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Miren
lo que les digo, esto, en muchos aspectos (me estoy refiriendo mayormente a
cierto número de personas de nuestra sociedad en relación con la pandemia del
Covid-19), se parece un poco a la orquesta del Titánic en la película de James
Cameron, que no paraba de tocar mientras el barco se estaba inclinando para
irse al fondo del mar sin remedio («¡sigan, sigan, tocando!», y los músicos
interpretaban valses para que los viajeros ricos continuaran disfrutando de la bonita
velada en el lujoso salón de baile como si nada estuviera ocurriendo).
Desde este sábado, día 7 de noviembre, han ordenado cerrar los bares y restaurantes, en cuanto al uso de barras y terrazas se refiere; podrán preparar —dicen— comidas, tapas y bebidas para llevar a domicilio («póngam’usté unos calamares a la plancha y un butano pa llevárnoslos a casa»; aunque no sé cómo se recogerán esos «pedidos», si por una ventana o los entregará el camarero en la puerta o los transportará un mandaero o un repartidor como el de las pizzas). Pero miren, esto se veía venir; no había más que fijarse en las terrazas, llenas de mesas y las mesas llenas de gente, la mayoría sin mascarillas. («Oiga, es que si llevo la mascarilla, ¿cómo me como la tostada o me tomo el café?» —argumentaban, respondones, algunos—. Pos mir’usté, mu sencillo: con una mano coge la tostadica o el vasico y con la otra se aparta la mascarilla sacándosela de una oreja, le da el bocaíco o el sorbo al asunto, e inmediatamente se ajusta su mascarilla de nuevo en la oreja; es fácil, ¿no?; y de esa manera puede seguir charlando con los compañeros de mesa sin lanzarles a su nariz, a su boca o a sus ojos, sus micropartículas salivares o sus jodíos «aerosoles», que son como una neblina invisible que sale de nuestro aliento y flota en el aire cargadita con lo que tengamos encima: carro, trancazo, gripe o coronavirus; y lo más importante: de haber cumplido esas reglas, no hubiera hecho falta el cierre de bares).
Pero la cosa es que una parte de la población, a pesar de estar súper informada de todo eso y a pesar de ser consciente —creo yo— de la conveniencia de guardar estrictamente las normas y las recomendaciones sanitarias; a pesar de ser conocedora del peligro de los contagios, que no cesan, ¡que anda que Cieza está bonica!, y que se van llenando los hospitales y las UCI; y a pesar de que entre los contagiados, de todas las edades, los hay que se van yendo al otro barrio por la puerta de atrás; a pesar de todo —digo—, esa parte de la población, díscola, bien por indolencia o pasotismo, o bien porque prefiere seguir bailando el peligroso vals del naufragio del Titánic, se comporta socialmente como si no pasara nada. ¡Nada! Por eso los gobernantes no pueden dejar de tomar medidas más o menos drásticas o restrictivas, como esta de cerrar los bares. Y eso se veía venir. Ahora el sector pondrá el grito en el cielo; normal, hay muchas familias que viven de eso. Pero si el Titánic se hunde, y ya los naufragados, en lo que va de pandemia, se cuentan por decenas de millares, de nada vale que la orquesta siga tocando como si no pasara nada.
En el mercadillo semanal (antes había controles a las entradas y a las salidas, ¿se acuerdan?, con toma de temperatura y con fufú para las manos, pero eso era antes, cuando la primera ola), ahora el público, las mujeres y los hombres, con sus carritos, con sus bolsas, haciendo las compras, que los mercaderes también tienen que vivir, oiga; mas los veo como si no pasara nada: las personas arracimadas en los puestos, juntitas todas como las ovejas. Un mercader (yo paso por la acera de enfrente, ligero, poniendo distancia con el personal, y me fijo en algunos) con la mascarilla en el cuello, que eso debe de ser muy bueno para las paperas, animando a las compradoras: «¡dos pares, un euro, guapa!».
Así que vamos derechos al confinamiento domiciliario; no habrá más solución, y pagaremos justos por pecadores; aunque por hache o por be, la gente seguirá saliendo a la calle, ya sea por necesidades de trabajo, ya para ir de compras o ya para sacar los perros a pasear, que también tienen derecho los animalicos. De modo que el invierno va a ser largo. Y la economía se tendrá que resentir otra vez, aunque suban los impuestos para sacar perras hasta de debajo de las piedras, que hay que pagar mucho sueldo a mucha gente que vive a cuerpo de rey. ¿No vieron el festorro ese del periódico digital de Pedro J. Ramírez? A él le interesaba la publicidad con peces gordos en las mesas, y a ellos (a los peces gordos), como les gusta chupar cámara más que a un tonto un lápiz, pues ya está: se juntó el hambre con las ganicas de comer; y además, muchos se quitaron sus mascarillas, ¡un día es un día!, para salir bien guapos.
Buenos dias estimado Joaquin:
ResponderEliminarSomos muchos los sectores que seguimos tocando en la orquesta, mientras otros bailan, y nos hundimos juntos.
El mundo gira y la vida sigue como si nadie hubiese sufrido y cómo si nada estuviese ocurriendo. Mientras tanto la maravillosa orquesta seguirá tocando.
Un saludo.
Muchas gracias por tu amable comentario. Un saludo afectuoso.
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