Henos aquí enfrascados en lo mismo: si votamos, si no votamos, si damos el voto a fulano, a mengano, a zutano o a perengano. ¡Válgame dios!, qué aprieto. ¿Cómo estos muchachos se han permitido mandarnos a repetir las elecciones generales? ¿Cómo se atreven a decirnos, al pueblo soberano, que no hemos sabido elegir bien y que por tanto tenemos que volver a votar para ver si el resultado les acomoda? Miren, me acuerdo de cuando se celebraron los mundiales de fútbol en España (Fue en 1982, ¿verdad?; sí, porque antes habían sido en Argentina, en 1978, en plena dictadura de los generales Videla, Galtieri, etc., cuyo deporte favorito era secuestrar, torturar y hacer desaparecer a las personas arrojándolas al mar desde aviones). Bueno pues en el 82, meses antes de que nos visitara el Papa polaco (“¡Totus tuus...!”) y de que arrasara en las urnas el “pesoe” (los incondicionales se felicitaban la Navidad aquel año en Madrid diciendo “¡Felipes pascuas!”), se produjo el gran evento futbolístico, y la selección española, como anfitriona, tenía que salvar la honrilla. El primer partido lo jugó contra Honduras; ¡madre mía!, España entera delante de los televisores; los hondureños ganando y no había manera de marcar por parte de nuestra selección, hasta que ya aparece un rayico de luz y pitan un penalti a favor de España. Pero entonces va el lanzador y, con los nervios, lo tira fuera, ¡qué desastre!; menos mal que el árbitro reaccionó al instante y mandó repetirlo. “¡Que lo repita, hombre”! “No ha disparao bien el balonazo, pos que lo repita, hasta que meta el gol”. Y eso dicen nuestros mandamases de la política: No han salido a su gusto los resultados anteriores, pues repetimos, ¡votamos otra vez! Y en esas estamos.
Yo tengo una reflexión: Imaginen ustedes que quieren hacer una casa y contratan un arquitecto, un aparejador, un delineante, un jefe de obra y un equipo de albañiles: oficiales de 1ª, de 2ª y peones. Ustedes les encargan a todos el deber de realizar cada cual sus tareas y llevar a cabo la construcción del inmueble. Pero resulta que el jefe de obra no quiere reunirse con el aparejador, que el delineante y el aparejador se conchaban para negarse a contar con el arquitecto; mientras que el jefe de obra dice que no piensa ejecutar el proyecto del arquitecto si interviene en los planos el delineante, y mientras tanto los albañiles, a verlas venir. A todo esto, ustedes se reúnen con ellos varias veces y les aconsejan que hablen entre ellos y se pongan de acuerdo de una vez y construyan la puñetera casa. Pero pasa el tiempo, tres, cuatro meses, y nanai del Paraguay. De modo que ustedes se ven en el apuro de tener que despedirlos a todos y “¡una mata que no echao!” Pero, ¡ay!, existen unas leyes mediante las cuales, por no hacer nada esta caterva, tienen ustedes que pagarle todo el tiempo que ha estado a la greña y tocándose las narices. Bueno, pues haciendo de corazón tripas y como no hay más remedio, ustedes sacan su cartera y les pagan sus inmerecidos sueldos y les dicen “¡hala, a freír monas!” Pero la casa está sin hacer. Ustedes ya se han gastado un dineral y no tienen casa. Así que ponen un anuncio en los medios para contratar nuevos profesionales, a ver si hay mejor suerte. Mas qué dirán ustedes que ocurre entonces. Pues ni más ni menos que se presentan de nuevo los mismos fulanos, los que les habían sacado las perras sin resultado alguno.
Reflexiones aparte, yo escucho a la gente y algunas personas están muy hartas de este asunto, pues dicen que lo más lógico es que si hay unos líderes políticos que no valen para dialogar y consensuar los necesarios acuerdos, cosa que han demostrado sobradamente, que se aparten a un lado en sus partidos y dejen paso a otras personas con mejor talante para las negociaciones. Es más, algunos me han dicho que no piensan ir de nuevo a votar. Yo les he respondido que sí, que vayan, que tenemos que ejercer nuestro derecho al voto, y que si no encuentran en la oferta política nadie que merezca la pena, voten en blanco, que eso es como dar un tirón de orejas a los candidatos, como arrearles un gorrazo, por patateros, chafaalcuzas y cantamañanas.
De modo que acabo este artículo aconsejándoles a ustedes que no dejen de ir a votar. Si son de los fieles una ideología, ¡estupendo!; si son librepensadores y calculan cuál puede ser el menos malo según el momento, ¡fabuloso!; si son de los indecisos, que les parecen todos iguales, agarren la papeletea que menos rabia les dé; y si finalmente creen que ninguno es digno de su confianza, entonces metan los sobres vacíos y en paz. Lo malo es que si los resultados vienen a ser, más o menos, del mismo jaez que los de diciembre pasado, ya saben: vuelta la burra al trigo.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 24/06/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
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