INTRODUCCIÓN

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JOAQUÍN GÓMEZ CARRILLO, escritor de Cieza (Murcia), España. Es el autor del libro «Relatos Vulgares» (2004), así como de la novela «En un lugar de la memoria» (2006). Publica cuentos, poesías y relatos, en revistas literarias, como «La Sierpe y el Laúd», «Tras-Cieza», «La Puente», «La Cortesía», «El Ciezano Ausente», «San Bartolomé» o «El Anda». Es también coautor en los libros «El hilo invisible» (2012) y «El Melocotón en la Historia de Cieza» (2015). Participa como articulista en el periódico local semanal «El Mirador de Cieza» con el título genérico: «El Pico de la Atalaya». Publica en internet el «Palabrario ciezano y del esparto» (2010).

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20/7/19

El hombre que se llevó la Luna

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La Torre y la Luna (fotografía de Carlos J. Lucas González)
Mi abuela Teresa, a través de cuyas historias, yo niño, comenzaría a sentir la fascinación por el realismo mágico mucho antes de saber siquiera que existía Gabriel García Márquez, nos contaba en el rincón de la cocina lo que le pasó a un pobre leñador en el monte, cuando una noche se lamentaba a la luz de la Luna de su desgraciada condición.

Mi abuela nunca creyó que los americanos llegaran a la Luna. Pero no por la increíble aventura que ello suponía en los años sesenta, en plena competición con la Unión Soviética de la perra Laica y de Yuri Gagarin (el que al regresar a la Tierra metido en un bote de hojalata, dijo la memez de que “allá arriba no había visto a Dios”, ¡válgame el ídem…!); ni porque mi abuela tuviera un criterio técnico acerca de las dificultades aeroespaciales de unas naves de hace cincuenta años, cuando aún no existía la informática, y la electrónica estaba en ciernes (fíjense que la televisión todavía funcionaba con válvulas de vacío, de las que había inventado Édison). No. Mi abuela no pasó a creer nunca que los hombres (porque todos los astronautas de la Misión Apolo fueron del sexo masculino) llegaran y alunizaran con aquellos trastos llamados módulos lunares en el inhóspito y polvoriento suelo selenita, por el sencillo hecho de que “se caerían”.

“Madre –le decíamos nosotros–, es que en la Luna hay también gravedad, como en la Tierra”. Pero que si quieres a Ros, Catalina. Mi abuela qué iba a comprender lo de Newton y la jodía manzana. Ella se mantenía en sus trece: “No seáis asnos –decía la pobre–, se caerían”. Pues ella concebía la Luna como un disco plano flotando en el techo del cielo, y claro, ni Armstrong ni Aldrin podían tener la facultad de las moscas (a juicio de ella) para mantenerse de pie en esa gran “lámpara” de las noches de luna llena y tener la habilidad de éstas, que se posaban en el cielo raso del dormitorio y en el cordón de la pera de 125 voltios que colgaba desnuda.

Yo, si quieren que les diga la verdad, ni me lo creo ni me lo dejo de creer. Aunque después de leer a Bernal Díaz del Castillo, en su libro “La verdadera historia de la conquista de la Nueva España”, donde relata fielmente cómo Hernán Cortés doblegó al imperio más poderoso de América, el Azteca, con tan solo cuatrocientos hombres y setenta caballos, me podría creer también que desde la nave Apolo XI, girando como un mosquito alrededor de la “lámpara-luna”, soltaran un trasto (el módulo lunar “Eagle”), y que este descendiera como una plumica y, en la noche del 20 al 21 de julio de 1969, se posara sin problemas en una región de nuestro satélite llamada “Mar de la Tranquilidad”, y, casi como en una historia de Julio Verne, los mentados astronautas saliera por la escotilla, descendieran la escalerica y caminaran con torpes saltitos por la superficie de un astro donde pesaban seis veces menos que en la Tierra, y se hicieran las fotos y colocaran la banderita yanqui, cosa que nunca quedó claro el misterio de si ésta se movía por un viento inexistente.

