Olivo centenario en el parque Príncipe de Asturias, Cieza |
Jesús dijo a Zaqueo: “¡baja del árbol, que hoy quiero hospedarme en tu casa!” ¿Se imaginan ustedes? Está uno subido en un árbol, a lo mejor un poco escondido para no dar mucho el cante, y va el Mesías, lo descubre entre las ramas y le dice a uno delante de todo el mundo: “¡baja de ahí ahora mismo, que voy a ir a comer a tu casa...!”
La vida del Carpintero debió de ser interesantísima, lástima que no existan “biografías” más completas, desde el punto de vista humano quiero decir, que las narraciones de los evangelistas (bueno, por ahí andan otros evangelios apócrifos y los manuscritos de Qumrán, o de las cuevas del Mar Muerto, que los guarda el Vaticano). No obstante, echándole imaginación a algunos pasajes bíblicos, se puede descubrir a través de ellos las peripecias que vivirían muchas de las gentes que lo acompañaban o que, simplemente, se cruzaron alguna vez con Él por caminos y ciudades.
Por ejemplo, no tiene desperdicio la escena esa de cuando la barca iba a zozobrar en plena tormenta y el Maestro dormía como un bendito. ¿Se imaginan ustedes a los pobres apóstoles comentando el asunto? Eran hombres bragados y conocedores del Mar de Galilea, donde les habían salido los dientes pescando y seguramente pasando todo tipo de calamidades, pero aquello les superaba. Al parecer se levantó un tormentusco que amenazaba con enviar la barca al fondo en menos que canta un gallo. De modo que estaban preocupadísimos por la situación; y mientras tanto, Jesús dormía a pata suelta. A lo mejor se dirían los unos a los otros: “¡Despiértalo tú, que esto se va a ir a tomar viento de un momento a otro!” –“Yo no pienso despertarlo, que ya sabes cómo se pone. ¡Despiértalo tú, anda, que te gusta mucho mandar!” (Ellos lo conocían mejor que nadie y temían sus “reprimendas”). De manera, que el uno por el otro, la casa sin barrer; y la barca que se hundía con el oleaje. Y ellos: “¡No es posible que tenga el sueño tan pesao, mecagüendiez...!” Hasta que ya, con el pánico en el cuerpo, no tuvieron más remedio que llamarlo: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” Lo cual que después, y tras mandar calmarse los vientos como la cosa más sencilla del mundo, les dijo aquello de “hombres de poca fe”, etc. (Por otra parte, no se aclara si Jesús era de los que nos levantamos malhumorados después de la siesta, pero probablemente se quejaría: “¡Hombre, ya está bien, ni descansar lo dejan a Uno...!”)
Ahora, lo de Zaqueo tuvo su miga. Piensen que Jesús era muy famoso; era el hombre más famoso de su época y arrastraba tras de sí multitudes de millares de personas. (Recuerdo que Don Jerónimo, el cura hijo del Dioso que medía las quintas en el Ayuntamiento, nos decía en clase de religión en el Instituto que Jesús era más famoso aún que los Beatles). ¿Ustedes se imaginan, por poner un ejemplo, que viene Obama, que es menos famoso que los Beatles y por tanto, menos que Jesús de Nazaret, eso está claro, pero uno va y se sube a un árbol para poder verlo pasar entre el gentío y los escoltas, y el tío entonces se para y le dice a uno: “¡bájate del árbol, yes we can, que me tienes que invitar a comer en tu casa? Bueno, a mí es que me entra el tembleque na más que de pensarlo. ¿Cómo voy yo a invitar a comer en mi casa a Obama? ¿Qué he hecho yo para merecer esto?, pensaría.
Pues fíjense que Zaqueo, allí en la zona de Jericó era recaudador de impuestos y por tanto, rico. Hacía como ahora los políticos, que nos sacan el saín con impuestos y con salarios a la baja, mientras ellos tiran con pólvora del rey a base de buenos sueldos y más que presuntos “sobres-sueldos”. Pero Zaqueo sufría un handicap: era nano; y tenía una circunstancia en contra: era quizá despreciado por los “contribuyentes”. De modo que pensó: “ni de coña me van a permitir ver de cerca al Nazareno”. Así que venciendo su propio reparo de hombre de buena posición económica, trepó al sicómoro (una especie de higuera). Desde arriba lo podría contemplar mucho mejor, aunque quizá ya hubiese alguien más encima del sicómoro, como aquí en Cieza cuando se subían los chitos a las oliveras para ver un partido en el campo de fútbol viejo, pero Zaqueo se encaramó a una rama como pudo y esperó. Y aguantó los dimes y diretes de la gente que lo tenía filao y a la que no hacía gracia su presencia, hasta que el hombre famoso, avanzando en olor de multitud, se paró justo debajo del árbol, miró hacia arriba y le espetó que quería ser su invitado. (¡Madre mía!, no sabemos si el recaudador se cayó al suelo del soponcio o se hizo un siete en la túnica con el nerviosismo al bajarse de la higuera, pero seguramente se quedaría perplejo, como ustedes o como yo nos quedaríamos si nos lo pidiese Obama).
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 12/10/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
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