Coronillas de fraile, Sierra del Oro (foto de archivo) |
He mirado «desescalar» en el diccionario de la RAE, pero no está; se trata de una palabra inventada; a mí me encantan las palabras inventadas. Camilo José Cela, en la película «La Colmena», dirigida por el gran Mario Camus, y basada en su novela homónima, hacía una especie de cameo, o sea, que interpretaba el pequeño papel de un tal Matías, cuyo oficio, con nada de beneficio, era inventar palabras: «¡Yo soy inventor de palabras…!», recuerdo oírlo decir, en la tertulia del café de Doña Rosa, con su voz de trueno que tenía el inmenso escritor gallego de Iria Flavia.
No sabemos quién hace el papel de inventor de palabras en el área del gobierno, si será alguno de los del «comité de sabios anónimos», o será el propio señor Simón, con su voz pedregosa y su imagen sencilla de científico desmedrado al estilo de los eruditos célebres; Einstein, sin ir más lejos, cuanto más reconocido sabio era, más cultivaba ese aspecto descuidado de «doctor chiflado»; o también el sevillano Antonio Machado, una vez sobrepasado en fama de poeta a su hermano Manuel, dicen que era proclive al desaliño indumentario (él decía «torpe»: «…ya conocéis mi torpe aliño indumentario», dejó escrito).
Pero a lo que vamos, en el invento de las palabras, lo más importante es utilizar la lógica; yo por ejemplo, antes de que lo incluyera la Real Academia en su diccionario, ya escribía la palabra «guardiacivil», pues si un agente de la Policía es un «policía», un número de la Guardia Civil, es un «guadiacivil» (¿saben, por cierto, cómo les llamaba la gente a las sardinas saladas o arenques, que venían en botas o cajas de madera redondas? La gente, en los ambientes esparteros de la Cieza de los piojos, decía «un civil», no sé porqué, pero en aquellos años de la necesidad la gente ponía motes a todo, y decía, por ejemplo, cualquiera: «…Yo p’almorzar hoy, me via comer un civil chafao en la puerta», pues era costumbre poner la sardina entre la puerta y el marco en el lado de las bisagras y cerraban esta; la presión, por la ley de la palanca, era descomunal y el jodío civil, el Señor me perdone, quedaba totalmente aplastado en una masa compacta, entonces lo colocaban sobre el pan y con la navaja iban cortando trocitos ¡como si fuera mojama!; pero de esos inventos ya pocas personas se acuerdan, más que nada porque a muchas les da cierto reparo admitir que fueron pobres).
Yo, si quieren que les diga la verdad, no le veo mucho la lógica a la palabra inventada «desescalar», porque a ver, ¿cuál es nuestra situación desde hace dos meses?, ¿cómo nos tiene el gobierno, una vez que se jugaron los famosos «cuatro mil partidos», se permitieron los mítines de la ultra y se llevó a cabo la irrenunciable manifestación estrella del ministerio de la cónyuge del vice? Confinados, ¿no?, o sea, en casita y aplaudiendo a las ocho. Pues el sentido inverso de confinar será «desconfinar»; entonces diríamos con propiedad que ahora estamos «desconfinando», nos hallamos en pleno desconfinamiento y cumpliendo las fases de la «desconfinación» (el desconfinador que nos desconfine… ¡Hay que fastidiarse!).
Pero en fin, si me apuran mucho, podríamos buscar a la palabra inventada «desescalar» una razón, digamos, teleológica; me explico: los escaladores escalan montañas (yo fui espeleólogo y bajaba simas que luego había de escalarlas para salir), y dicen que es más difícil descender una pared o un pico, que subirlo. O sea que escalar, para un buen montañero, es como coser y cantar, pero ¡amigo!, lo complicado viene en el descenso, la «desescalada»; y ahí es donde puede estar la lógica: en que la pandemia ha escalado los picos del contagio ella solita (bueno, y con la inestimable colaboración de los humanos descuidados y de los responsable tardos en aplicar medidas previsoras eficaces), pero lo complicado del asunto es hacer que todas las curvas bajen hasta morder el polvo del eje de abscisas (quiero decir, que llegue el día en que no hayan más contagios y por ende no más enfermos, y por ende ningún muerto.
Los montañeros, muchas veces «desescalan» una cumbre de forma rápida y segura: ponen una cuerda y en un periquete descienden hasta la base y a otra cosa mariposa. Pero con el maldito Covid-19, el asunto es mucho más complicado y la serpiente de la gráfica de los contagiados, y aun de los fallecidos, es muy testaruda para doblegar la cabeza, cuando no la empina día sí, día no con los puñeteros repuntes. ¿Y por qué?, ¿por qué, si hemos estado recluidos en casa (salvo los sectores de ciertos servicios), no estamos a estas alturas con cero contagios? Esa es la pregunta del millón. La respuesta ya se la imaginan ustedes: porque nada ni nadie es perfecto: ni las medidas adoptadas, ni el comportamiento por una parte de la población que adolece de poca conciencia social y poca solidaridad con el resto de mortales. Así que toca bajar la montaña por fases, por cordadas no muy seguras, con el riesgo de una caída y rompernos los huesos, con el peligro de tener que invertir el proceso y regresar al punto de partida.
Si es que, ¡ay, ay, ay!, han tardado demasiado tiempo en caer de la burra y establecer obligatorias las mascarillas en los transportes; y todavía no se les ha encendido la bombilla para ponerlas obligatorias en todos los locales públicos. ¡Ay, ay, ay!, cómo se nota que el señor Simón, con todo su golpe de científico, no va al súper o la panadería, intercambiadores de virus perfectos desde la primera castaña, oiga.
©Joaquín Gómez Carrillo
En una escala de acciones previstas para la consecución de un objetivo, en este caso, luchar contra una epidemia, ir cumpliendo de forma gradual con las medidas que se estimaron adecuadas a cada momento con objeto de llegar a poder dominar la situación.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario estimado/a
ResponderEliminaranónimo/a, y por aportar una opinión: la suya.