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La infanta Margarita Teresa, hija y sobrina nieta de Felipe IV, e hija de su prima hermana Mariana de Austria (esposa y sobrina carnal del mentado rey). Es la figura central del cuadro «Las Meninas», del genial Velázquez. Museo Nacional del Prado. Madrid. (la foto es mía, como reza en la marca de agua, tomada de una copia fotográfica fiel de «Las Meninas» que se guarda en los fondos del Museo de Siyâsa de Cieza.)
Cuando entramos al Museo Nacional del Prado, en Madrid, después de haber hecho cola pacientemente con los chinos y con los japoneses en las escaleras de la Puerta de Goya (ellos se tiran al cuerpo dieciséis horas de avión para venir a ver, con sus ojicos achinados, la mejor pinacoteca del mundo), nos encontramos de frente con algo que impresiona: la imponente estatua, en bronce, del emperador «Carlos V dominando el furor protestante» (así se llama), de la cual existe una copia idéntica señoreando el «Salón de Columnas» del Palacio Real. La estatua, realizada por el escultor italiano Leone Leoni, también se puede denominar «Carlos V dominando el furor turco», pues a ambos «furores» combatió y venció: a los protestantes y a los turcos (¡pues no era nadie Carlos V…!). La estatua representa al emperador desnudo, con sus cosicas al aire como un David de Miguel Ángel, pero que se viste y desviste con un atuendo a la romana, a base de piezas metálicas.)
Mas, a todo esto, y recordando los artículos anteriores, ¿por dónde íbamos con Felipe IV, de cuyo largo reinado podríamos hablar mucho? ¿Recuerdan que se le murió la primera esposa (su prima hermana Isabel de Borbón) después de 11 partos, de los cuales solo dos vástagos salieron adelante, y que se le murió después el único hijo varón: el príncipe Baltasar Carlos (porque la infanta María Teresa, estaba destinada a ser reina de Francia, casándose con Luis XIV, el «Rey Sol»), y recuerdan que Felipe IV se sentía un pecador «de la pradera» por sus vicios carnales y su vida adúltera, y que en la corte entonces, preocupados por la sucesión (los bastardos no contaban), le presionaron a tomar en matrimonio a su sobrinica Mariana de Austria, que tenía tan solo 15 abriles? Pero quédense con algo muy importante: Felipe IV tuvo como pintor de cámara al mejor del mundo: a Diego de Velázquez?
También es justo decir que gracias a la afición de las monarquías españolas por coleccionar cuadros de excelentes pintores, podemos tener hoy en día un inmenso patrimonio artístico y exhibir al mundo la preciosa joya de museo que es el Prado; pues la gran mayoría de cuadros que allí se cuelgan, o que se guardan en sus fondos porque no caben en las paredes, han pertenecido a las diferentes casas reales españolas; si no, de qué íbamos a tener tanto Velázquez, tanto Rubens, tanto Zurbarán, tanto Goya, tanto Murillo, tanto Ribera, tanto Tiziano, tanto Greco...
Les dije en el anterior artículo que en el cuadro de «Las Lanzas», pintado por Velázquez para decorar el «Salón de Reinos» del Palacio Real del Buen Retiro (mandado construir precisamente en tiempos de Felipe IV, para «veranear» los monarcas y para impresionar a los extranjeros con el poderío español: un palacio de proporciones versallescas, cuyos jardines son hoy el Parque del Retiro), el pintor sevillano —decía— nos mira, burlón, desde un rinconcico lateral de la tela, más allá del culo del caballo, ¡hay que fastidiarse! Pues bien, pues volviendo a nuestra visita al Museo del Prado, entre chinos, japoneses y guiris, y tras recorrer la formidable galería de los Rubens, con toda su sensualidad y toda su carnalidad (la esposa y la querida de Rubens, un tipo rico, artista y negociante, no pasaban hambre), llegamos a «Las Meninas». ¡Ahí les quiero ver!, frente a la infanta Margarita Teresa, la más admirada de todas las infantas del mundo mundial. Y ahí uno se queda sin habla con esa mirada escrutadora y descarada de Velázquez. ¿Ustedes han pensado qué estará pintando? Pues en el cuadro, en Las Meninas, hay una serie de personajes en torno a la infanta, pero él nos mira a nosotros; él no las está pintando, ni tampoco está pintando a los reyes Felipe IV y Mariana de Austria, que se ven reflejados en un espejo, pues la costumbre era retratar a los monarcas por separado; nunca en juntos en pareja. Entonces, ¿no será a nosotros, a los futuros espectadores de su obra, a quienes Velázquez pretende pintar a lo largo de los siglos? No sé, no sé.
Y continuando con la vida calavera y pecaminosa del rey (al menos fueron reconocidos hasta siete u ocho hijos bastardos), cuya penitencia que le mandaba el Señor él asumía con pesar, según las cartas enviadas a su monja confidente y consejera, Sor María Jesús de Ágreda, hubo de sentar la cabeza cuando matrimonió con su sobrina (una criatura adolescente) pues urgía conseguir un heredero para la corona de España y sus reinos. Por cierto, en el vasto territorio americano, España nunca tuvo colonias, sino reinos, donde gobernaban virreyes, donde estaba prohibida la esclavitud, donde se construían ciudades prósperas, se levantaban catedrales, se fundaban colegios y universidades, y, lo más importante: estaba bien visto y se propiciaba el mestizaje de los pueblos. Si escuchan o leen otra cosa es porque aún arrastramos la «leyenda negra» que escribieron los ingleses (ellos sí tuvieron colonias, y, lejos de mestizarse, exterminaron a los indios y construyeron reservas para los pocos que quedaron o quedan).