Postura de sol sobre el Maripinar (Cieza) |
Aunque el título no hace mucho honor a la verdad, desde un punto de vista poco científico y poco fiel a la realidad cósmica me he permitido mantenerlo para este artículo, que por cierto, hace ya el número 401 de la serie “El Pico de la Atalaya” (¡cuatrocientos artículos no son moco de pavo, qué barbaridad, cómo pasa el tiempo…!) Y he querido calificar este acontecimiento celeste como de un pequeño “fiasco” solo en función de las expectativas a nivel local. Porque como ya miramos al móvil más que al mundo real, se había divulgado por las redes sociales un vídeo, supuestamente informativo del eclipse, en el que se veía una Luna roja, de un rojo sangre, que iba a causar pavor con tan solo mirarla. Por otro lado, tampoco se habían quedado cortos los medios, incluido el telediario, en el que se anunciaba dicho eclipse total de luna y se daba una somera explicación didáctica de la causa que lo producía.
Mas, ¿qué pasó? Pues que a la hora de la verdad tuvimos que forzar mucho la vista para apreciar nuestro satélite, a un palmo del horizonte (por encima de Bolvax), levemente rojizo, de un rojo desvaído, y tras una molesta bruma de suciedad de la atmósfera, debida a la calima producida por estos calores rabiosos que estamos soportando; bruma que lo hacía casi invisible. O sea, que nuestro gozo en un pozo…
Claro, que habiéndonos ido a una zona apartada de la contaminación lumínica, por ejemplo, detrás de la Atalaya, quizá lo podríamos haber apreciado un poquico mejor. Pero aquí, en el pueblo, desde las azoteas, o desde el Paseo Ribereño, pos qué quieren que les diga, un fiasco de eclipse. Además, como ya lo sabemos todo y nos lo anuncian por la tele con antelación, pos no hay emoción ninguna. Nada que ver cuando estas cosas sucedían en la Edad Media y la gente vivía amedrentada por la Iglesia, que era la dueña del saber oficial y de la poca o la mucha ciencia que se dominaba, y el pueblo vivía sumido en las dosis de ignorancia que los clérigos administraban (fíjense, que al primero que se le ocurrió traducir la Biblia al inglés para que los creyentes pudieran leer la “palabra de Dios”, lo quemaron en la hoguera…)
¿Se imaginan los eclipses en la América precolombina, antes de que España sometiera las culturas del nuevo mundo, llevando lengua, ley, religión, enfermedades y esclavitud a sus gentes? ¿Se imaginan cómo reaccionarían aquellos pueblos, tan dejados de la mano de dios, ante semejantes fenómenos del cielo? Seguramente lo interpretarían como señales de la ira divina, la cual había que aplacar con sacrificios humanos de vírgenes (primero, los canallas de los sacerdotes, retenían a las muchachas durante un tiempo en los templos, para que les “sirvieran”, y luego las sacrificaban al dios, insaciable siempre de sangre inocente. En este asunto Hernán Cortés fue implacable: el que participara en sacrificios humanos, sería ahorcado en la plaza del pueblo, lo que ocasionó la primera rebelión azteca contra los conquistadores españoles, que tuvieron que salir por patas en la llamada “noche triste”).
¿Se imaginan también en Europa, hace siglos, cuando desde los púlpitos de los templos amenazaran a la feligresía con señales apocalípticas que iban a aparecer en determinadas fechas? Pues desde la época de los faraones hacia acá, ya se podían predecir los eclipses; otro asunto era que “los dueños del saber”, en cada cultura y en cada religión, mantuviesen bajo llave su ciencia cósmica y la utilizaran para dominar y manipular la fe de los pueblos (ahí tienen a Galileo, que si no se anda listo, lo queman en la hoguera por decir que la Tierra no era el ombligo del Sistema Solar, y, cuando ya se hubo retractado para salvar el pellejo, aún diría por lo bajini aquello de “eppur si muove”, sin embargo se mueve).
Y volviendo a lo que pudimos ver la otra noche en Cieza, la Luna, ensombrecida por nuestro propio planeta, que se interponía entre ella y el Sol, no goteaba sangre como habían prometido en el facebook, sino que apenas se vislumbraba algo rojiza por encima de la sierra de los Paredones. (Sepan que de todos los colores que componen la luz solar, que son los del arco iris, el rojo es el que tiene las ondas más corticas, por eso cuando un astro está semioculto, como ocurre en los eclipses, la radiación roja es la que menos se pierde y escapa por los bordes). Al mismo tiempo, era digno de ver el planeta Marte, ese en el que ahora han descubierto unos astrónomos italianos que hay un lago de agua subterráneo en uno de sus polos, como aquí bajo la Antártida, aunque yo no me fío mucho de los italianos, que son un poco marrulleros; pero bueno, bienvenida sea el agua, venga de donde venga; así cuando nos quiten el trasvase Tajo-Segura los políticos, por tozudez y estulticia, y casquen las desaladoras, siempre nos quedará una esperanza a los murcianos…)
Pues en relación con Marte, que es el cuarto planeta del Sistema Solar, resulta que cada quince o no sé cuántos años se acerca mucho a la Tierra (la tercera después de Mercurio y Venus), y, claro, se ve rojo como un tomate y hermoso. Ustedes, cuando miren al cielo por la noche, acuérdense de que el astro más luminoso es Venus (el “Lucero del alba”), el que le sigue en brillo es Júpiter, y el más rojizo siempre es Marte.
Así que, como les decía sobre el fiasco del eclipse, a falta de saciar nuestras expectativas con la pobre Luna, pudimos contemplar esa preciosidad que es Marte, el planeta que un día no lejano, pisará la raza humana y, dado lo lejos que queda para estar yendo y viniendo, se establecerán colonias y la gente vivirá allí como dios la encamine.
©Joaquín Gómez Carrillo
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