Composición de imágenes de la Luna sobre la torre de la iglesia en Cieza (fotografía cedida por Carlos Lucas) |
Estos días atrás se han cumplido 34 años del paso del cometa Halley. Fue en el año 1986, y volverá a pasar en el 2061 (para entonces, muchos de nosotros ya estaremos calvos). Los astrónomos dicen que este cometa es de los llamados de «ciclo corto», pues 75 años no son nada, y una persona puede verlo dos veces en su vida (los cometas de «ciclo largo» son capaces de tardar miles de años en volver, pero siempre lo hacen, como las golondrinas en primavera). El Halley, en esos 75 añicos realiza su viaje programado desde el «día de la creación». Recorre una órbita muy alargada: viene hacia el Sol y lo rodea relativamente cerquita, pasando por entre los planetas Mercurio y Venus, luego se aleja triunfante, con su gran «melena» gaseosa y arrastrando su cola de millones de kilómetros de larga; se va hasta casi los confines del Sistema Solar, donde hace mucho frío y todo es muy oscuro, sin embargo se da la vuelta y regresa de nuevo. El cometa tiene marcada su ruta como todos los astros y está sujeto a unas leyes que rigen para todo el Universo.
Desde la antigüedad, la aparición de cometas en el cielo siempre ha estado asociada a catástrofes o pandemias. Los sacerdotes del imperio Azteca (hoy México) habían detectado al parecer la presencia de un extraño cometa poco antes de la llegada de Hernán Cortés, para ellos una desgracia, pues lo primero que hizo el extremeño fue prohibir de forma tajante los sacrificios humanos, y como no le hicieron ni puñetero caso («¡amos anda! —pensaron ellos—, a ver si va a venir aquí este español a darnos sopas con honda, con lo a gusto que estamos nosotros ofreciendo los corazones humanos, calentitos, al dios “serpiente emplumada”…»), Cortés, ni corto ni perezoso, los puso en fila y los mandó ahorcar; y, claro, ahí empezó a desbaratarse el trato que había hecho con Moctezuma, de forma que, tras otros graves rifirrafes, los españoles tuvieron que largarse por piernas en la llamada «Noche Triste» (triste sobre todo porque no pudieron cargar con la ingente cantidad de oro que había acumulado para de salir de pobres).
Por el contrario, otras veces, la presencia de cometas ha podido asociarse con algún acontecimiento gozoso. Un ejemplo de ello lo tenemos en la famosa «estrella» que guió a aquellos «magos de Oriente» que se citan en la Biblia hacia el «Portal de Belén» (los magos, no «reyes», se fueron derechicos al palacio de Herodes el Grande y le dijeron a este que tenían la convicción de que había nacido un Rey y venían a adorarle, porque habían visto «su estrella»; entonces el muy taimado monarca les contestó: «Ah, pues decidme dónde lo halláis, que yo también quiero adorarle», cosa que era mentira podrida). Al respeto de la legendaria «estrella de Belén», hay quienes han querido relacionar la con el cometa Halley, puesto que la existencia de éste, cuya aparición hacía cada 75 años (como un reló), era conocida desde un par de siglos antes de que Cristo anduviese por el mundo. Sin embargo no está del todo confirmado, ya que según los cálculos, el Halley pasaría en el año 11 antes de Cristo. Y teniendo en cuenta que nuestro calendario Gregoriano (el más perfecto del mundo), se hizo arrancando con un error de unos 6 años de atraso, es decir, que nuestro año cero no corresponde al nacimiento de Jesús, sino que el muchachico ya andaría por la carpintería de su padre jugando con la viruta, enredando y tocándolo todo. Entonces, una de dos: o los magos llegaron con 5 años de antelación o no sería Halley; pudo ser cualquier cometa de ciclo largo, que apareció, se largó y «si te vi ya no me acuerdo».
Otro cometa que pasó muy cerca de la Tierra en 1996 (diez años después del Halley) fue el Hyakutake. Ese era espectacular. Nadie lo esperaba, porque es un cometa de ciclo largo y tarda en volver la friolera de 15.000 años; y como lo descubrió un japonés aficionado a la astronomía, pues le puso su nombre, ¿qué les parece?; a cualquiera le gustaría ponerle su nombre a un cometa famoso, para pasar a los anales de la astrofísica. Sin embargo, el Hyakutake estuvo casi una semana ahí en el cielo sin traernos ningún anuncio, ni bueno ni malo, que se sepa (yo estaba estudiando Ciencias Empresariales en la Universidad de Murcia y cuando volvía de noche por la carretera podía verlo ahí, ¡precioso!, con su cola de polvo cósmico reluciente).
Ahora, para esta desgracia pandémica que nos afecta, por lo pronto no tenemos ninguna señal celeste, ningún augurio que nos anuncie o confirme esta enorme calamidad global. (Los muy viejos recuerdan un extraño meteoro del cielo en el año 1938: una aurora boreal, que la gente, atemorizada, puesto que es algo rarísimo en nuestra latitud, asoció con la tragedia de la Guerra y la violencia de los bandos contendientes. Al oscurecer se puso el cielo rojo y algunos decían: «¡estará ardiendo Madrid!», y otros: «¡estarán probando un arma de los alemanes!». Pero muchas personas humildes lo entendieron como algo sobre natural, algo proveniente del poder divino que venía a decir ¡basta! por tanta sangre derramada.) Mas en este 2020, año del Covid-19, todavía no hemos recibido la visita de algún cometa o hemos percibido señal celeste alguna que nos indique desde el cosmos lo insignificantes que somos: meros piojillos, víctimas de un microorganismo que no llega ni a ser célula.
¿Y por qué les hablaba de todo esto…? Ah, porque mi hija Victoria Elena nació en el año del cometa, justo cuando pasaba el Halley en primavera.
©Joaquín Gómez Carrillo
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