Bella estampa otoñal del Paseo Ribereño de Cieza, a orillas del río Segura (fotografía cedida por el fotógrafo Fernando Galindo) |
Segunda «Dana» y segunda legislatura parlamentaria en este año 2019. Si no querías caldo, ¡dos tazas llenas! Hoy, día 3 de diciembre, escucho en mi pequeña radio de la cocina el arranque de la segunda legislatura en España en menos de siete meses, ¡qué barbaridad! Oigo también el chorrico constante del agua que cae por la bajante de la terraza de mi edificio y veo cómo llueve detrás de los cristales de mi ventana (por fortuna, en Cieza cae el agua muy bien caída: una bendición para los campos y los montes).
Esta mañana, cuando bajé al Paseo Ribereño, el cielo estaba pesado; los trabajadores que limpian las orillas del río (mujeres en su mayoría) estaban cruzando el Puente de Alambre en dirección al pueblo. «¡Nos han mandao razón pa que nos vayamos!», me dice de lejos una trabajadora. Echo de menos el hablar unas palabras con estas personas, como hago casi siempre cuando se están preparando para la faena; me gusta arrimarme a la lumbrecica que encienden sobre una chapa para calentarse las manos (yo recuerdo tiempos duros de trabajar en el campo en pleno invierno). Pero hoy se van. Claro, es imposible trabajar con la «Dana», pienso yo; y mira que aguantan frío y chubascos esas mujeres, ahí metidas en los terraplenes de la orilla del río, cortando cañas y sacando brozas.
Habían dicho en la tele que estaba al caer una segunda gota fría; aunque iba a dejar mayor cantidad de litros allí donde más nos duele a los murcianos: en la ribera del Mar Menor. Así es la naturaleza: despiadada a veces con las personas.
El Paseo Ribereño, sin embargo, está precioso con sus colores otoñales. Es un momento, el de la coloración de las hojas caducas de los olmos, de los chopos, de los álamos, de los plátanos, etc., que rivaliza con la floración de los frutales. Todas las mañanas está mi amigo Fernando Galindo «cazando» al vuelo la luz del amanecer por la orilla del río. ¡Hay que tener pasión por la fotografía!, creo yo, para madrugar más que el día y ser fiel a los primeros rayos de sol. Pero le compensa, porque él tiene la habilidad de atrapar en sus fotos todos los instantes mágicos: esas nubes rosa que anuncian el alba, esos contraluces que nos impactan de forma agradable en la retina, esos suelos ya alfombrados de hojas, esos brillos de la llovizna caída cual pequeños incendios de luz; y, sobre todo, esos retratos que solicita a los andarines, captando en la virtualidad digital de su cámara la parte del alma de cada uno que aflora en el rostro.
Luego, antes de que arrecie la lluvia sobre los tejados, las calles y las aceras, visito a mi amigo Eduardo López Pascual, que me tiene dispuesta su última obrilla: «Nómina de Amigos» (el primero es Juan José Avellán, el ciego, al que describe «Erguido como un pino noble y mediterráneo…». Ni que decir tiene, que como viejos espeleólogos que fuimos en los tiempos de la OJE, charlamos un ratico con gran placer sobre libros, cuevas y montañas.
En casa, mientras me preparo un guisote, escucho en la radio a ese diputado (el de «mayor edad», que cultiva imagen «valleinclanesca») pidiendo perdón al pueblo español por la anterior legislatura fallida. Me alegro de que al menos un político tenga sensatez y vergüenza torera para manifestar esa sinceridad. Lo demás: rifirrafes, codazos y empujones para ocupar puestos en el hemiciclo; tratos y triquiñuelas para el reparto de cargos. ¿Son compatibles la nobleza y la política?, me pregunto.
Pienso que, ideologías aparte, el tablero de juego de la democracia debería ser más sencillo, más de sentido común. ¿Qué se han creído que son estos parlamentarios, sino meros representantes del pueblo, del que reciben generosos estipendios y al que deben servir por encima de todas las cosas? Pero está claro que su chip personal y partidista anda por otros derroteros. De ahí que «juren o prometan» el cargo por cualquier cosa que se les ocurra, incluso por la mentira política, ¡por la infamante mentira!
En cuanto a formar gobierno, ¿por qué tiene que ser complicado? Está claro que hay dos partidos «mayoritarios» (A y B), cuya suma numérica supera la mayoría absoluta; ambos aglutinan la mayor representación popular, y, en respeto a esos millones de personas, a ellos les correspondería gobernar. Fácil, ¿no? Sería lo más lógico del mundo; dejar a un lado las diferencias cainitas, las rencillas, el orgullo, la soberbia y los intereses de partido. El pueblo les da de comer y ellos deberían corresponder con nobleza. Sin embargo nadie quiere apearse un poquico de su ideología en favor de la gobernabilidad de España; por el contrario, usan la zancadilla, el «no es no» y el «cuanto peor, mejor».
Escucho todos los días lo mal que van las negociaciones para la investidura de un nuevo presidente, e intuyo que, a puerta cerrada, habrá sapos que tendrán que tragar; aunque luego, por los medios, nos contarán otra milonga. Pero el ejecutivo que salga, si sale, con apoyo secesionista, gobernará de rodillas. Nada halagüeño para el país... Y yo, en mi sentido común, reflexiono y creo que al partido B no le costaría nada abstenerse. ¡Absténgas’usté, porfa!, ¡por caridad!, ¡por el amor de dios!, ¡por patriotismo al menos!, si es que se puede invocar aún ese sentimiento en la política. ¿O es que cabe en cabeza humana el volver a votar?
A eso de la media tarde, bajo una lluvia persistente y machadiana («…Señor, ¿no es tu lluvia ley, en los campos que ara el buey, y en los palacios del rey?», que dijera aquél al que «hoy le cubre el polvo de un país vecino»), me voy hasta la casa de mi buen amigo, el poeta ciezano Manolo Balsalobre, a tomar un té y hablar de sonetos.
©Joaquín Gómez Carrillo
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