que está ocurriendo ahora. Esto es otra cosa,
otro tipo de migración.
¿Tiene Europa solución y respuesta a estos flujos migratorios a la desesperada? ¿Elaboran los países europeos planes para estas avalanchas de seres humanos que huyen no solo de las «cornás» del hambre, sino de las que dan las guerras, las enfermedades, las injusticias, el miedo y la inseguridad. ¿Tiene España, en concreto, una política seria de inmigración? ¿Qué objetivos se plantean los gobernantes españoles al respecto de los miles y miles de personas que llegan maltrechas a nuestras costas, y eso cuando no pierden la vida en el intento? ¿Nos estamos insensibilizando ante este sufrimiento, esta tragedia humana?
Creo que dada la enorme importancia que supone la constante llegada de migrantes a nuestro país, debería existir un «ministerio de Inmigración» con verdaderas políticas de estado, como el de Exteriores, sin veleidades partidistas del momento, que son a veces como fuegos de artificio de cara a los medios de comunicación, y luego nada. ¿Recuerdan el recibimiento mediático del barco Aquarius en el puerto de Valencia, en junio de 2018? Un campanazo publicitario de lo buen samaritano que era el gobierno gobernante español. Desembarcaron 630 inmigrantes, atendidos por legión de sanitarios y todo tipo de medios (aunque días después se olvidaran de ellos o se los endilgaran a Cáritas, que la Iglesia tiene espalda ancha); pero miren, ese fin de semana, al tiempo del famoso desembarco, portada en todos los noticieros, habían llegado 1.200 personas en pateras a las costas andaluzas, sin cámaras, sin publicidad y, lo peor: como siempre sin saber qué hacer con ellas; y así día tras día.
Actualmente los flujos migratorios llegan a diario a las costas españolas, a Andalucía, a Murcia y, últimamente, en mayor cantidad a Canarias. ¿Hay un plan inmigratorio al respecto o se va «capeando el temporal» con la misma política de siempre? Hacinarlos en recintos sin condiciones medianamente aceptables, meterlos donde sea, mantenerlos encerrados en cualquier lugar, incluso en hoteles, para luego ¿qué? ¿Dejarlos ir a la buena de dios, o de alá, y que se busquen la vida? ¿Devolverlos en la medida que se pueda o que lo acepten terceros países africanos a cambio de dinero? (Marruecos cobraba una pasta gansa por aceptar devoluciones; los dejaban allí en «tierra de nadie» un tiempo y luego, pues ya organizaban los pobres migrantes nuevos asaltos, cada vez más virulentos, a las vallas de Ceuta y Melilla).
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