Cuando el diablo no sabe qué hacer, con el rabo mata moscas. Como el presidente de la comunidad autónoma de Cataluña no se quiere reconocer como tal, ni se quiere reconocer como “el representante ordinario del Estado en su comunidad” (poder que le confiere la Constitución en el artículo 152), pues se dedica a hacer el “gamberro político”, eludiendo someterse al ordenamiento jurídico del Estado y pretendiendo no acatar las sentencias de los tribunales de justicia. Y eso refiriéndome solo a mi tocayo el Torra, que el muchacho asegura no ser español, pero él lleva en su cartera el DNI y guarda en el cajón de su mesilla de noche, junto a unos moqueros muy bien planchados que ya no usa, su pasaporte del Reino de España. Y cuando alguno de estos documentos le va a caducar, se acerca sin falta a la comisaría de la Policía Nacional a renovarlos. Y entonces, se sienta delante del funcionario del Estado, le entrega su fotografía y pone su dedo índice sobre la maquinita de la huella. Pues él sabe lo importante que es acreditarse como ciudadano español en cualquier país del mundo. Es más, seguro que cuando va a los Estados Unidos de Norteamérica, por ejemplo, a hablar mal de España, a malmeter todo lo que pueda contra el gobierno de nuestro país y nuestras instituciones, seguro que si le hacen rellenar un formulario en los controles del aeropuerto, él, en la casilla que pregunta la nacionalidad, escribe con letras mayúsculas: “ESPAÑOL” (“¡soy español, español, español…!”) Y si un policía yanqui con pinta de perro de presa intenta mirarlo por encima del hombro, mi tocayo catalán le dice en tono de advertencia: “¡I am spanish citizen!”, o sea: “¡Ojo, que soy ciudadano español!”, aunque el fulano con cara de perro de presa, que a lo mejor ni siquiera sabe situar España en el mapa, no le haga ni puñetero caso. Es un suponer.
Pero aunque el presidente autonómico de Cataluña ha sido nombrado por el rey, de acuerdo con lo establecido en la Constitución y demás leyes del Estado, él, en el acto formal de toma de poderes, se permitió hacer un poquillo el gamberro, retirando símbolos del Estado, no mentando al rey y no jurando o prometiendo “cumplir y hacer cumplir la Constitución como norma suprema” en el ámbito de su comunidad autónoma. Él, en cambio, dando juego al sueño republicano mediante la secesión, prometió lo que le salió de su alma. Sin embargo, el rey de España le nombró presidente autonómico de Cataluña y el Gobierno de la Nación mandó publicar el nombramiento el BOE. Pues los poderes públicos del Estado, para evitar romper otra vez la baraja, pasan la mano por el lomo a este muchacho y le “consienten” sus gamberradillas políticas. Qué le vamos a hacer…
Ahora resulta que los grupos secesionistas y gamberretes del parlamento de Cataluña, insistiendo en la línea de su pretendida “vista y no vista” proclamación de una república de juguete por parte del fugado de la justicia Puigdemont (¡8 segundos de república!, con más miedo en el cuerpo que Curro Romero en la Maestranza delante de un miura bizco. ¿Se acuerdan de la patulea de alcaldes zurriendo los bastones…?), pues resulta, decía, que, como una gamberrada más, estas señorías autonómicas van y acuerdan la reprobación del rey; una sandez como un catre, ¡válgame dios!, pero se ve que no son capaces de legislar algo mejor para el bien de la ciudadanía catalana. Y como además saben que les asiste cierta impunidad y que los poderes públicos de la Nación les pasan mucho la mano por el lomo y hasta cuentan con los presos y los prófugos de la justicia para aprobar leyes en el parlamento de la Nación, pues ellos se envalentonan y se entretienen gamberreando un poquillo en sus escaños, con la seguridad, eso sí, de tener sus sueldos domiciliados puntualmente en la cuenta del banco.
Pero por otra parte, no seamos pazguatos ni pequemos de inocentes. Con una mayoría secesionista en el legislativo catalán y con un ejecutivo autonómico que juega constantemente al “tócame Roque” de la rebeldía contra el Estado (sin pasarse mucho, ¡cuidao!, para evitar el trullo), lo normal es que se dediquen a adoptar este tipo de iniciativas. Lo que pasa es que, encima, son bastante cobardicas, y a la que se pone la cosa chunga se fugan al extranjero, donde también les pasan mucho la mano por el lomo. Porque miren, en 1931, en Madrid, los líderes de la recién proclamada II República se echaron a la calle y, a pie, entre un gentío que apenas les dejaban avanzar, con Niceto Alcalá Zamora a la cabeza, llegaron a pecho descubierto a la Puerta del Sol y tomaron pacíficamente el Ministerio de la Gobernación, donde el teniente general José Sanjurjo, que era el director general de la Guardia Civil, se cuadró con un taconazo ante el futuro presidente de la República.
Luego, al rey, que ya había puesto el hombre tierra de por medio, no solo lo declararon persona non grata y todas esas memeces que se suelen hacer, sino que además legislaron para que “si entrare en territorio nacional, cualquier persona pudiera apresarle”. Así se las gastaban los republicanos de antes, no como estos cagabadurrias…
©Joaquín Gómez Carrillo
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