Flor de la jara o estepa. Nunca fue más apropiado decir que la arruga es bella |
Escucho la canción «Resistiré», del Dúo dinámico. Escucho muchas canciones; también escucho la canción, para mi gusto, más fantástica de Rocío Jurado: «En el punto de partida»; ¡qué mujer en los escenarios!, ¡qué portento de voz!, ¡qué interpretación!, ¡cuánta sensualidad, exuberancia, belleza…! ¡Y qué ejemplo más patente luego de la insignificancia del ser humano, de lo frágil que es la vida, de lo pasajera que es la juventud y de lo poco que significa la fama o el dinero. ¡Qué hermosa es la naturaleza, y qué pronto se derrumba todo en este mundo! Quién nos lo iba a decir que en este año del Señor 2020, la primavera nos iba a quedar un tanto vedada para el disfrute. La primavera, ahí afuera, desperdiciándose...
Recuerdo aquel tiempo en que comenzó a malear la famosa cantante de Chipiona, cuando la ingresaron en el hospital «MD Anderson de Houston». (¡Lo que hiciera falta, no había límite de gasto!; ¡todo por salvar la vida de la espléndida tonadillera!) Pero, ¡ay!, el dinero y la fama no son más que furufalla cuando la suerte te vuelve la espalda, cuando la enfermedad te hace ponerte de rodillas. Unos pocos años después, en la planta de oncología del hospital Morales Meseguer de Murcia, tampoco escatimaban medios. «¿Para qué irse a Pamplona, para qué buscar en el Valle Hebrón de Barcelona…, si en la Arixaca y el Meseguer aplican el mismo tratamiento?», me aseguraron dos amigos médicos. ¡El mismo tratamiento! que le ponían a la Rocío Jurado en Houston, me confirmaron los oncólogos murcianos, cuando las enfermeras colgaban en aquellos «percheros», que parecían árboles de Navidad, los barriles del «pentaplatino» importados de Estados Unidos (¡a cuatro mil euros el frasco!). Pero cuando la salud se torna hojarasca, parece inevitable que se la lleve el viento. Y entonces ya nada, ¡nada!, se puede hacer (la desesperación se dibuja en la cara de los doctores). Así que mi mujer se fue, como se había ido Rocío Jurado. Únicamente me quedó el consuelo de que sostuve su cabeza hasta su última respiración sedada.
Por eso siempre que veo y escucho aquel portento de mujer y de cantante, que lo fue la Jurado, ¡siempre!, tengo el mismo recuerdo y me viene a la cabeza la misma reflexión: toda la hermosura, la belleza; todo el poder que otorga la fama, no son nada. Y me duele y me pone triste el que ahora estén muriendo solas muchas personas en los hospitales desbordados, que se estén ahogando (sé muy bien lo angustiosa que es la carencia de oxígeno en la sangre) sin que un ser querido pueda sostenerles la cabeza.
Estos días escucho música, escribo, leo libros. Estoy leyendo uno muy bueno de Juan Eslava Galán: “Los años del miedo”. Un miedo peor que el que ahora tenemos: el de la represora posguerra civil, cuando además de no tener la gente nada para comer, cuando además de sufrir enfermedades derivadas de la propia inanición y de la falta de higiene, ya que carecían de algo tan elemental como el jabón; y tampoco había montado un sistema de salud para toda la población, ni seguridad social, claro; a falta de todo eso, se vivía en permanente y terrorífico miedo; miedo a las vejaciones, a la tortura, a las palizas, a las purgas de aceite de ricino, a los procesos sumariales, a las cárceles infames ¡y a los fusilamientos!; por menos del canto de un duro, podía caerte todo encima; por una malquerencia, por una acusación anónima o, simplemente, por un pasado de participación en la democracia de la República. (P.E.S. fue concejal en Cieza con el alcalde «Pancharra», trabajó para dar de comer al hambriento y enseñar al que no sabía; sin embargo, en el treinta y nueve echaron mano a los libros de actas de pleno del ayuntamiento, leyeron los nombre y fueron a buscarlos, uno a uno, a sus casas; a P.E.S. se lo llevaron a una prisión siniestra donde pereció, quién sabe si de tristeza, como dicen que mueren los ruiseñores cuando los enjaulan. Cuando se enteró la pobre viuda fue a implorar que le entregaran sus restos pero la echaron con cajas destempladas y con amenazas. Ella moriría a los 99 años de edad, sin poder honrar ¡uno tan solo de los huesos de su marido!) Eso sí que fueron los años del miedo.
Ahora, estos días, también hay miedo, pero con una sutileza: el enemigo es invisible al ojo humano. Hoy en día tenemos para comer y para cubrir necesidades básicas, tenemos hogares más o menos confortables, tenemos un magnífico sistema de Seguridad Social para todos, pero no sabemos dónde se halla apostado el enemigo, por dónde nos va a atacar. (Cuando en el verano de 1937 explotó, al la media noche, un camión de bombas en el paso a nivel de Los Prados y cayó parte del tren Correo, repleto de pasajeros, a la Rambla de Judío, el alcalde Pancharra, el de los billeticos de dinero local, se subió a la escalinata de la puerta del Convento y se dirigió al pueblo aterrorizado: «¡…yo iré delante pa enterarme de qué se trata!», dijo el hombre, pues la gente no sabía si es que atacaban ferozmente los nacionales o es que estaban probando un arma secreta los alemanes, como en Guernica.)
Ahora, estamos sufriendo una pandemia mundial de dimensiones colosales; desde que en 1918 se pasara la llamada «gripe española», no se había visto nada igual. Por eso necesitamos ser solidarios y cumplir todas las advertencias de las autoridades sanitarias y del Gobierno. Quedémonos en casa, ¡por dios! No se conoce otra forma de parar esto.
©Joaquín Gómez Carrillo
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