Manolo Montoliu, banderillero valenciano que se la jugó un día en la Maestranza y perdió la vida |
Muchas guerras han empezado en verano; sin ir más lejos la última que se libró en nuestra nación en la década de los treinta del siglo pasado, la cual, como muchos de ustedes no ignoran, constituyó la tragedia más grande de la historia de España, ya que éstas, las guerras civiles, no acaban nunca cuando cesan los combates en las trincheras. Y comienzo el artículo apuntando esta idea porque, el otro día, hablando con no recuerdo quién por la orilla del río, salió el tema y éste se extrañaba de que en el treinta y seis los españoles llegasen a luchar hermanos contra hermanos, ¡qué cosa más bárbara!, dijo. Yo le respondí que era sencillo: lo hicieron por odio. Se odiaban profundamente los unos a los otros. ¿Que cómo llegaron a esa estúpida situación? Ahí están lo libros.
Pero ya paso al asunto del que quería hablarles. Como saben, ha muerto un torero en el ruedo. Un chico joven. Le ha cogido el toro y ha tenido mala suerte. Cosa nada nueva, pues la lidia entraña mucho peligro y este muchacho no es el primero ni, por desgracia, será el último. Los matadores lo saben cuando se visten de luces y bajan a la arena. Se exponen. Se juegan la vida, y ellos son conscientes. Nadie mejor que ellos sabe lo peligroso que es un toro acosado. Pero aun así, les gusta el toreo. Aman esa profesión tan arriesgada, y no creo que sea por lucro, o no creo que sea solo por lucro. Pienso más bien que es pasión lo que sienten por ser los protagonistas de la llamada “fiesta nacional”, por establecer una lucha sangrienta con la fiera y vencerla. Algo así como el que se plantea subir al Everest –salvando las distancias– y llega a la cima. Para ambos –salvando mucho las distancias– el riesgo merece la pena. Pero algunos, desgraciadamente, no tienen suerte y caen en el camino. Yo, sin pretenderlo, he visto estos días en la tele la cogida de este pobre muchacho y he sentido estremecimiento. Hay mucha violencia en las imágenes. Un chico joven, con todo el futuro por delante, cae boca abajo corneado y comprende en ese instante que le ha matado el toro, como lo comprendió Paquirri en Pozoblanco. Es el final. Una lástima.
Ahora vienen las críticas indecentes, los despropósitos y hasta las palabras mal dichas. En las redes sociales, donde algunos, impúdicamente, publican todo lo que se les ocurre: desde asuntos íntimos, hasta sandeces y obscenidades, han pretendido utilizar esta desgracia para realizar comentarios ofensivos desde posiciones pretendidamente antitaurinas. Improcedente hacerlo de esa manera. No se puede realizar una defensa de los animales desde el ataque al ser humano. Antes que nada tenemos que ser personas y luego defender nuestras ideas. Primero respetar al prójimo y después expresar sin ira lo que pensamos. Sin embargo, se está sembrando cierto odio con los comentarios y aparecen en seguida los bandos: los que quieren de una forma radical que las cosas sean de una manera y los que pretenden de forma intransigente que sean de otra; sin términos medios; sin margen para el entendimiento. Así empiezan las guerras, sembrando odio.
Por mí pueden dejar las puertas abiertas de todas las plazas de toros. Solo una vez quise asomarme al ruedo de La Maestranza por ver su particular arquitectura y no me dejaron. “¡No ze pué entrá zeñó, porque está toreando er Maestro!”, me dijo el hombre uniformado que había en la puerta (el maestro, como ya les comenté en un artículo anterior, era Curro Romero, ese que le tenía más miedo al toro que a una nube de piedra). Yo no sé si entiendo bien que haya gente aficionada a ese espectáculo, pero desde luego se merece mi respeto. “Tiene que haber gente pa’tó”, como dijo aquel torero. Pero si no respetamos la forma de pensar de cada cual, entonces se hace insoportable la convivencia.
Ahora, que a veces se le da más publicidad y más importancia a unas muertes que a otras, es normal. El pobre muchacho que se cae de un andamio y se mata, rara vez sale en los telediarios. Y la pena es igual de grande, por él y para su familia; da lo mismo que uno encuentre la muerte en pos de gloria y fama y que el otro sea por necesidad de ganarse un curro de 800 euros al mes. Da lo mismo. Ambos tienen por delante su futuro vital y es una lástima que se queden en el camino. Pero así es la vida.
Sin embargo, no todos los antitaurinos tienen la mala educación de esos que han insultado por las redes sociales. Yo estoy en contra de que se torture a los animales, pero el respeto a las personas está por encima de todo. Pienso que si hay que sacrificar un perro, un carnero o un toro, se debe de hacer en condiciones dignas: en un matadero, sin que ello sirva de espectáculo. Y también creo que se puede llevar a cabo el toreo de forma incruenta, donde el público pueda disfrutar de la lidia sin sangre derramada y sin la obscenidad de la muerte.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 15/07/2016 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA"
Me ha emocionado está descripción tan emocional de mi estatua favorita!!
ResponderEliminarEs cierto, habla, y hasta consigue hacerte llorar,sólo hay que pararse y mirar sin prisas.
Es cierto, hay que tener suerte para envejecer juntos y agarradiños...
Un saludo.
Hola Nieves, parece que tu comentario perteneciera a otro artículo. No lo entiendo bien. En principio pienso que te puedes referir a un grupo escultórico de La Coruña, el cual describí en otro artículo.
EliminarUn saludo afectuoso.