Enormes rocas en tenguerengue en la base del Pico de la Atalaya
Qué
les iba a decir, se me cae el alma al suelo de ver algunas cosas. El otro día,
caminando por nuestro monte más emblemático y querido: el de la Atalaya, pasé
por el antiguo «camino de bajada» del Santuario, el que hace bastantes años
cerraron a la circulación de vehículos por el peligro de los derrumbes y por
ahorrarse cualquier actuación encaminada a evitar estos. De modo que a lo largo
del tiempo han ido cayendo piedras y peñones, y, aunque al principio,
intentaban mantener expedita esta singular pista (asfaltada en su día), cuyas
vistas sobre el pueblo y el valle del Segura son inigualables, de un tiempo acá
van dejando que obre la naturaleza, y ya saben ustedes que la naturaleza tiende
al caos.
Un caso también desidioso, este contra
el medio ambiente, que ya les he comentado alguna vez, es el de las canteras,
en las estribaciones del Cabezo de la Carrasca, a un tiro de piedra de la
Atalaya. Área protegida, pero olvidada. Las canteras, después de estar
funcionando un montón de tiempo, cuyas empresas extraían piedra noche y día
mediante maquinaria pesada y una flota de camiones, llegaron los políticos de
turno (de la Comunidad Autónoma) y las cerraron en un pispás. Fue en tiempos
del alcalde Paco López, fíjense si ya ha llovido y han pasado corporaciones
municipales; de esto hará sus veinte años largos. Recuerdo que a media mañana
se llenó la Plaza Mayor de audis y de fulanos enchaquetados: cada político, con
su flamante vehículo del parque móvil de la administración autonómica y su
chofer (los chóferes hacían corrillos y fumaban: no tenía más cometido que
perder el tiempo).
¡Canteras cerradas! ¡Vámonos a comer! ¡Desfile de
audis y se acabó lo que se daba! Ni las empresas retiraron los centenares de
metros cúbicos de arena que tenían molida, ni se acometieron actuaciones de
repoblación forestal para paliar el desaguisado medioambiental, ni se
desmantelaron infraestructuras de obra de los molinos, ni se demolieron y
retiraron los escombros de las construcciones, como el propio transformador o
los cobertizos de herramientas; ni se retiró el tendido eléctrico de alta
tensión (los robacables harían su agosto), ni se hizo la más elemental limpieza
de los lugares de la explotación, ¡ni se gestionaron las fianzas depositadas! ¡Veinte
años después, aún están por allí esturreados bidones y neumáticos de los
tractores! ¿La competencia? Medio Ambiente de la Comunidad Autónoma. ¿Podría
haber hecho algo el ayuntamiento en veinte años? Sí: instar. Cuando el ámbito
territorial de una administración se encuentra afectado, pero la competencia
funcional es de otra administración distinta, la primera puede y debe instar a
la segunda para que realice la correspondiente actuación. Pero los unos por los
otros, la casa sin barrer.
Mas esto otro del camino de «bajada del Santuario» es
un asunto de distinta naturaleza a lo de las canteras, pero de una necesidad
más acuciante si cabe. Este camino, que tendrá ya sus cincuenta años o más, se llevó
a cabo sobre el viejo «segundo sendero», que partía del Rincón de Mula y
saltaba el collado de la Atalaya. ¿Por qué se realizó esta pista? Bueno, la
cosa comienza con la construcción de la Ermitica de la Virgen del Buen Suceso a
primeros de los sesenta y el camino de subida por la solana, hecho a pico, pala
barreno.
(Ah, ¿quieren
que les cuente una anécdota? Hace bastantes años, un grupo de personas de Cieza
fue a Torreciudad (en el alto Aragón), de peregrinaje o excursión al famoso
santuario del OPUS. Los organizadores pensaron llevarse también a la Virgen de
la Atalaya; ¿cómo?, metida en una caja de cartón grande; ¿dónde había cajas
grandes?, en ca Ortuño de la Plaza de España; ¿quién podía proporcionar la caja?,
Joaquín. Entonces desembalé un frigorífico Westinghouse de dos puertas para
facilitarles el transporte de la venerada imagen de la Patrona de Cieza. De
regreso de Huesca, a altas horas de la noche, el chofer, cansado sin duda, se
salió de la carretera en Yecla y se metió con el autobús en una casa, pero no
pasó nada a nadie: ¡milagro! Iban con Dios, que está en todas partes, y con la
Virgen.)
Bien, y continuando, unos años después de hacer la
ermitica, vieron que la gente acudía en masa a la Romería y que cada vez subían
más vehículos, por lo que pensaron hacer un itinerario en un solo sentido. Así
que, ya con un enorme tractor oruga y nada de estudio de impacto ambiental ni
del terreno a remover ni nada (na más que «¡Echa p’alante, nene, y dale sin
miedo!»), hicieron esta pista por la umbría.
En la falda del Pico hay grandes peñones desgajados
desde la noche de los tiempos; y la ladera, estabilizada entonces y sujeta por
la vegetación, se compone de millones de toneladas de piedras sueltas de todos
tamaños. La máquina feroz falseó esa zona y la dejó en tenguerengue. Lo demás,
ya se imaginan: derrumbes constantes y caídas de peñones, que algunos han
llegado hasta el Estrecho.
Esa vía, ya que está construida, no hay que dejarla
perder: aparte de cumplir un recorrido turístico, a pie o en bici, inmejorable,
debe estar abierta al paso de vehículos de emergencias: bomberos, protección
civil, ambulancias, etc. Es vital que se tomen interés en ello, tanto el
ayuntamiento, como Medio Ambiente de la CARM, y construyan un fuerte muro de
contención para sujetar el terreno en la medida de lo posible; de lo contrario,
con el tiempo, nos podría costar un Pico (nuestro mejor icono): el de la
Atalaya, que se iría derrumbando cada vez más sin remedio.
©Joaquín Gómez Carrillo
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