Nos castigó la «dana» y nos sigue castigando la covid-19 |
Quién nos lo iba a decir, que este año 2020 iríamos todos por la calle enmascarados y que además nos íbamos a quedar sin Feria: sin Tío de la Pita, sin castillo de fuegos artificiales en el Arenal del río, sin tascas en la Plaza de España, sin cantantes y sin atracciones en el exiguo solar de más allá de la plaza de los toros, y, supongo, sin pregón ante la venerada imagen del Santo Patrón San Bartolomé, en la Plaza Mayor, con los ediles, mujeres y hombres, trajeados en primera fila, sentados en sillas de plástico, de las que a veces se parte alguna (por la fatiga del propio material y los meneos que llevan) y deja al usuario con las «patas p’arriba».
Bueno, pues si no hay Feria, mirémoslo por el lado positivo: unas perricas que nos ahorramos; para otra cosa vendrán bien, ¿no?, por ejemplo, lo que dejamos de gastarnos en pólvora, para repintar todos los pasos de peatones, que hay que ver la virtud que tienen ciertos conductores, que son capaces de adivinar dónde están muchos de los pasos, casi imperceptibles ya al ojo humano; o lo que nos ahorramos en verbenas, para reponer el arbolado perdido en el casco urbano, que todavía hay alcorques vacíos de los arbolicos que se perdieron, o destrozaron los vándalos, de los que mandó poner Ramón Ortiz, y miren que ha llovido desde entonces; o para poner papeleras, que se necesita la tira de ellas en todo el pueblo; en fin, que nunca falta un roto para un descosido, y el dinerete que nos ahorramos de las fiestas siempre se le puede dar una buena utilidad. Además está el ahorro de la crítica ácida, porque sea como sea la Feria, la oposición de turno está siempre «obligada» a criticar y poner faltas; bueno, pues si no hay Feria no podrán afearla; si quieren, ¡oye!, que critiquen al Covid que es el culpable de todo y además suena como a mascota de Mariscal en los JJ.OO. de Barcelona 92 (ya sé que se escribía con «b», ya, pero en la pronunciación suena lo mismo, no me lo negarán).
Ahora, con la llamada «nueva normalidad», hemos de ser felices sin atracones de cerveza y morcilla en las terrazas de las tascas, donde otrora no cabía un alfiler; sin mogollones de gente, cuerpo a cuerpo, para cogerse un laíco a brazo partido en el muro y ver las palmeras de colores, ¡aaah!, o los cohetes tan bonicos, que se elevaban agujereando la noche; o sin romperse la gente lo oídos a decibelio limpio en la Plaza de España, como piojos en costura, para jalear un grupo de rock o una actuación gitanera. Seremos felices de cualquier forma, se lo aseguro, pues la verdadera felicidad es la que nace de dentro del ser humano y no viene impuesta o estimulada por agentes externos (ay, se me ha escapado la vena filosófica; bueno, para eso me dio clase Aurelio Guirao, para saber aplicar a la vida un poco de filosofía cuando es necesario; ahora, como han quitado esa asignatura de los institutos (la han dejado opcional, como la religión), pues así salen los chavales y llegan a las universidades, más aborregadicos, con poco criterio propio y mucho mejor manejables por los políticos de «que viene el lobo y yo soy vuestro pastor»).
Mas con la «nueva normalidad» se trata de que hay que seguir la vida, disfrutándola, sin miedo, pero con prudencia y precaución; hay que trabajar y mantener arriba la economía de esta sociedad, pero en condiciones dignas de protección ante los malignos brotes y rebrotes, que pueden aparecer como los espárragos, en cualquier parte y bajo cualquier motivo o condición, y que no nos cuenten milongas del boliviano o el «patereño», que no nos digan «¡cuidao, el lobo es el que llega quitándose el hambre a guantás, y nos trae los piojos de su miseria»; no, el lobo puede ser cualquier corderillo y puede aparecer en cualquier celebración familiar, en cualquier cena de amigos, en cualquier acto multitudinario; el maligno, llámese Covid o Satanás, puede estar a la vuelta de cualquier esquina.
Hay que seguir trabajando, pero sin bajar la guardia de la vigilancia, de los buenos hábitos de salud y de distancia de seguridad interpersonal. Desde luego, ahí tiene mucho que ver un empresariado con formación, con respeto hacia sus trabajadores y proporcionando a estos lo necesario para mantenerlos a salvo del coronavirus; preocupándose por el ambiente laboral, informando y formando en «higiene pandémica» a sus empleados. Ahora, mediante acuerdo de gobierno, el ejecutivo autonómico de la Región de Murcia ha establecido el uso generalizado de la mascarilla en todo espacio público; a ver quienes lo cumplen, y a ver quienes lo hacen cumplir, que esa es otra, ya me entienden.
Desde primeros de marzo, cuando el científico oficial de la almendra decía que de mascarillas, nada, que no hacían falta, yo ya lo criticaba en mis artículos (mi opinión es pública y publicada); tres meses y decenas de miles de fallecidos han hecho falta para que el científico oficial de la almendra cambiara de opinión; ¡gracias a dios!, ya estamos de acuerdo en que con mi mascarilla protejo al de enfrente y el de enfrente me protege a mí con la suya, ¡así de sencillo y de barato! Pero ha hecho falta política, de la cutre, para llegar a esa perogrullesca conclusión. Ahora, en toda nuestra región es obligatorio llevar mascarilla por la calle, sin embargo veo demasiada gente sin ella o con ella de barboquejo, como si tuviera paperas, o llevándola por debajo de la nariz, como si oliera a caca, y no veo autoridad alguna haciendo cumplir la norma. ¿Qué va a ser de nosotros, sin Feria y con el hacha del Covid levantada…? No me extrañaría que sudara el Santo una vez más por la tozudez de los hombres, y de las mujeres.
©Joaquín Gómez Carrillo
Pues si de invertir en otros menesteres se trata que lo hagan en proporcionar mascarillas a aquellas familias o personas que no pueden costearlas porque su deficiente economía no se lo permite.
ResponderEliminarPor otro lado el señor Simón, llamado por ti científico de la almendra,se merece todos mis respetos pongámonos en su lugar y quizás también nos habríamos equivocado.En fin antes porque no nos obligaban y ahora que es obligatorio su uso,solo la llevan puesta 5 de cada 10 ciudadanos.Pero bueno,en este país todos tienen la culpa menos nosotros mismos.
Interesante artículo que invita a la reflexión.
Un saludo,Joaquín
Muchas gracias por el comentario, sin duda interesante. El uso generalizado de la mascarilla, estoy convencido, es el método más barato y eficaz para la contención de los contagios; es mi postura desde el principio. Y es una pena la falta de concienciación al respecto; veo más gente con la mascarilla en el cuello que colocada correctamente. ¿Hasta cuándo lamentaremos no haber sido más solidarios y respetuosos con el prójimo...?
EliminarUn saludo, y celebro que considere interesante el artículo.