Calles Angostos, Santo Cristo y Tercia (en línea), unas de las principales del casco histórico de Cieza |
He visto un cartel en la casa de unos honrados comerciantes de Cieza con una pregunta poco menos que existencial; dice: “si mi perro no va a mearse a tu puerta, ¿por qué el tuyo se mea en la mía?” Ahí queda. Si alguien con neuronas en la cabeza sabe contestar, que lo haga.
Este artículo va de buen rollo, porque para indignarse uno basta con darse una vuelta por el pueblo en horas tempranas. Se ve de todo, oiga, en relación con los canes. Hay desfachatez, indolencia y frescura, de todas modalidades: en primer lugar están los comodones, que no tienen gana de exponerse a la intemperie de la rue: estos les abren la puerta de la casa a sus mascotas para que se desahoguen a su gusto libremente, como si el espacio urbano fuera el campo, o como si la calle fuera el corral privado para cagadero y meadero de sus animales; en segundo lugar están los que sacan el perro a la calle atado con una cuerda y se pasean calle arriba, calle abajo, pero cuando el animalico se pone a giñar, ellos se hacen los suecos y miran más allá del horizonte, continuando después sus pasos y habiendo dejado atrás el pastelito (¡y, anda, diles algo y verás! Te llevan al terreno de la mala educación y te ganan); en tercer lugar los hay que sí se preocupan por recoger la inmundicia, y, en cuanto ha finalizado el acto evacuatorio del bicho, empiezan a hurgarse en el bolsillo para sacar una bolsita, la cual, con la materia fétida en su interior, arrojarán a una papelera (si la encuentran); en tercer lugar están aquellos que, bien sean los que recogen el excremento o bien sean los que se hacen los suecos, llevan de la cuerda uno o más perros y permiten a estos que rocíen con sus meadas esquinas, fachadas, quicios de puertas, bancos, farolas, árboles urbanos, etc., salvo la puerta de su casa propia, ¡eh! Y aún hay una cuarta modalidad: las personas que sacan a la calle uno, dos o tres perros, sueltos y van con ellos como Juan por sus viñas, (aquí también hay dos variantes: la de la bolsita o la del sueco, pero en ninguna de las dos se controla la micción de los animales).
De modo que tenemos un pueblo meado de los perros. Siento tener que decirlo así. Colchonero y meado. Es lo que hay. ¿Tiene remedio el asunto? Yo creo que sí. A mí me da la razón el honrado comerciante del Camino del Molino, quien pacientemente ha escrito y colocado el cartel en la fachada de su casa. La idea es sencilla: no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti. ¿Eso es difícil de entender? Si queremos disfrutar de mascotas, tenemos que apechugar con los problemas que ello acarrea y no trasladárselos a los demás.
Hay personas, que a la desesperada y hartas de limpiar los apestosos pipises de los cánidos en sus fachadas, echan lejía, azufre en polvo o demonios encendidos en su pared; cosa que denuncian y es objeto de protesta por parte de los dueños de los perros, ya que alguno de estos productos puede ser perjudicial para los animalicos cuando va a olfatear por instinto. Es verdad. No es una buena práctica. No se debe de hacer eso. Yo me inclino más bien por el cartel, por trasladar a la conciencia de los propietarios de los chuchos un mensaje, una simple pregunta: “¿Por qué?”, “¿por qué traes a tu perro a mear mi fachada, si yo no llevo el mío a hacerlo en la tuya?”
¿Entonces adónde llevo a mi perro pa que levante la pata?, dirán los amantes de los canes. Pos mir’usté, esa es otra pregunta que roza también lo existencial, pero que no toca responderla a los demás. Si vivimos en un entorno urbano y en una sociedad medianamente educada, habrá que cumplir unas reglas básicas de urbanidad y de respeto. Miren, una mascota hay que tenerla bien tenida; cubriéndole todas sus necesidades alimentarias, higiénicas y de salubridad. Y cuando salimos con ella a la calle, es como si fuera una prolongación de nuestra persona: todo lo que realice nuestro perro en el entorno social es como si lo realizáramos nosotros mismos. (¡Qué barbaridad!, pensarán algunos, ¿y cuando el perro levanta la pata es como si la levantara el dueño…? ¡Xactamente! Por eso es vergonzoso hasta el llamar la atención a los frescales).
Por tanto, hemos de meternos en la cabeza el ser responsables de cualquier cosa que el can realice en lugar público. ¿No hay personas que quieren y tratan a su perro como uno más de la familia?, ¿que le hablan con razonamientos como si el chucho fuera de la mismísima especie homo sapien? Pues muy bien, eso se hace. A los animales hay que darles cariño y buen trato. Pero si para su dueño es como un hijo, que responda del animal como tal. Que cargue con esa responsabilidad, que lo eduque bien, que lo tenga a “pico rollo” y que si es preciso se lo lleve a mear a la Atalaya, o, en su defecto, que lo ponga a levantar la patica en el poyo de su casa, y después, estropajo y lejía. Que no pasa na...
También, si quieren una idea, les diré lo que he visto en otros pueblos y ciudades más adelantados que nosotros: los dueños de los perros, cuando los sacan a la calle a hacer sus necesidades, llevan un cachirulo con agua y allí donde el chucho proyecta sus sucios meados, el hombre o la mujer echan abundante agua (algo es algo, ¿no?)
©Joaquín Gómez Carrillo
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