Árabes disfrutando el momento a la orilla del río Segura (Cieza) |
Más adelante verán por qué he puesto el título entre comillas; tiene su sentido. Pues esto va de anécdota. La vida a veces es divertida y, según como se mire, puede entenderse como un conjunto de anécdotas. La vida nos puede enseñar muchísimas cosas; solo hay que mirar y entender lo que sucede a nuestro alrededor. Y como a mí me gusta la observación de las cosas y de las personas, encuentro anécdotas muy llamativas e interesantes. Verán lo que les voy a contar:
Resulta que yo pondero mucho, y ustedes lo saben, el respeto por el entorno urbano (me disculparán si les tengo la cabeza como un bombo de tanto incidir sobre la limpieza de las calles, la recogida adecuada de las basuras en los puntos “negros” de los contenedores, el aseo y mantenimiento de parques y jardines, incluido, cómo no, el Paseo Ribereño, 20 años descuidado, etc.) Y bien sabe dios que machaco sobre el tema para ver si la gente va tomando nota y empieza esto a cambiar; pero nada, que si quieres a Ros, Catalina.
Resulta también que, como ya conocen por mis artículos de viajes, hay pueblos y ciudades que me llaman la atención por su limpieza, por sus métodos para la recogida de los residuos sólidos (las basuras, vaya), y por las buenas costumbres de sus habitantes, en cuanto a respetar los elementos ornamentales (arbolado, estatuas, mobiliario urbano…) Muchos de ustedes recordarán artículos míos sobre pueblos como los de Valle de Arán, conocido éste como la “Suiza española”; pues es muy cierto que sus núcleos urbanos no tienen nada que envidiar a los pueblecicos de los valles alpinos de Suiza; ¡una preciosidad, de bien arreglados y cuidados!
También en alguna ocasión les escribí sobre Oviedo. Para mí una de las ciudades con más encanto de España; ¡y ojo!, que no quiero dejar atrás San Sebastián, Segovia o Granada (¿saben ustedes que Granada es la única ciudad, cuyo símbolo está incluido en el escudo de España?) Tampoco pretendo pasar por alto la “joya imperial” de Toledo, la mimada por los Reyes Católicos, con un bellísimo casco histórico donde aparecen por doquier los símbolos del yugo y las flechas o el lema “monta tanto” de dichos monarcas (¡ah!, no vayan a creerse algunos listos que estos que nombro son símbolos franquistas; de eso nada. Franco lo copió todo de los Reyes Católicos, ¡hasta los billetes de mil pesetas!) Y no me olvido de Sevilla, con sus palacios y su río Gudalquivir, y su Maestranza, que el portero que la guardaba no me dejó asomarme al coso porque según me dijo estaba toreando el Maestro, “Dejam’usté asomarme una chispica”, le pedí de favor, y el hombre, terne: “No Zeñó, qu'está toreando er Maestro” (el maestro no era otro que Curro Romero, que le tenía más miedo al toro que a una nube de piedra). Bueno, Sevilla es tan chula, que su lema es un jeroglífico; como oyen; lo mismo que Cieza cuenta con lo de “Por pasar la puente…”, pues Sevilla tiene algo que hay que descifrar. ¡Emocionante!
Pero les decía que Oviedo es especial. Uno se siente realmente bien caminando bajo el arbolado del precioso Parque de San Francisco, o escuchando el campanilo de Cajastur, cuando a medio día, en lugar del Ángelus, toca el “Asturias patria querida”. Esta es una ciudad admirable, donde realmente debe dar gusto vivir.
También, alguna que otra vez, les escribí sobre La Coruña, señorial, con el ayuntamiento más bonito de España, en la hermosa Plaza de María Pita, la heroína local (la historia ha sido siempre injusta con las mujeres, pero excepcionalmente algunas figuras femeninas han sobresalido por sus valores y están ahí como símbolos importantes). A mí, La Coruña me fascina, por su casco histórico y por su entorno cuidado con esmero. Y por aquel conjunto escultórico de que les hablé una vez, que está junto a la preciosa “Casa de las Ciencias”, y que se trata de dos ancianos caminando con supremo esfuerzo para llegar, no se sabe si al final de la vida (siempre que he ido, me he quedado un buen rato mirando esta escultura, como si fuera el David de Miguel Ángel, o más).
Bueno, pues a lo que voy. En mi trabajo hablo con extranjeros de distintas razas y naciones. O con gentes de otras razas o credos, pero que son tan españolas como ustedes o como yo (no crean que todas las personas que llevan chilaba o pañuelo son extranjeras, de eso nada; hay un montonazo que ya son españolas). Y el otro día, hablando con una hondureña, voy y le pregunto si le gustaba Cieza. Entonces la señora me responde que no: “No me gusta Cieza; me gusta mi país”. Yo intento elogiar algo de aquí, como el río, los paisajes de la huerta, nuestro centro del pueblo… Pero nada, está en su derecho de no gustarle Cieza. Luego, hablando con otra señora de Uruguay, le pregunto lo mismo, por cruzar alguna palabra, y ella me dice que ha vivido cinco años en La Coruña y, claro, comparando, tampoco le gusta Cieza. Yo lo entiendo, ante La Coruña nos quedamos pequeñicos. Pero miren por dónde, le hago la misma pregunta a una señora árabe, que casualmente había vivido un par de años en Oviedo, ¿y saben qué me respondió? Que sí, que le encanta Cieza, “porque es como Marruecos”, dijo. Yo, para mis adentros, me dije entonces ‘ah, pijo’, así nos corre el pelo, “¡como Marruecos…!”
©Joaquín Gómez Carrillo
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