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Esta tarde, en un espacio público urbano, veo a unos niños (no tendrían más de nueve o diez años) con una tabla arrancada de un banco de madera; jugaban con ella, la arrastraban, la llevaban de acá para allá o la colocaban apoyada en otro banco para hacer funambulismo sobre ella. Con suavidad, y a modo de consejo, les digo que la dejen después en el banco roto (desgajado sin duda por gente de esa que disfruta rompiendo el mobiliario urbano, que hay que reconocer que algunos fulanos hacen grandes esfuerzos para torcer hierros o arrancar maderas, a punto de enriñonarse, vamos…). «Ponedla luego en aquel banco para que lo arreglen», les digo a los niños, que están enjugascados y no me hacen caso; aunque pienso que como no la ponga Rita la cantaora, la tabla desaparecerá y el banco quedará destrozado.
¿Y saben de qué me he acordado entonces? De la estupenda película «Un franco, 14 pesetas», protagonizada y dirigida por el brillante actor Carlos Iglesias (el que hacía de Benito, de la serie «Manos a la obra», ¿recuerdan?, ¡qué panzás de reír…!). Me he acordado de aquella sociedad española de los años sesenta, deprimida en lo económico y en otros órdenes, y que se refleja tan bien en la película. Y he traído a la cabeza aquella escena de cuando el matrimonio de emigrantes regresa de nuevo a España para quedarse, porque la tierra y la familia tiran mucho, y entonces el hijo (un niño con educación inculcada en un colegio de Suiza) contempla con tristeza la estampa de una sociedad extraña cuando menos para él, y ve con estupefacción a otros críos de aquel barrio pobre de sus abuelos que, por hacer algo, maltratan un perro.
¿Hemos avanzado mucho de los años sesenta hacia acá? Hombre, en lo económico sí; la prueba es que ahora los migrantes desean venir a España a vida o muerte; en los sesenta no venían ni con las puertas abiertas, ¿para qué iban a venir, si estábamos a nivel de Marruecos o peor que Argelia, que ya es decir… ¿Pero, y en lo social, en lo cultural o en lo educativo, estamos mucho mejor? Pues yo creo que también hemos progresado. Ya en la década de los sesenta el gobierno comenzó a becar a muchos estudiantes y se dio mucha importancia a lo que entonces se llamaba «la igualdad de oportunidades». En base a los programas de «igualdad de oportunidades», se concedían «becas salario» a los buenos estudiantes, pues de alguna forma se premiaba el esfuerzo; de forma que aquellas «becas salario» venían, no solo a sufragar los estudios, de secundaria o universitarios, del alumno que cumplía los requisitos, sino a proporcionar a la familia un aporte económico por lo que «dejaba de ingresar» de parte de aquel hijo o hija que les había salido aplicado en los estudios (por entonces la idea de los ingresos familiares incluía el rendimiento de los hijos conforme tenían edad para trabajar). De forma que a partir de la mentada década, empezaron a entrar en las universidades, los hijos o hijas de los braceros, de los jornaleros y demás gentes humildes. Pudieron hacer carreras y salir maestros, médicos, abogados o ingenieros, los hijos y las hijas de los hilaores o las picaoras. Por ello no se puede negar que desde entonces acá hayamos avanzado algo en ese aspecto.
Pero, ¿y en valores? Bueno, ese es otro cantar. Llegó la democracia con las libertades, y existía una base de respeto y tolerancia en la sociedad para ello; incluso un deseo unánime de vivir la libertad, aunque bien es verdad que había un desfase enorme en relación a las sociedades de otros países europeos. Ahora el tiempo ha pasado, los valores ha ido cayendo y en muchos casos, muchas personas no saben ni siquiera cómo gestionar su propia libertad y la confunde con el libertinaje. Por norma general, la política se ha maleado y desde algunos liderazgos ideológicos prefieren una sociedad crispada y dócil para el careo ovejero. No se maltratan los perros, como Carlos Iglesias reflejó en aquella impactante escena de su película, pero se palpa la ineducación cívica por doquier, con el agravante del irrespeto general. (Reconozco que me la he jugado al decirles a los niños que dejaran la tabla arrancada del banco en su sitio; podía haberme oído alguno de sus progenitores y soltarme una fresca; porque esa es otra: ante la mala educación uno tiene que andarse con pies de plomo).
No obstante, he pensado después ‘no estamos perdidos’, hay personas en nuestra sociedad con mucha cultura y sobrada educación; sí, aquí en Cieza mismo; están por la calle y son personas como nosotros, aunque no se les advierte; hay niños bien educados, a los que sus padres les han inculcado los buenos modales y las buenas formas, a los que les han enseñado a respetar lo ajeno: lo público y lo privado. Esos niños son nuestra salvación como sociedad; serán buenos sanitarios, buenos docentes, buenos funcionarios, bueno ciudadanos en general, y llevarán adelante nuestro modelo social, y no dudo que lo mejorarán; algunos de ellos, los más valiosos, tendrán que emigrar al extranjero, porque fuera de España encontrarán mejor acogida, y allí rendirán entonces su valía, después de haberse formado en nuestras universidades a costa de los recursos públicos de nuestro país y del apoyo y contribución de sus familias (mi hija Victoria Elena, arquitecta, ha tenido que ser emigrante durante 6 años en Suiza; de modo que allí progresan mejor con los mejores; pues ya no son aquellos emigrantes del hambre de los sesenta los que ahora han de buscarse camino en el extranjero, sino jóvenes titulados que aquí se minusvaloran).
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