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Do Juan de Austria, hijo ilegítimo del rey Carlos I de España y V emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, jovencico y empuñando la bengala de mando de los ejércitos, fue retratado por el pintor Alonso Sánchez Coello, cuadro que se conserva en el Monasterio de las Descalzas Reales en Madrid.
En el último artículo hablábamos de la llegada a la corte española del primer Borbón: Felipe V, y de cómo se lio la cosa de la sucesión al último Austria, Carlos II «el Hechizado», que estalló un conflicto internacional de intereses políticos y estratégicos en Europa: la Guerra de Sucesión al trono de España, la cual, después de 13 o 14 años de luchas, tuvo los últimos coletazos en lo que era el reino de Aragón y el principado de Cataluña, que no querían al franchute ni en pintura, sino que luchaban a favor de que reinara otro Habsburgo, y, como el asedio a Barcelona (1713-1714) fue serio, hasta meterles en la cabeza a los catalanes que no había nada que hacer, pues ahora los «Puigdemones» y demás aprovechan para mentir diciendo que Felipe V les arrebató su «soberanía».
Pero vamos a dejar por ahora el siglo XVIII y regresemos otra vez al 1500, a nuestro Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. ¿Recuerdan que fue el hombre más poderoso del mundo, que siendo un adolescente acabó con la revuelta de los comuneros y mandó cortar por lo sano el cuello a los cabecillas, que apresó al rey de Francia y lo tuvo un par de añicos en el trullo en Madrid para que se le bajaran los humos y que se metió al papa Clemente VII en el bolsillo? Pues sí, a Carlos I nadie le tosía, ni los protestantes ni los turcos: eso significa la estatua del emperador que hay a la entrada del Museo del Prado por la Puerta de Goya y en el Salón de Columnas del Palacio Real. ¿Mas qué pasó con el imperio? Pasó que este monarca era tan buen estratega como buen político, así que hizo reparto y prefirió que su hijo Felipe II se ocupara del vastísimo reino de España, con sus virreinos en América y demás territorios españoles extrapeninsulares, mientras que la corona imperial, decidió que pasara a la testa de su hermano Fernando, que, como él, también era nada menos que nieto de los Reyes Católicos y de Maximiliano I de Habsburgo.
Abdicó de todos sus poderes en 1556, en Bruselas, con la intención de dedicarse a la vida espiritual. Había gobernado España 40 años y 37 el Imperio Germánico, y estaba cansado de tanto luchar. De modo que se hizo a la mar con un numeroso séquito y se vino a España a buscar la senda de los elefantes. Desembarcaría en Laredo, en la hermosa playa de La Salvé (no sé si conocen esta población de Cantabria, pero tiene un enorme playón de finísima arena, de más de cuatro kilómetros de largo y más de 100 metros de ancho). Y ya en tierra española, organizó su viaje definitivo para cruzar la península hasta el Monasterio de Yuste, en Extremadura. En la actualidad, en Laredo celebran por todo lo alto esta efeméride en el mes de setiembre y durante dos días hacen un recorrido por diversas localidades de Cantabria, Vizcaya y Castilla, rememorando la denominada «Ruta Laredo-Yuste», que en su recorrido total, en el año 1556, le llevó al abdicado rey emperador dos meses, de pueblo en pueblo y de ciudad en ciudad, pernoctando en conventos y monasterios, hasta llegar a su destino, donde, enfermo de gota, esperaría la muerte.
¿Ustedes conocen el Palacio de Carlos V en Granada? Es una muestra, cargada de simbolismo, de su poderío. El asunto vino porque se había casado con Isabel de Portugal y, para la cosa del himeneo, pasaron unas nochecicas en los palacios del rey moro. Y, como a ella le gustó tanto aquello, pues él le dijo: «Aquí te haré yo un palacio nena»; de modo que mandó demoler lo que estorbara para la construcción de un edificio renacentista, de planta cuadrada y patio circular, en mitad de la Alhambra, el cual ahora es sede del Museo de Bellas Artes de Granada. Allí en una visita que hicimos con mis hijas pequeñas, pude contemplar un cuadro del pintor barroco José de Cieza, hijo de una familia granadina de pintores: «los Cieza»; ¿tendrían que ver con los cautivos ciezanos de 1477, cuando la muda gritó: «¡Moros vienen!» y, tras «pasar la puente nos dieron la muerte»? Por otro lado, ¿sabían que Isabel de Portugal, tras su matrimonio con el rey de España, fue obsequiada con un señorío: el de Albacete. Si van por la «Nuevayork de la Mancha», como la llamaba Azorín, verán la estatua de esta reina, copia de la original, que el escultor Leone Leoni realizó por encargo de Carlos I y que está en el Museo del Prado.
¿Qué pasó con Juan de Austria? Bueno pues que la pobre Isabel de Portugal se marchó al otro barrio con 36 añicos y el rey, viudo y en buen uso, tuvo un romance con una chica alemana llamada Bárbara, la cual salió embarazada del monarca y emperador Carlos. El hijo lo tuvo en estricto secreto (el rey, muy católico él, parece ser que no le agradaba el que se hicieran públicos sus devaneos y sus canas al aire). Sin embargo, el niño, llamado Gerónimo fue educado por una familia, noble preocupándose su padre de que no le faltara nada; y la cosa se mantuvo en secreto hasta la muerte de este (ni Gerónimo sabía de quien era hijo, ni el legítimo heredero, Felipe II, tenía conocimiento de la existencia de su medio hermano). Pero el nudo se soltó con el testamento real: el abdicado rey y emperador Carlos había dejado escrito en un codicilo que se reconociese a Gerónimo como miembro de la familia real y que se le otorgasen los correspondientes honores; cosa que Felipe II se portó como un rey: admitió a la corte al chico, le cambió el nombre por el de Juan, con el apellido Austria, y le hizo dignatario del mando de los ejércitos. En un retrato de Sánchez Coello, que se guarda en el Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, aparece el muchacho, jovencico, con su «bengala» en la mano (la bengala, símbolo de mando militar, es como un palico marrón en mano de algunos poderosos, como el Conde Duque de Olivares, pintado por Velázquez a caballo). Juan de Austria, vencería en Lepanto y mantendría a los holandeses a raya en Flandes, pero murió al parecer por una tontería, un fallo médico, y, para poder traerlo a España y enterrarlo en el Escorial, tuvieron que hacerlo cachicos y esconderlos en bolsas. Una pena.