Planta «quebranta piedras» en el Barranco de los Grajos |
No sé si saben ustedes que el Círculo de Lectores ha pasado ya a mejor vida. Un montón de años haciendo que la gente lea en este país, acercando libros a las casas, y ahora se acabó. Algunos llevamos más de media vida apuntados al Círculo y conociendo a los agentes que nos dejaban la revista, que pasaban a por el pedido y que después nos traían los libricos. Así que, una cosa que parecía tan bien montada por los catalanes, que iba a durar toda la vida, ahora se cierra y pasa a la historia. A lo mejor es que la poderosa editorial Planeta, que lo compró hace unos años, no le interesa ya mantener la marca Círculo; cualquiera sabe; hay casos así, que una empresa compra a otra de la competencia para cerrarla más tarde con mucho disimulo. Por ejemplo, en España se hacía el mejor chocolate del mundo, con la tradición monacal del primer cacao que llegó de América y después con el excelente cacao de nuestra provincia guineana del África tropical (solo en la ciudad de Astorga, para que se hagan una idea, llegaron a contarse hasta 49 fábricas de chocolate); entonces otros países europeos, llenos de envidia, dijeron esto no puede ser, la fama del chocolate es nuestra y no vamos a consentir que los españolitos nos la disputen, ¡hale!; Así que empezaron a comprar empresas chocolateras españolas, para ir cerrándolas después, hasta quedarnos casi sin chocolate español (al menos sin industrias del prestigio internacional de antes) y sin la provincia de Guinea, claro, que ya saben lo que ocurrió con el Macías y después con su sobrinico Teodoro, dictadores más corruptos, imposible.
El caso es que uno de los últimos libros que compré a Círculo de Lectores es «Patria», de Fernando Aramburu, gran obra con una excelente crítica, y lo tenía todavía sin abrir (los entregaban con un precinto, un forro de plástico que hay que romper). Tengo más todavía sin abrir en mi biblioteca, porque, la verdad, también compraba libros y colecciones de otros lugares y por eso llevo retrasada la lectura. Pero a mí no me importa, ya caerán. Hay quienes están siempre a la última música, a la última película o al último libro; siempre están enteraos de la última novedad; eso tiene su mérito, y te pones a hablar con ellos y te mientan la lectura de moda del autor revelación, y te preguntan si es que no lo has leído, y uno responde que no, ¿por qué lo habría de haber leído?, y entonces parece que le miran a uno por encima del hombro. Pero a mí me da igual. Puede que mantenga en la estantería sin leer alguna que otra obra reciente de autores de éxito del momento, mientras estoy, por ejemplo, leyendo tranquilamente «Madame Bobary», de Gustave Flaubert, publicada a mitad del siglo XIX. Y qué. No soy oportunista para mis lecturas. Mi nieta Paula, que es una pequeña lectora voraz (de 11 añicos), entre obra y obra de esas colecciones que hay para su edad, que le proporciona su librera Nuria, tiene a mano «El Principito», de Saint-Exupéry. Yo también lo tengo a mano; es una obrita de releer, y siempre le sacas matices y deleites nuevos (yo, cuando viene a casa, le leo algún capitulillo, por placer, dramatizando bien los diálogos entre el aviador y el pequeño príncipe, o entre el propio príncipito y el zorrico del desierto; ¡una maravilla!, y a Paula entonces le brillan los ojos de emoción escuchándome). Yo siempre le digo a mi nieta que los libros son para divertir, para pasárselo uno bien leyéndolos; si un libo aburre, se deja y se coge otro, ¡anda que no hay libros…! A mí, «Rayuela», de Cortázar, no me divertía; ¡una pesadez más bien!, así que lo dejé y ya veremos si algún día lo retomo.
Bueno, pues anoche desprecinté el mentado libro de Fernando Aramburu, «Patria», que dicen que está muy bien. Fui primero a la biblioteca y lo localicé, apagué la tele y, despacito, solo con las uñas fui rasgando el plástico que lo envolvía. Para mí es un ritual, como la ceremonia del té. Con otros libros que compro por ahí, no, porque no traen precinto y ya en la propia tienda los abro los hojeo un poco, leo incluso el primer párrafo (ahí está la clave de toda la obra, en la primera página; como la primera página sea anodina y ladrillosa, mal empezamos). Pero con los libros del Circulo siempre había que rasgar el plastiquillo y, como si fuera un acto erótico de desnudar, enfrentarse uno al gozo primigenio de descubrir las primeras hojas, la primera frase, y el olor a papel impreso, un olor que casi alimenta.
No olvidaré a mi primer agente del Círculo, yo tendría no más de 15 o 16 años y había falseado la fecha de nacimiento porque pedían ser mayor de edad o aportar permiso paterno (la mayoría de edad estaba en los 21, que era cuando te llevaban a la mili). Bastantes años después, lo que son las cosas, mis hijas, crías aún, fueron a hacerse los carnés de la Biblioteca y les dijeron que tenían que aportar consentimiento de los padres; y ellas, según me contaron luego muertas de risa, ni cortas ni perezosas, falsificaron mi firma y ¡p’alante!
Mi primer agente del Círculo era Fernando Miralles, que en Gloria esté el pobre; cuando salía de trabajar de Correos (era cartero), se dedicaba a repartir los libros con su moto Vespa. Habrá personas buenas en el mundo, pero como Fernando Miralles… Nuestra amistad duraría toda la vida, y él me proveyó de las primeras lecturas, libros que aún atesoro en mi pequeña biblioteca, en lugar preferente; y siempre recuerdo como un momento de emoción el quitarles el forro, el abrirlos por primera vez y el sentir ese olor a literatura en mis manos, que no podrán tener nunca los «libros electrónicos», por eso no se impondrán nunca sobre los de papel, porque carecen, hoy por hoy, de olor a libro.
©Joaquín Gómez Carrillo
Los libros huelen a aventuras, recuerdos, historias, y sobre todo huelen a papel, un olor que las nuevas tecnologías nos han robado. Bonito artículo.
ResponderEliminarMuchas gracias
Gracias a ti por el comentario. Nunca las nuevas tecnologías podrán desterrar el libro, aunque nos engañufarán con otras muchas cosas. Un saludo.
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