Olivera milenaria en Ricote (protegida, menos mal) |
El otro día vi en un periódico franchute que en el país galo están comprando a precios astronómicos oliveras viejísimas (de varios siglos de edad; incluso milenarias) como si compraran obras de arte, como quien adquiere un tiziano o un rembrandt, ¡vamos! ¿Y saben ustedes de dónde las importan? De España, claro, porque en Italia y en la propia Francia han echado el cerrojo al expolio de un patrimonio de seres vivientes que en muchos casos datan de la época de las cruzadas, o de cuando el mismísimo Jesucristo andaba por el mundo.
Aquí, en cambio, somos el país de los listos, aquí se protegen unas cuantas matujas del monte, que si le pillan a uno con un manojico d’ajedrea de l’Atalaya pa echar una marrajica d’oliva se le cae el pelo, pero no protegen un valioso patrimonio viviente, con raíces culturales y etnológicas que se hunden en nuestra historia y que alcanzan a veces el imperio romano. Aquí el comercio de estos olivos históricos es libre y legal: arrancan impunemente los ejemplares, que en muchos casos ya habitaban nuestro suelo cuando los Reyes Católicos guerreaban para echar de España los últimos moros, y por un par de millones de pesetas cada árbol salen de nuestras fronteras; luego, multiplicando diez o quince veces más su precio, son plantados de nuevo en el jardín de una mansión de la Costa Azul o en la rotonda de una urbanización de lujo.
Yo creo que esto es algo más que un aviso a navegantes. Cieza mismo posé un indeterminado número de olivos centenarios; no sabemos cuántos ni de qué edades, pues nadie ha pensado nunca en contar y catalogar estos árboles, que como poco ya vivían cuando nacieron nuestros abuelos; y tal como campan a sus anchas los intermediarios del citado comercio, nuestros viejos olivares podrían estar en el punto de mira en un futuro no lejano.
¡Lo que nos faltaba! Cayó el pino Gómez, tiraron la casa del Mayorajo en la calle San Sebastián, hundieron el Teatro Borrás en el Paseo, construyeron pisos en el Solar de Doña Adela, medio destrozan las pinturas del Barranco de los Grajos, expolian el cementerio moro de Siyasa (yo estaba presente cuando los fémures rodaban terraplén abajo por la acción de piquetas inexpertas que hurgaban en las tumbas buscando no sé qué), y ahora podríamos quedarnos también sin nuestros viejos olivos (“Cuántos siglos de aceituna.../ Los pies y las manos presos.../ Sol a sol y luna a luna/ pesan sobre nuestros huesos”).
Forman parte de nuestro pasado reciente y no lo hemos de olvidar: venimos de arrancar esparto, de hacer lía y de coger oliva. Cuando el manantial de la Fuente del Ojo arrojaba un caudal de agua incontenible, que provenía del corazón calizo de la Sierra de Ascoy (inmenso recurso hídrico, patrimonio de los ciezanos, que décadas después esquilmarían con múltiples perforaciones del subsuelo, en el más claro ejemplo de actividad agrícola insostenible), cuando eso, digo, los olivares llegaban hasta el huerto de los frailes. Por entonces, y hasta no hace demasiadas décadas, el Molinico de la Huerta andaba día y noche, y tras mover su rueda, el agua iba a parar a la gran balsa redonda que había un poco más abajo; de allí partían kilómetros de regueras (yo tengo un plano de Cieza de 1924 y en él se ve una reguera que llegaba hasta el huerto de las monjas Claras, pasando por mitad de lo que ahora es la Plaza de España). A través de dicha red de conducción de agua, se regaban por rigurosa tanda los cientos de tahúllas de olivares que había en los alrededores de nuestro pueblo.
Es también por lo que Cieza siempre fue un pueblo almazarero (mi amigo Antonio Marín Oliver me señaló un día cuantas almazaras han habido en nuestro pueblo). Pero de todas ellas, las que había en la Cuesta del Chorrillo, en el Camino de Murcia, en la Plaza de los Carros, en la Cuesta del Río, en la Calle San Joaquín, en la Cuesta de Cosme..., de todas, la única con maquinaria eléctrica moderna fue la de los Mateos, en los bajos del Casino, dando a la calle Hontana. Allí molturaron su oliva para extraer el aceite muchos olivareros de Cieza; y en lo que ahora es la “Sala de Conferencias” del Museo Siyâsa, estaban las trojes donde los pequeños cosecheros, y clientes de la almazara, iban depositando su aceituna (todavía, pintada en el ladrillo moruno de su bóveda original se conserva la numeración de éstas).
De modo que ¡ojo!, no vengan ahora espabilados de los negocios y se lleven, para disfrute y ornamento de gente asquerosamente rica de otro país, nuestros troncos retorcidos (que “...No los levantó la nada/ ni el dinero ni el Señor,/ sino la tierra callada,/ el trabajo y el sudor...”), nuestras viejas oliveras que han alimentado durante varias generaciones el corazón de los ciezanos.
©Joaquín Gómez Carrillo
(Publicado el 09/11/2013 en el semanario de papel "EL MIRADOR DE CIEZA")
Joaquín, una buena y hermosa reflexión sobre la importancia de cuidar aquello que nos pertenece como patrimonio, como parte de nuestra historia y de nuestro sudor y nuestro trabajo.
ResponderEliminarEnhorabuena.
Un abrazo
Gracias por el comentario y por la sensibilidade que demuestra reconociendo que éste, como todos los pueblos, poseen una parte esencial que debería ser inalienable: todo lo que conforma nuestra historia y a través de ello tenemos por cierto de dónde venimos, todo lo que la naturaleza nos ha legado y debemos transmitir a las generaciones venideras, y todo lo que hemos conseguido como pueblo, con el trabajo, con el ingenio y con el sufrimiento de nuestros antepasados.
EliminarUn abrazo también.
Querido Joaquin, en esa misma sala abovedada del Museo Siyasa -antes almazara- tengo expuestas dos acuarelas de "la olivera gorda de Ricote" esa de mil años por lo menos, declarad árbol monumental. Esa seguro que no se la llevan de Ricote...
ResponderEliminarEstimado Pepe, me alegro de la coincidencia temática, tú con tus maravillosas acuarelas en el lugar perfecto: "la sala de trojes" de la vieja almazara, y yo recordando nuestras historia olivarera ciezana.
EliminarPienso que de alguna forma, alguien, en algún lugar, comprenderá que estos seres vivos con raíces en la antigüedad de los pueblos deben ser protegidos para que sigan ahí, viviendo, cuando nosotros no estemos.
Un saludo afectuoso.
No solamente se venden para replantarlas en otro lugar, lo peor es que se arrancan y se queman, así, impunemente, por capricho de su propietario.Lamentable que no se protejan por ley.
ResponderEliminar.
Estoy convencido de que urge una ley que proteja a todos los árboles longevos, entre ellos las oliveras. No se puede echar a la lumbre impunemente un olivo que lleve siglos dando fruto y beneficiando a las generaciones con las bondades de su aceite. Ni llevárselo allende las fronteras por puro lucro de particulares.
EliminarGracias Pedro Diego por el comentario.