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Nunca habíamos visto tan verde la Atalaya (casa solariega en el paraje «El Estrecho»)
Hacía muchos, muchos, años que no gozábamos de una primavera tan lluviosa (eso lo dicen los viejos y lo aseguran los expertos en registros meteorológicos), lo cual hace que la vegetación prolifere por todas partes con exuberancia, con lujuria. Desde mi ventana veo la Sierra de Ascoy, un monte pétreo de losados calizos con una capa pobre de tierra encima, donde se agarran a duras penas los matojillos; ahora sus laderas y barrancos verdeguean en la distancia. La lluvia colabora con el milagro de la vida y lo torna todo del color alegre de la esperanza.
El tiempo es fuente de conversación y de división de opiniones. Los hay que miran el beneficio del agua del cielo en los pantanos de la Cuenca del Segura, que están cogiendo nivel y serán el alivio del largo verano; aunque también es importante, pienso yo, la acumulación de agua en los embalses de Entrepeñas y Buendía, en el río Tajo, pues de ellos depende el Trasvase, ese necesario «by-pass» de la vida de nuestra agricultura del Levante, proyectado en la II República por el ministro Indalecio Prieto, y realizado en la última dictadura del general Franco. (¿Saben que la del Trasvase es la obra de ingeniería más importante de España, en su conjunto de acueductos, canales y túneles? ¿Saben que las aguas del Tajo caen por una preciosa cascada al viejo pantano del Talave, en el río Mundo, y que entre éste y el Cenajo, en el río Segura, hay una conducción subterránea de más de diez kilómetros que los une? Y también sabrán que del azud de Blanca parten dos grandes canales: uno que va para tierras alicantinas y otro en dirección a Lorca y provincia de Almería.)
En cuanto a las explotaciones agrícolas, muchas voces se quejan de que las lluvias en exceso puede echar a perder las cosechas, pues con tanta humedad proliferan ciertas plagas de hongos, perjudiciales para la buena comercialización de la fruta. De igual manera, las personas que dependen del jornal agrícola, día sí, día no, dejan de cobrar su salario, cosa que en el campo, lo normal es que se cobre por día trabajado; de modo que cuando amanece lloviendo hay que quedarse en casa y el pan no cae por la chimenea. Pero esto es lo que tiene, que nunca llueve a gusto de todos, aunque otro dicho antiguo asegure que nunca es mal año por agua.
Lo más positivo es el riego de los secanos con la dulce agua del cielo: los sembrados de cereales, los cultivos de almendros, de viñedos y de olivos; y, desde luego, el efecto beneficioso en los montes. Nunca habíamos visto tan verde la Atalaya: los pinares, el esparto, los arbustos y el matorral bajo. El peligro puede aparecer cuando llegue el estío y todo ese pasto del suelo y esos brozales se sequen con la solanera. Entonces, como ahora no hay ganados que pasten y mantengan limpio el monte, pueden llegar los incendios: cuanto más lluviosa sea la primavera, más fácil será el que puedan arder los montes en verano.
En Cieza, nuestra orilla del río se halla de un verdor lujurioso: los cañaverales, que no hay quien pueda con ellos y que ya casi impiden ver el curso del agua en muchos lugares; las arboledas, de chopos, de olmos, de álamos blancos, mimosas, etc., constituyen una hermosura; y eso a pesar de lo descuidada que se encuentra la zona, con muchos árboles enfermos y con muchos huecos de los que se secaron hace años (es cierto que tiempo atrás mandaron recortar las ramas secas y aun los troncos de muchos de ellos, pero nada de un proyecto integral de replantación de parterres; y eso a sabiendas de que el Paseo Ribereño es la zona verde más visitada y admirada de Cieza).
Al momento que les escribo este artículo, está por ahí la tormenta dando vueltas; la escucho de lejos; su aparato eléctrico suena tras las montañas como si se estuviera librando una batalla en los sótanos del mundo; luego regresa y cada vez se vuelve más amenazadora. Las tormentas son peor que los temporales de lluvia, pues en éstas las aguas caen con violencia, cuando no con granizo que azota los cultivos. Ya saben que para el agricultor todo es arriesgar: la sequía, la helada, el exceso de lluvias, las plagas, las nubes de piedra, y para colmo de males los precios, que para un año que escapen bien, hay cuatro que salen poco más que empatados con los gastos, cuando no perdiendo dinero.
Otra cosa positiva de esta barbaridad de lluvias que estamos teniendo es la recarga de los acuíferos. Ya saben, las capas freáticas subterráneas van disminuyendo a causa de los pozos de extracción para el riego o, de forma natural, por los manantiales; es por eso que las lluvias persistentes, como las de este año, son una bendición para que se filtren y lleguen hasta el subsuelo y les devuelvan a los acuíferos sus niveles naturales de equilibrio. No sé si recuerdan que les hablé en uno de mis artículos sobre la gran capa freática que tenemos bajo el término de Cieza, como si fuera un inmenso colchón de agua (los técnicos lo llaman el Sinclinal de Calasparra), y que se extiende por debajo del río y llega casi hasta Jumilla. Ese enorme sinclinal, el cual se desborda de forma natural por la surgencia del Borbotón (en Almadenes), es una valiosa reserva hídrica de donde se extraen caudales de agua «de salvación» mediante los llamados «pozos de sequía», como ese que está en los Losares, que cuando lo ponen en modo bombeo, el agua extraída baja por un barraquete, entre pinatos y lentiscos, formando las famosas «pozas», donde la gente va a bañarse con placer.