Postura de sol sobe las aguas del Lago Lugano, desde el pueblecico italiando de Porlezza |
El día que mi hija y yo nos fuimos a hacer un poco de turismo al Lago de Como, amanecía con un cielo azul y un sol caricioso doraba las altas cumbres de las montañas. Yo me había levantado temprano y había llegado caminando hasta el borde del Ticino, un río de dimensiones parecidas a las del Segura, pero que por las trazas de árboles a medio arrancar en sus orillas y enormes peñones pulidos dentro de su cauce, se da uno cuenta en seguida de la furia que ha de tener su caudal en época de crecidas, corriendo violentamente hacia el Lago Maggiore, el más grande de la región, cuyas aguas se extienden entre Suiza e Italia.
Luego nos habíamos preparado un picnic de urgencia con un pan riquísimo que compramos recién hecho en una panadería del casco histórico de Bellinzona, frente a la preciosa iglesia colegiata “dei Santi Pietro e Estefano”, a tan solo un tiro de piedra de dos de sus castillos medievales: “Castelgrande” y “Montebello”, uno a cada lado, izadas sus torres y murallas sobre promontorios rocosos. Luego metí los bocatas en mi mochila “Altus” de hacer senderismo y, conduciendo su coche mi hija Victoria Elena, tomamos la autovía hacia Lugano.
Al cruzar la mentada ciudad, nos dejamos llevar por los carteles que indicaban “Gandria”, que es un increíble pueblecico suspendido casi sobre las aguas del Lago Lugano, el cual ya conocíamos de una ruta senderista que habíamos hecho el año anterior, bajando por las laderas boscosas desde la cima del monte Bre, a donde se puede ascender con funicular y donde existe un minúsculo núcleo urbano de casas de piedra y madera, con su iglesia y su cementerio de hace siglos.
Saliendo ya de la señorial de Lugano, dejamos atrás su gran parque de árboles y césped, poblado de cisnes y palomas blancas, a orillas del lago, y cuya verja de hierro forjado lo abraza frente al fastuoso edificio del casino. Luego, la carretera empezaba a encaramarse, y entonces bordeamos los muros de “Villa Favorita”, la mansión que fuera de los Thyssen-Bornemisza y que heredara graciosamente la viudita del Barón, Tita Cervera, la mujer que supo dar el mayor “braguetazo” de la historia de España. Porque, ríanse ustedes del “braguetacillo” de Urdangarín, que, además, para lo que le ha servido… Sin embargo, el braguetazo (o “bragazo”, o como se diga en el caso femenino) más grande jamás contado fue sin duda el de la Tita Cervera. Por cierto, vemos al pasar que está en obras, pues parece ser que ahora es propiedad de un magnate italiano que ha pagado la friolera de 60 millones de euros por la mansión y sus 35 tahúllas de jardines. (¡Que le minchen ratas a la Tita…!)
Bordeamos el Lago Lugano a media altura de las laderas, abruptas y cubiertas de bosques. Y ya pasado el pueblecico suizo, casi lacustre, de Gandria, la carretera se hunde en la montaña y recorremos varios kilómetros por el interior de un túnel. Al salir a la luz comprobamos que hay una aduana (“Dogana” pone en italiano), con policías que hacen el alto al azar a algunos vehículos; por tanto ya hemos cruzado la frontera (el Lago Lugano, como el Maggiore, también comparte sus aguas entre los dos países), así que dispongo el uso de internet en el teléfono, ya que dentro de la Unión Europea no se paga “roaming” y se puede navegar, chatear o hablar por el móvil al mismo coste que dentro de España.
Dejando atrás Porlezza, un pueblecico precioso en el extremo norte del Lago Lugano, abandonamos la cuenca de éste y no dirigimos a Menaggio, en la ribera de otro lago muchos más grande, el de Como (enteramente italiano). Estamos en Italia y se nota: ¡nos llevamos poco los españoles y los italianos! Pero este último pueblo es encantador, recomendable de visitar. Allí tomamos un barco para ir al otro lado del lago, a Bellagio, ¡precioso!, aunque abarrotado de turistas. El Lago Como, que tiene la figura de una “y griega” invertida, es un hervidero de barcos que lo recorren de forma constante (sacando un bono, que cuesta 15 euros, se puede estar todo el día haciendo uso de los barcos); incluso vemos algunos de los que se elevan sobre la superficie del agua, como en las Islas Canarias, y corren como una exhalación, pero esos deben ser más caros, para gente que lleve prisa. Por otra parte están también los “vaporetos” o “taxis de agua”, para hacer viajes particulares.
Las riberas del Lago de Como se hallan superpobladas, al parecer desde antiguo, a juzgar por sus iglesias románicas y sus viejas casonas de piedra, y sus hoteles donde las clases pudientes iban a veranear en tiempos pasados. Supongo que los habitantes de todos esos pueblecicos se han movido siempre por navegación lacustre, teniendo como referencia de centro urbano grande, de capital importante, a la ciudad de Como, Situada en unos de los extremos sur del lago. No sé, universidad, hospital, centros comerciales, etc. (En un viaje anterior ya estuvimos en esta ciudad; un día, por cierto que hizo un tiempo de perros, con lluvia y viento revienta-paraguas).
Al regreso, y antes de cruzar de nuevo la frontera bajo tierra, quisimos parar por gusto en Porlezza, para ver ponerse el sol sobre las aguas del Lago Lugano (el más pequeño de los tres y, para mí, el más bonito), columbrándose allá a lo lejos, al suroeste y a contraluz del atardecer, la afilada cima del Monte Salvatore, a donde trepa un funicular y desde donde se puede contemplar, además de la preciosa ciudad de Lugano, casi todo el lago del mismo nombre.
©Joaquín Gómez Carrillo
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