Paseo Ribereño y pandemia Covi-19 (fotografía de Fernando Galindo) |
Bueno, el pobre Copérnico murió sin que le hicieran mucho caso, pero su «sistema heliocéntrico» o «sistema copernicano» sería astronómicamente el verdadero con el tiempo. También apareció después Galileo, en el siglo XVII, diciendo que Copérnico tenía razón y que la Tierra era un planetica mediano que daba vueltas al Sol. Y a Galileo sí que le pusieron en Roma las peras a cuarto, ¡vamos que lo querían quemar vivo! («¡a la hoguera con él, por blasfemo!»); así que el pobre tuvo que retractarse ante el tribunal de la santa inquisición y decir «Diego» donde había dicho «digo» (eso hoy en día lo hacen los políticos a las tres menos dos y no pasa nada). Pero de Galileo hacia acá ha llovido mucho, y se conocen cada vez más cosas de este universo ¡ilimitado! que nos rodea, sobre todo sabemos que no somos más que unas pulguitas insignificantes en un bonito planeta que gira alrededor de una estrella cualquiera en una preciosa galaxia con forma espiral.
¿Por qué les digo estas cosas? Porque nosotros, como pulguitas inquietas que andan siempre peleándose unas con otras y tomando partido y haciendo guerras y matándose y contaminando los mares y la atmósfera, nacemos, vivimos y morimos, en esta gran nave espacial que es el planeta Tierra, que no para de girar y desplazarse a velocidades espantosas; por ejemplo, su vuelta completa en 24 horas, la hace a una velocidad de más de 1.600 km/h, que ya es correr (en la aviación comercial, únicamente el Concorde, ¿se acuerdan?, volaba a una velocidad por encima de los 2.000 km/h, vamos que almorzabas en París, te subías al Concorde y cuando llegabas a Nueva York tenías que almorzar otra vez). Pero eso no es nada, porque esta nave-planeta y casa nuestra, como saben, y muy bien dijo el cura Copérnico, que escribiera un libro llamado «De revolutionibus orbium coelestium», o sea, ¡todo patas arriba!, pero estando muy malico pa morirse, pudo llegar a verlo impreso, y todo corregido y enmendado al gusto religioso del la Iglesia, ¡pobre! Pues como afirmó el polaco, esta nave da vueltecicas al Sol («eppur si muove» que dijera el jodío de Galileo por lo bajini cuando ya se vio libre de la quema: «¡sin embargo, se mueve!». ¿Y a qué velocidad se mueve? Pues si tarda 365 días en recorrer su órbita, y sabemos que esta tiene más de 900 millones de kilómetros (¡se va en ca dios a dar la vuelta!), echen un cálculo; pues corre que se las pela, a más de 107.000 km/h (no hay artilugio humano que pueda igualar eso).
Dicho todo esto, se imaginan lo que hemos viajado cada uno desde que nacemos. Porque además, el Sol también viaja por el espacio interestelar de la galaxia, que ya saben ustedes que es la Vía Láctea. (Nosotros, como estamos en un brazo de la hélice, o sea en las «afueras», en un «barrio galáctico», cuando miramos al cielo por la noche y vemos el Camino de Santiago cuajado de trillones de estrellas, ese es el cuerpo central de nuestra galaxia, que la vemos de canto.) Es más, las galaxias no están quietas y también viajan por el espacio intergaláctico. ¡Todo se mueve!, y nosotros montados en esta nave, en este planeta maravilloso, que Tolomeo y la Iglesia creyeron de forma errónea que era el centro de todo, el ombligo del universo, y que todo giraba a su alrededor.
Mi padre, cercano a los 97 años, ¿cuánto habrá viajado por el universo? Porque no es solo la suma de los millones de kilómetros recorridos cada año de su vida, sino que al mismo tiempo se ha ido desplazando con el sistema solar y, a su vez, con la Vía Láctea. Nadie, desde que nace, vuelve jamás al mismo punto de partida. Nuestra vida es un viaje. Escribió Jorge Manrique: «Partimos cuando nacemos, andamos mientras vivimos…» (pero él se refería a otra cosa: «Este mundo es el camino para el otro que es morada sin pesar, mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar…»).
En realidad no tenemos ni idea de la distancia recorrida desde que venimos al mundo; y todos juntos siempre, blancos y negros, payos y gitanos, liberales y conservadores; todos en la misma «nave» haciendo kilómetros por la vastedad infinita del universo, alejándonos siempre de aquel punto primigenio de la gran explosión, el Big Bang, según explican muy bien Asimov y Hawking.
Miro a mi padre y veo a un ser lúcido, pleno de experiencias, aunque un tanto cansado de viajar, más que por el mundo, por las estrellas. Es nuestro destino viajero de la vida.
©Joaquín Gómez Carrillo
Antonio Machado decía:"Caminante no hay camino, sino estelas en la mar. Caminante no hay camino, se hace camino al andar" Buen viaje en ese camino estelar y que tu padre, aunque cansado, te acompañe mucho tiempo en ese caminar. Un abrazo, Joaquín.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, estimado lector anónimo.
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