INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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3/4/20

El planeta-paraíso

 .
Paula y su hermanito Antonio durante el confinamiento en casa. (Fotografía de Verónica Gómez Egea)
Cuentan de un planeta que en principio todo él era un paraíso, que tenía las condiciones perfectas para la vida, que era como una casa preciosa y amueblada de forma exquisita para vivir en ella. Este bello lugar del cosmos había sido colocado con mano maestra a la distancia justa de su estrella, que lo iluminaba y le regalaba la energía vital necesaria. Además, dicha estrella, llamada Sol, y reconocida luego como un dios por diversas culturas, era más bien una estrella joven y le quedaba todavía gran reserva de hidrógeno para tirar unos cuantos ¡miles de millones de años!

(Ah, te explico: las estrellas que ves en el firmamento por la noche son como estufas gigantes que funcionan a gas; su energía para estar encendidas no es ni más ni menos que el gas hidrógeno, el cual, conforme pasa el tiempo, se va convirtiendo en gas helio; de manera que los astrónomos pueden calcular la edad de una estrella averiguando su cantidad de hidrógeno y su cantidad de helio. Entonces, si es una estrella nueva, repleta de hidrógeno y sin apenas nada de helio, la llaman «supernova», porque es muy brillante; si tiene ya mucho helio y poco hidrógeno, porque es viejecita, la llaman «enana amarilla»; y si la estrella es toda de helio, o sea, casi apagada, entonces dicen que es una «gigante roja». ¡Cosas de los astrónomos!)

Ni que decir tiene que aquel planeta-paraíso había sido calculado matemáticamente con las dimensiones adecuadas, o sea, ni muy pequeño, como Mercurio; ni muy grande, como Júpiter; de forma que este planeta podía retener una envoltura maravillosa, como si fuera un vestido blanco, un traje hecho a medida: su atmósfera, la cual le protegía de los meteoritos que llegaban perdidos del espacio y de los rayos cósmicos perjudiciales. Su atmósfera también le servía para regular la temperatura y los vientos, para que estos no fueran demasiado fuertes y pudieran arrancar los árboles o llevarse las vacas por el aire como si fueran hojas secas; y por si fuera poco, la atmósfera le proporcionaba la bendición más grande: la lluvia, que como tú sabes, es parte del ciclo del agua. Bueno, también hay que decir algo muy importante, que al planificar la composición de la atmósfera, se había pensado en que fuese la más adecuada para respirar los seres vivos: sencillamente, una mezcla de oxígeno, nitrógeno y pequeñas cantidades de vapor de agua, eso es lo que llamamos nosotros aire. ¡El aire es perfecto para respirar!, ¡qué gusto da respirar una bocanada de aire! En realidad, todo era perfecto en aquel planeta, que ya te habrás imaginado que estoy hablando de La Tierra, el planeta que habitamos.

Pero mira, este planeta-paraíso nuestro había sido puesto, no en cualquier sitio, no en cualquier parte a tontas y a locas, sino en un universo perfecto, con sus leyes físicas eternas e invariables que lo hacían funcionar mejor que los relojes suizos (la gente dice que un reloj suizo es una maquinita que no falla nunca; pues yo te digo que el Universo es la más grande máquina que te puedas imaginar, ¡mil veces más perfecta que un reloj suizo!, dónde va a parar). Por ello, aunque en realidad nadie supiera hasta donde podría alcanzar la inmensidad del Universo, sus leyes físicas, hechas quizá por la más grande inteligencia y sabiduría, estaban presentes y se cumplían en todos sitios, lo cual garantizaba que todo el Universo, todo, todo, en su conjunto, siguiera marchando con la misma perfección en cualquiera de los lugares, por remotos que estos fuesen.

(Te digo todo esto, querida Paula, para que entiendas que hay cosas maravillosas delante de nuestros ojos y delante de nuestra inteligencia que son ignoradas por mucha gente, pero existen y están ahí para nuestro bien, para que el mundo siga y siga girando, y se produzcan el día y la noche, y se sucedan una tras otra las estaciones del año, y tras el invierno venga siempre la primavera.)

¿Pero sabes cuál es la ley más grande de todo el Universo, la principal, la que hace que todos, todos, los astros del cielo, se muevan y den vueltas sin caerse, sin salirse de sus órbitas, como si estuvieran marcados unos caminitos invisibles? Pues yo te lo digo: se trata de una fuerza desconocida, una fuerza enorme y mágica, que ni los científicos más listos del mundo se explican su razón de existir; a esta fuerza la llaman «gravedad». No lo olvides; no existe una energía más grande en todo el Universo que la gravedad, y nosotros vivimos dentro de esa fuerza. ¿Te imaginas que faltase la gravedad? ¡Un desastre!, pues todas las cosas y los seres vivos necesitan la gravedad (por ejemplo, si no hubiera gravedad, no se podría jugar al fútbol, porque el balón, a la primera patada, se iría tan lejos que nadie podría encontrarlo; y si tú dabas un salto, continuabas saltando todo el tiempo sin volver al suelo).

También hemos de fijarnos en la gran cantidad de agua que tenía aquel planeta-paraíso. Alguien pensó que el agua era vital para el desarrollo de la vida; entonces llenó el planeta de agua: ríos, lagos, mares, océanos…; tanta agua había, que en lugar de llamarse «Tierra», aquel planeta debería haberse llamado «Agua». (¿Te imaginas?: «¿De qué planeta eres tú? —Yo, del planeta Agua». ¡Qué chocante sería!) Pues la verdad es que, así contemplado a vista de astronauta, la Tierra, con sus mares y sus océanos, se ve brillante y de color azulado: ¡una preciosidad en el espacio interplanetario del sistema solar! ¡Qué orgullosos deberían estar los terrícolas de su planeta! Sin embargo, lo maltrataban, lo ensuciaban, lo estropeaban. Y hasta hacían que se produjesen cambios climáticos perjudiciales a causa de la mucha contaminación que echaban a la atmósfera.

