INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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12/4/20

El zorro del Principito

 .
Palmeral en el paraje Las Delicias, donde estuvo el primer campo de fútbol de Cieza
Como estamos confinados en casa (Unamuno estuvo confinado en la isla de Fuerteventura, Napoleón lo estuvo en la isla de Santa Elena y San Juan Evangelista en la isla de Patmos, donde se le reveló el Apocalipsis), pues una de las cosas más sencillas que podemos hacer es leer libros, y en esas que releo, un poco a salto de hoja, ese cuento tan maravilloso que es «El Principito», de Antoine de Saint-Exupéry. Entonces me da la idea y le grabo a mi nieta Paula el capítulo 21, que es el que trata del encuentro con el zorrico. Se lo leo y se lo grabo en un video, porque no nos podemos ver al estar confinados cada cual en su casa.

Quienes hayan leído el libro se acordarán de esa preciosidad de narración; me refiero en este caso en concreto a cuando el pequeño príncipe se topa por primera vez con un zorro del desierto, que es un animal astuto y a su vez de gran belleza. En la ficción del cuento, el autor lo sitúa en el desierto del Sahara, pero en realidad está construyendo el cuento en relación con un accidente aéreo real que Saint-Exupéry sufrió en el desierto de Siria y estuvo a punto de perder la vida. Pues el autor del cuento fue aviador (entonces no se decía piloto, sino «aviador», y éstos, los aviadores, volaban con unos aeroplanos que eran verdaderos cacharros). Era la época de los famosos aviadores españoles, como Ramón Franco, Ruiz de Alda y otros, que tuvieron la valentía de cruzar por primera vez el Atlántico con aquellos aeroplanos un tanto primitivos. Eran aviadores intrépidos, que se aventuraban peligrosamente a sobrevolar océanos y desiertos, cordilleras y continentes.

Pues el cuento de «El Principito» comienza con el accidente de su autor, en mitad del desierto. Dice que está intentando reparar el motor (los aviadores sabían de mecánica por necesidad, ya que a las tres menos dos se caían y no tenían otro remedio que buscar la manera de poner en vuelo de nuevo su aeroplano), cuando se le aparece por detrás el niño. En la realidad, cuando Saint-Exupéry cae al desierto libio (quería establecer un record de velocidad volando de París a Saigón con un avión que se había comprado entrampádose), lo tienen que recoger unos beduinos, medio muerto por deshidratación. El niño empieza a hacerle preguntas y él (su personaje que representa al propio autor) se da cuenta de que ese niño, surgido de la nada del desierto, de entre las dunas de arena, viene de otro planeta. En realidad es como un ángel salvador en aquella apurada situación (en la del cuento me refiero, pues en la otra real fueron los mencionados camelleros beduinos).

Fíjense si era dura la vida de aquellos pilotos, que el autor, con veintisiete años le dieron trabajo en una línea aérea de transporte del correo entre París y Rabat, y fue destinado a una especie de puesto de socorro que había junto al desierto del Sahara español, y allí se tiró año y medio en la plena soledad de las dunas, con la única misión de buscar a los pilotos que caían cruzando el desierto, ¡dense cuenta!, pues eso era «cosa bastante habitual», y él debía recorrer mil kilómetros o más, sobrevolando el desierto, en busca de algún compañero accidentado y caído en la arena.

Y volviendo al cuento, el niño príncipe pertenecía a otro mundo, al de la infancia, y le aseguró al piloto que venía de un asteroide, el B-612, tan pequeño que «en línea recta no se podía llegar a ninguna parte». Mas otro día (el autor dice que en aquel accidente de ficción llevaba agua para 7 u 8 días, aunque en el accidente real solo llevaba líquido para unas horas), el Principito, que se queda con él hasta que logra repara la avería de su aparato, tiene el encuentro con el zorro, que es una de las cosas más preciosas que se hayan podido escribir.

Nos imaginamos un zorrico de los que deambulan por las arenas del desierto, siempre en busca de algo que echarse a la boca, y siempre huidizo de cualquier aventurero que se encuentre a la vista. No obstante, el animalico, confía el niño y se le acerca dándole los buenos días. El Principito, que viene de otro mundo, no tiene ni idea de quién es esa criatura tan bonita (el niño al verlo se lo dice: «Tu es bien joli…», eres muy bonito). Y el zorro le pone al corriente de quien es él: «Je suis un renard», soy un zorro. Y entablan un diálogo, en francés, de lo más singular. El niño le dice que busca a los hombres para encontrar un amigo (en su planetoide vivía solo y se aburría mucho), y el zorrico le cuenta que los hombres tenían escopetas y cazaban zorros, y que lo único que valía la pena de los hombres era que criaban gallinas; de modo que los zorros robaban gallinas y los hombres disparaban a los zorros. Era cosa muy sabida, le dice al niño. Pero le dice algo más.

Le pide también que lo domestique y le explica al Principito las ventajas de ello y lo que tiene que hacer para lograrlo. Es muy sencillo: «la domesticación es crear lazos». Si me domesticas, le dice, yo seré tu zorro. Ahora soy para ti un zorro entre cien mil zorros, lo mismo que tú eres para mí un niño entre cien mil niños. Pero si me domesticas, le aseguró, tú serás para mí único en el mundo, y yo seré para ti único en el mundo. Entonces el Principito accede, pero no sabe cómo hacerlo, y el zorrico se lo explica: No tienes que hacer nada, le dice, solo sentarte un poco lejos de mí, en la hierba y quedarte ahí quieto; yo te miraré de reojo. Al otro día te sentarás un poquito más cerca, y así nos iremos conociendo, le aseguró el zorro. «Solo se conocen las cosas que se domestican», le siguió explicando, y «los hombres, ya todo lo compran hecho a los vendedores, pero como no hay vendedores de amigos, los hombres ya no tienen amigos…».

Luego, antes de despedirse, que ya eran amigos los dos porque el niño lo había domesticado, el zorro le reveló al Principito un secreto maravilloso: «…solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos».
©Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"