Grupo de personas en la Esquina del Convento (Cieza) cumpliendo con la obligación de llevar mascarilla para evitar el contagio del Covid-19 (fotografía de Fernando Galindo) |
Como en todo lo que tiene repercusión social, de cualquier índole que sea, siempre está en nuestras manos el hacer las cosas mejor: comportarnos de la forma más correcta, pensar en los demás, y, por supuesto, cumplir siempre las normas.
Saben que me quiero referir a la situación de pandemia que vivimos, y no porque nos hayamos acostumbrado a las siempre infaustas noticias, es menos grave el asunto. La situación es alarmante, pero su presencia cotidiana entre nosotros ha hecho que nos relajemos bastante, quizá demasiado. Recuerden cuando el ébola: solo murió aquel pobre misionero repatriado de África y un perro que fue preciso sacrificar; mas como nadie estaba acostumbrado, cundieron las manifestaciones de protesta, las peticiones de dimisión y otros gritos con saña política. Pero ahora no; después de varios meses, el oído se ha hecho a escuchar cifras nefastas, y ya es como si oyésemos llover. Los gobernantes se toman sus vacaciones y los bares están abiertos: es la «nueva normalidad». En la radio dicen que los contagios se duplican aquí o allá, que los hospitales empiezan a estar otra vez llenos por este lado o por el otro, que faltan médicos, ¡que faltan muchos médicos!, y también oímos que las funerarias tienen cada vez más trabajo. (Ahora es que las cifras fiables parecen ser las de las funerarias; noto que en Radio Nacional de España, la pública, no se da el número de finados según los registros civiles o el INE, que son los organismos públicos competentes para llevar la cuenta oficial de muertos, ahora se van y preguntan a las empresas privadas, a las funerarias: «Oiga, ¿es ahí la funeraria? ¿Me podría decir el número de fiambres Covid que lleva enterrados esta semanica?».)
De forma que ya no nos impacta nada; ya no es como cuando le querían pegar fuego a España por un perro que mató aquel presidente. Ahora por un oído nos entran y por el otro nos salen las noticias: ¡no sé cuántos miles de contagiados diarios! No pasa nada, a mí no me va a tocar, pensamos cada cual. Claro que a quien le pega, le pega; y entonces sí que uno se mentaliza de la gravedad, del sufrimiento y, en extremo, de lo jodía que es la parca, que te deja seco y sume en la tristeza infinita a la familia.
Así somos los humanos: nos acostumbramos a todo, a lo bueno y a lo malo, y entonces dejamos de pensar y de reflexionar. Y una buena reflexión sería: ¿Qué puedo hacer yo para detener los contagios? La respuesta es simple: lo primero es evitar contagiarme yo mismo. ¿Cómo? Pues a estas alturas todo el mundo lo sabe: lo básico es guardar la distancia entre las personas y cubrirse boca y nariz con mascarilla. ¿La mascarilla me protege del todo? No. Las mascarillas, dependiendo del tipo que sean, dan más o menos protección al que las lleva; pero a quien más protegen es al de enfrente, al de al lado, al que está cerca, al que tiene que entrar al mismo local en el que uno se encuentra, al que ha de hablar o conversar conmigo. Yo, con mi mascarilla protejo principalmente a las otras personas. Por eso pido, exijo, que esas personas me protejan a mí con las suyas. A ver si lo hemos entendido: ¿Cumplir con estas normas básicas es un acto de solidaridad? Exacto. Eso es. Del Covid no se puede escapar uno solico, a no ser que se vaya a vivir al campo y rechace toda visita. Si queremos seguir teniendo vida social, como seres sociales que somos, hemos de ser solidarios los unos con los otros: yo miro por ti y tú miras por mí. Es sencillo, ¿no?
¿Es difícil colaborar para evitar los contagios? No señor. Pues aparte del cumplimiento estricto de las normas, los humanos (casi todos) tenemos una cosa que es el sentido común. El sentido común es algo de Perogrullo, es un conocimiento entendible por toda persona, salvo tontas excepciones; el sentido común es aquello que se cae de su peso, que no hace falta explicar. Miren: si en una tiendecica de barrio hay una sola dependienta despachando, lo lógico es que entren los clientes (mujeres u hombres) de uno en uno, ¿para qué van a entrar más si solo hay una persona que atiende? El sentido común me dice que debo esperarme en la calle hasta que salga el cliente que hay adentro.
El problema de gente hablando en las aceras. Bueno, lo primero es que todo el mundo ha cumplir las normas y llevar mascarilla bien colocada; aun siendo así, no debemos formar «barreras» en aceras estrechas e interrumpir el paso a otras personas que, o bien se ven obligadas a pasar «rozándose», o bien han de bajarse de la acera y caminar por mitad de la calzada; y ya, si esas personas que forman tapones en las aceras, además van con la mascarilla en el cuello, en el brazo o en el bolsillo, entonces ¡apaga y vámonos!
El problema de las terrazas. La gente parece no entiende (o no quiere entender, en un ejercicio de indolencia y pasotismo). En las terrazas, que muchas veces casi interrumpen el tránsito normal de las aceras o zonas peatonales por no dejar distancias de paso suficientes, hay que mantener puesta la mascarilla. «¿Cómo como o cómo bebo?», dirán algunos. ¡Hombre, es de cajón! Uno se baja un instante la mascarilla, da el sorbico al café o el trago a la cerveza, o el bocao a la tostada o al churro, y se la empina de nuevo pa seguir charlando. Así se protege al compañero de la mesa y al viandante que tiene que pasar cerca.
Hay cosas que están en nuestras manos el hacerlas. Y si no las hacemos, esto no habrá dios que lo pare.
©Joaquín Gómez Carrillo
Interesante artículo, pero es curioso observar en la fotografía a un señor muy bien colocado con su mascarilla, cuando ese mismo señor se pasea diariamente de bar en bar y sin mascarilla, habló con toda certeza porque mi barrio es uno de los que más frecuenta. En fin, para la foto queda perfecto, pero para la realidad que vivimos un peligro.
ResponderEliminarIndependientemente de este comentario, considero tu articulo muy interesante y una invitación a la reflexión.
Un saludo, Joaquín
Gracias por el comentario. Evidentemente, estos hombres hicieron un "posado" para el fotógrafo. Un saludo.
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