Así que yo, después de leer que el gran Moctezuma salió al encuentro del extremeño, lo cogió del brazo y caminaron juntos por la gran avenida que daba entrada a la Tenochtitlán imperial (hoy ciudad de México, donde gobierna ese tonto que exigía pedir perdón al Rey de España porque hace 500 años, los españoles ordenaron como primera providencia que cesaran los sacrificios humanos: ¡basta de arrancar el corazón a inocentes para ofrecerlo a un dios-culebra!), después de eso, ya me creo que los cosmonautas, tras recitar la frasecita para la historia: “Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la Humanidad” (se la sabían antes de subir a bordo en Cabo Cañaveral y salir disparados en la punta de un cohete Saturno alimentado con tropecientas toneladas de oxígeno líquido), se subieran de nuevo en el Águila (“Eagle”), que el Águila fuera capaz de levantar el vuelo en vertical como los aviones Harrier en la cubierta del portaaviones Príncipe de Asturias, y que navegara con la potencia necesaria para alcanzar la órbita lunar, en donde esperaba el tercer astronauta, Collins, tan a gustito en la nave nodriza Apolo; que dicho módulo orbitara la Luna a toda pastilla hasta ponerse parejo con la nave, que se acoplara a ella como en la Guerra de las Galaxias de Georges Lucas; y ya, los tres muchachos, en amor y compaña, se dirigieran “at home”, recorriendo los cuatrocientos mil kilómetros que separan la Tierra de su satélite, pisando fuerte el acelerador hasta alcanzar velocidades superiores a la de un tiro de fusil. Complicado, ¿no? Increíble, ¿no? Pero así parece que sucedió, hace ahora justo 50 años, y así nos lo contó Jesús Hermida (¡qué buen periodista era!), y así lo vimos nosotros en una pantalla de televisión borrosa y en blanco y negro.

No obstante, mi abuela prefería creer la otra historia: la de un leñador que tenía que trabajar sin descanso para ganarse su mendrugo de pan, sin duda en unos tiempos de hambre y miseria. Y un día, que se le hizo de noche en el bosque, cargado con su pesado haz por una senda tortuosa, se sintió tan desgraciado y solo, que imploró a la Luna que se lo llevara: “¡Luna, llévame contigo!”, gritó con desesperación. Y la Luna entonces, maternal, descendió del cielo y lo envolvió con dulzura y se lo llevó para siempre. Por eso, no hay más que mirar la Luna llena y ver al leñador, eternamente con su haz a cuestas.

Yo, a la luz del descreimiento por causa del conocimiento, opino que la supuesta “conquista de la Luna”, cuyo cincuentenario se cumple ahora, fue un hito de la tecnología espacial de USA, no de la Humanidad, que aún continúa en gran medida con el culo al aire. Pero un logro mucho mayor sin lugar a dudas, y sí de la Humanidad, fue el descubrimiento de América por parte de unos hombres valientes que creyeron a un “iluminado” y se atrevieron a cruzar la mar océana en tres “cascarones de nuez”. Y para colmo de esa gigantesca empresa de dominación de nuevas tierras y pueblos, y de choques culturales, un hombre corriente, cuya figura no tiene que envidiar en nada a conquistadores míticos, como Carlomagno, se atrevió a plantar la ley en la corte del gran imperio Azteca, haciendo cesar los crímenes de los sacerdotes en honor de una “serpiente emplumada”. Después de eso, lo de pisar la Luna, un juego de niños.
©Joaquín Gómez Carrillo

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Cuentos del Rincón

Cuentos del Rincón es un proyecto de libro de cuentecillos en el cual he rescatado narraciones antiguas que provenían de la viva voz de la gente, y que estaban en riesgo de desaparición. Éstas corresponden a aquel tiempo en que por las noches, en las casas junto al fuego, cuando aún no existía la distracción de la radio ni el entoncemiento de la televisión, había que llenar las horas con historietas y chascarrillos, muchos con un fin didáctico y moralizante, pero todos quizá para evadirse de la cruda realidad.
Les anticipo aquí ocho de estos humildes "Cuentos del Rincón", que yo he fijado con la palabra escrita y puesto nombres a sus personajes, pero cuyo espíritu pertenece sólo al viento de la cultura:
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* Tres mil reales tengo en un cañar
* Zuro o maúro
* El testamento de Morinio Artéllez
* El hermano rico y el hermano pobre
* El labrador y el tejero
* La vaca del cura Chiquito
* La madre de los costales
* El grajo viejo
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Frases para la reflexión:

"SE CREYÓ LIBRE COMO UN PÁJARO, Y LUEGO SE SINTIÓ ALICAÍDO PORQUE NO PODÍA VOLAR"

"SE LAMÍA TANTO SUS PROPIAS HERIDAS, QUE SE LAS AGRANDABA"

"SI ALGUIEN ES CAPAZ DE MORIR POR UN IDEAL, POSIBLEMENTE SEA CAPAZ DE MATAR POR ÉL"

"SONRÍE SIEMPRE, PUES NUNCA SABES EN QUÉ MOMENTO SE VAN A ENAMORAR DE TI"

"SI HOY TE CREES CAPAZ DE HACER ALGO BUENO, HAZLO"

"NO SABÍA QUE ERA IMPOSIBLE Y LO HIZO"

"NO HAY PEOR FRACASO QUE EL NO HABERLO INTENTADO"