Piensa que al principio, cuando todo fue preparado para que surgiera la vida en un bonito planeta-paraíso, se tuvieron en cuenta también las temperaturas: que estas no fueran excesivamente calurosas ni demasiado frías, así que la vida pudiera existir tanto en los polos terrestres, como en la zona ecuatorial; tanto en las altas montañas, como en el fondo de los mares, y aún en los desiertos de arena donde no llovía nunca. Si te fijas bien, allí donde parece que no puede haber rastro de vida, la hay. Todo el planeta Tierra no es otra cosa que un gran hervidero de vida; por todos lados bulle la vida.

 Ah, y muy importante, también se pensó que al mismo tiempo que surgía la vida animal a partir de una célula, era necesario que existiera la vida vegetal. Eso tú ya lo sabes, que sin árboles no habría vida en el planeta, pues estos son capaces de realizar una cosa que parece arte magia: «la función clorofílica», o también llamada «fotosíntesis», mediante la cual las plantas se comen el dióxido de carbono, que es malo para nosotros, y nos dan el oxígeno, que es bueno. Pues, mira, lo mismo que te hablaba de las leyes físicas, también están las leyes biológicas y las leyes químicas, que son fundamentales para todos los seres vivos. Nosotros no somos más que química, no lo olvides. Estamos hechos de química. ¡Nuestro cuerpo es una maravillosa fábrica de productos químicos! Con las sustancias químicas de los alimentos que tomamos, el cuerpo fabrica otras sustancias químicas que nos sirve para correr, para pensar o para amar. Sin química no hay inteligencia ni hay amor. ¡Qué cosas tan maravillosas!, ¿no?

(Pero ya te he dicho que mucha gente no se para a pensar esto y no entiende por qué funciona el mundo y por qué las personas tenemos cualidades casi «divinas». Yo te digo que hay mujeres y hombres capaces de realizar cosas como si fueran ángeles, por ejemplo, hacer el bien y salvar vidas; por ejemplo, componer músicas maravillosas, pintar cuadros, edificar catedrales; por ejemplo, tener hijos y criarlos con amor; por ejemplo, construir inventos tan difíciles como mandar una nave espacial sola, a millones de kilómetros de distancia, y sin combustible, ¿te imaginas?, solo moviéndose con la fuerza de la gravedad como si fuera una mariposa que volara de astro en astro, y todo calculado con fórmulas matemáticas.)

Pero tengo que decirte, querida Paula, que debemos proteger en lo posible nuestro planeta-paraíso, la Tierra. Pues la vida y los ecosistemas son frágiles: el aire se puede contaminar, los ríos y los mares se pueden ensuciar, los bosques se pueden extinguir y convertirse en desiertos; las personas pueden enfermar. La vida, en todas sus formas, es digna de protección; y los seres humanos somos los responsables del cuidado de este planeta vivo que nos regalaron para vivir en él. Somos responsables de cuidar de las personas viejas, porque ellas son la parte de la sociedad que conserva más memoria de lo que somos y más valores para lo que debemos ser. (¿Qué sería de nosotros sin valores?, por ejemplo: ¿qué sería de nosotros sin el valor del respeto, o sin el valor de la libertad, o sin el valor de la solidaridad, o sin el valor del perdón?). También somos responsables de cuidar de los niños, porque constituyen el futuro, la continuación de la sociedad (¿qué sería de una sociedad sin niños sanos y bien educados en valores, para que tomen el testigo de los mayores al día de mañana?).

Todo esto te lo digo porque sé que estás al corriente de lo que está sucediendo estos días en todo el mundo, en todo nuestro planeta-paraíso. Un maldito virus está atacando sin piedad a los seres humanos. Alguien podría pensar que es el propio planeta, que se defiende y nos castiga por lo mal que lo tratamos, por tanto plástico que tiramos a los mares, por tantas basuras que tiramos a los ríos, por tantos árboles y bosques que talamos, por tantos pesticidas venenosos que echamos al suelo, por tantos humos que lanzamos a la atmósfera, por tantas ballenas y delfines que cazamos, por tantas bombas que tiran los ejércitos y tantas guerras.

Pero sea de una forma o de otra, este «coronavirus» nos está recordando lo frágil que es el ser humano. Por tanto, hemos de unirnos todos para superar esta pandemia; no importa la raza o el país, porque el maligno virus afecta a todos los humanos por igual. Mira por dónde, si tenemos que sacar una enseñanza de esta tragedia, es la de que todos los seres humanos somos iguales. ¡Todos iguales, querida Paula, no lo olvides nunca!

Bueno, algunas cosas quizá no entiendas todavía, pero yo te escribo hoy esto y, quién sabe si más tarde, con los años, te pueda servir un poquito para pensar que la historia de las mujeres y los hombres, un día tuvo que empezar a cambiar por culpa de un rayo invisible, de un pequeñísimo virus al que no podían vencer los sabios, ni mucho menos los ejércitos ni los reyes.
©Joaquín Gómez Carrillo

2 comentarios:

  1. Anónimo7/6/20, 6:51

    Seguro que Paula ya entiende hoy lo que está pasando y que mañana cuando mire hacia atrás, siempre recordará, con mucho amor, lo que un dia, con mucha sutieza, su abuelo le contó.

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  2. Muchas gracias, estimado anónimo, por el comentario amable.

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Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"