Vista de Bosot, en el Valle de Arán, bajando el Portillón por la vertiente española |
Los españoles, en general, aún seguimos formando parte de una sociedad mal educada. (Noten que no lo he escrito junto, pues “maleducado/da” es un adjetivo peyorativo que denota descortesía, mal comportamiento, etc., y que normalmente ofende a quien recibe tal calificativo). No. Yo hablo de una sociedad, la española, que, por lo común, no posee una educación suficiente y adecuada. ¿Por qué? Pues porque, en términos generales, no hemos recibido una formación amplia, de calidad e integrada de conocimientos humanistas, que son la base para que una persona brille por su buen comportamiento y su bien estar (noten que también lo he escrito separado, pues no me quiero referir aquí al “bienestar”, que lo entendemos como el estado de tener posibles: buena vivienda, buen coche, buenas vacaciones…)
Y con lo dicho no estoy atacando a mi propia sociedad, donde me incluyo el primero. Pero sí, en cierto modo, estoy lamentando que las décadas y las generaciones hayan pasado, desde los tiempos del hambre hacia acá, y solo hayamos progresado en cosas materiales, y, aunque el sistema educativo se halla hoy en día al alcance de casi todo el mundo y las universidades están evacuando titulados por un tubo todos los años, también hemos progresado en dejación de valores, y, con honrosas salvedades, en escasez de cultura general. ¿Dónde se percibe todo esto? ¿Dónde está el “educobarómetro”? Pues en muchos ámbitos de la vida. En la forma de expresarse, ya sea oralmente o por escrito; en la manera de opinar sobre cualquier tema cotidiano, y, sobre todo, cuando, de alguna manera, se nos permite ejercer la libertad de expresión. Ahí es donde se nos ve si tenemos bien amueblada la cabeza. Ahí es donde se manifiesta el enfoque personal y la visión con que abordamos según qué temas. Y ahí es dónde nos retratamos ante la sociedad, cuando usamos el sacrosanto derecho de nuestra libertad de expresión.
El punto 1 del artículo 20 de la Constitución garantiza a todos, mujeres y hombres, este derecho, el de poder expresarnos libremente y por cualquier medio. Sin embargo, en el punto 4 del mismo artículo se pone un límite a esta libertad: el respeto a los propios derechos constitucionales. Por tanto, la libertad de expresión, que según la ley se podrá ejercer sin censura previa, no es ilimitada, ¡ojo! Y los límites hay que conocerlos; ¿cómo?, con la buena educación. No hace falta saberse la Constitución ni las leyes para tener una noción sensata sobre los límites de nuestras libertades, que son las libertades de los demás, sencillamente. Nuestra libertad (de expresión) acaba donde empiezan las libertades de los demás.
Hoy en día tenemos modernos foros públicos en las redes sociales de internet, donde podemos expresar ideas, iniciativas literarias, pergeños filosóficos, críticas de cualquier índole, publicar fotos, hacer comentarios o decir tonterías. En los tiempos clásicos, los oradores se expresaban en el ágora pública de los templos. Al respecto, me viene ahora a la cabeza un cuentecillo precioso de Khalil Gibran que, resumido, dice así:
“Había una vez dos sabios que se reunieron para expresar sus opiniones en el ágora del templo. El uno era hombre religioso, temeroso de Dios y conocedor la palabra de los profetas; el otro, convencidamente ateo y partidario de la verdad demostrable de las ciencias y la razón humanas. Ambos, durante horas, expusieron sus posturas y expresaron sus ideas con libertad, conocimiento y excelente educación, pues los dos sabían de lo que hablaban y tenían magníficas dotes de oratoria. Luego se despidieron y marcharon a sus respectivas casas. Y cuenta el escritor libanés que aquella misma noche, en la intimidad del hogar y en lo profundo de su corazón, el que era radicalmente ateo, abrazó la fe; y el que era fervorosamente creyente, quemó sus libros sagrados”.
En cambio, no es corriente que hallemos en las redes sociales exposiciones de peso y convencimiento. Más bien, hay de todo, pero más que nada, zupia. En general, no tenemos cosas importantes que expresar, y el “Facebook” está plagado de politiqueo, de propaganda política de todas las tendencias, cuando no de información tóxica dimanante de dicha propaganda. Pero es un foro público, un medio de expresión, y, siempre que no se atente contra los derechos de las personas, un respetable sitio para ejercer nuestra libertad de expresión. Un lugar donde escriben su mensaje “cuasi” institucional, determinados cargos públicos (ateniéndose al aluvión de críticas de todos los gustos); donde algún sacerdote hurga las conciencias con alguna frase para la meditación; donde algún poeta muestra sus versos; donde modernos conversos de Lenin enseñan fotos de sus viajes a países que otrora fueron de allende el telón de acero; donde “tontol’habas” de encontradas vertientes políticas, copian y mantienen presente vomitivas fotos de algún viejo dictador; donde cuelgan reflexiones inteligentes alguien con formación crítica; y, donde a veces, este escritor patatero, servidor de ustedes, se ha atrevido a publicar sus artículos.
©Joaquín Gómez Carrillo
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