INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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9/6/24

La protegida de Felipe II

 .

Magnífico retrato de Felipe II, atribuido recientemente a Sofonisba Anguissola (Museo Nacional del Prado)

Hoy vamos a volver hacia atrás en esta serie de artículos «históricos» (entiendan el entrecomillado: ni soy historiador ni pretendo contar la historia de España con rigor académico, sino más bien a la pata la llana y un poco a salto de mata). Nos habíamos quedado en el convulso reinado de Isabel II, pero antes de meternos en harina con «la Gloriosa», la revolución de 1868 que hizo a la reina salir del país por patas, demos un saltico atrás, a los tiempos, no menos gloriosos, de Felipe II, pues merece la pena no pasar por alto la importancia de ciertas mujeres, y en especial de una magnífica pintora a la que no se le ha hecho suficiente justicia, eclipsada quizá por las gigantescas figuras de pintores hombres y la tendencia histórica a relegar los genios femeninos a un segundo plano.

Recordemos aquí que Felipe II se casó cuatro veces; ya saben que en palacio había siempre la obsesión por el muchachico, por el heredero, además de que las mujeres, las cónyuges, se morían y el monarca se veía en la obligación de probar con otra esposa (pues los hijos bastardos que tenían los reyes con las amantes, esos no valían para la sucesión). Primero se casó con la portuguesa María Manuela, con la que tuvo un nene: un Carlicos, como su abuelo, el rey emperador Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico, que por cierto era un zagal más malo que la peste y llegaría a darle grandes quebraderos de cabeza a su padre, no obstante lo hizo Príncipe de Asturias, que es el rango que se le da al heredero al trono en España. Pero en seguida se murió esta mujer y el rey, como no es bueno que el hombre esté solo —dice la Biblia—, se casó con María I de Inglaterra (la Tudor, que era ya cuarentona y le llevaba a Felipe 11 años), pero fue un matrimonio puramente político y no tuvieron hijos; además, también se murió la pobre y el rey de España le tiraría entonces los tejos a su cuñada, que heredó el trono inglés como Isabel I, pero como era la «Reina virgen», no hubo nada que hacer. Así que el viudo rey de España se encaprichó de Isabel de Valois, que era un valor, para las monarquías (y además iba a ser su nuera, ¡hay que fastidiarse!).

Isabel de Valois, muy apañaica ella, era hija del rey de Francia, Enrique II, y de Catalina de Medici, por tanto la zagala,  muy bien formada, era nieta del gran Lorenzo de Medici, gobernante de la República de Florencia y destacado defensor de las artes. Los padres de la nena, sabiendo la importancia de su retoño, aparte de darle una exquisita educación, empezaron a tramar los encajes políticos de cara al matrimonio. Primero pensaron en Eduardo VI de Inglaterra, hijo del bestia Enrique VIII, pero eso iba a incomodar a la nación más poderosa del mundo: España. Entonces la madre de la Isabelica descartó al inglés (protestante para más inri, y encima se murió el muchacho), así que se decantó por el príncipe español Carlicos, el malasombra, el que llevó a su padre por el camino de la amargura hasta que la palmó también (no está muy claro lo de su muerte: si fue por las enfermedades que tenía o porque, siendo un mal bicho como era, le dieron fuerte donde no cojeara). Pero antes, la Catalina Medici, más lista que el hambre, había cambiado de estrategia y le había dado jaque al rey de España con la mejor pieza del tablero: su hija Isabel, conocida como la «de Valois», y Felipe dijo sí, consciente de que le estaba levantando la novia al hijo («¡Que lo zurzan!», pensaría).

La chica era todavía una adolescente de 13 años, y Felipe II tenía 18 años más que ella. Entonces, como no eran fáciles los desplazamientos de un rey con todo su numeroso séquito, pues los reyes de España estaban acogidos a la «etiqueta borgoñona», que exigía un protocolo muy costoso, que hacía a los monarcas casi divinos (vestidos de negro), y, por otra parte, el himeneo era muy importante que se cumpliera lo antes posible, el matrimonio, celebrado en París, se realizó por poderes: El Duque de Alba, que era un tal Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel (según los retratos, con cara de malas pulgas), ocupó el lugar del rey en la boda. Mas el trámite exigía la consumación, ya me entienden (un matrimonio sin consumar se denomina «rato» y es una cosa «mu tonta», que se puede declarar nulo por el Tribunal de Rota), así que allá que va el Duque de Alba esa noche a la habitación de la novia, y ella, la pobrecica, tiene que admitirlo. Pero no sólo entra el duque, sino que un puñado de nobles, que no tenían nada mejor que hacer, acuden con él de mirones para ser testigos de la parafernalia (¡no se lo pierdan!). El duque lo hace todo simulado, como en el rodaje de una escena de película, que parece lo que no es; así que la recién casada, a efectos legales, consta ya como «poseída, ¡por poderes!, por el esposo» (no se rían, que esto es muy serio).

Bueno, hay que decir que a la muerte de esta tercera mujer, que ocurriría pronto (¡madre mía, si es que no les duraban na!), Felipe II se vería en la obligación de tomar por esposa, en cuartas nupcias, a su sobrina carnal Ana de Austria, con la que engendraría cuatro muchachos y una nena; uno de estos nenes iba a ser el que heredara la corona —¡por fin!—: Felipe III. Pero seguimos hablando de la tercera esposa, Isabel de Valois, que es mediante la cual, el rey conoce a una gran artista italiana y la nombra nada menos que «pintora de la corte de la reina». Hablamos de Sofonisba (el nombre se lo puso su padre, que era muy aficionado a la historia antigua, y viene de la princesa hija del cartaginés Asdrúbal, de las guerras Púnicas, que se suicidó para que no caer en manos de los romanos, que eran muy brutos).

Así que es en la boda con Felipe II (en París y por poderes, como ya hemos dicho) donde Isabel de Valois conoce a dos mujeres extraordinarias, que le acompañarían el resto de su vida: a Ana de Mendoza, la cual entre un montonazo de títulos ostenta el de princesa de Éboli (la del parche en el ojo, ustedes la conocen), una mujer listísima y de mucho carácter, que llegó a tener un enfrentamiento serio nada menos que con Teresa de Jesús (¡un choque de trenes!), y a la mentada pintora: dos mujeres de mucha valía, que estuvieron unidas a la reina de España hasta la muerte de esta, que tampoco sería a mucho tardar (no sé qué les daban en palacio).

 La de Éboli, al final caería en desgracia (por lo de Santa Teresa o porque tuvo un lío con Antonio Pérez, que era el todo poderoso secretario de Felipe II, y sería confinada por el propio rey en el Palacio Ducal de Pastrana; mientras que a Sofonisba, que es una pintora maravillosa (fíjense que había estudiado con Miguel Ángel y tiene cuadros colgados en el Museo del Prado), aunque se traslada a Italia y se casa por dos veces, se será protegida en todo momento por Felipe II y con una pensión vitalicia.

©Joaquín Gómez Carrillo

 

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"