Portada del libro en el que participan 10 autores, año 2008
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(Relato)
A Paco el Libra,
quien sabía otros oficios que arrancar esparto.
Hacia el norte de los Bancales Largos, por donde encañona el cierzo en diciembre haciendo rodar los salicornios, cae el Ramel, un manchurrón verde a vista de pájaro en la llanura parda de los barbechos. Luego, rompiendo la huida de los surcos paralelos, columbramos aquí y allá algunos pinos añosos y destartalados, sometidos a las impiedades de la meteorología, en cuyas ramas se acurrucan las aves piando al anochecer; mientras que, alineados en los ribazos y aun en los márgenes del carril de la vieja Casa de las Ánimas, todavía hoy se pueden ver oscuros mochones de almendros y viejas higueras con el tronco seco que resisten como pueden el paso implacable de las estaciones. Y lejos, en los bordes del horizonte, casi azules emergen algunas montañas, como la Sierra Pelá o el pico enhiesto del Almorchón.
A Paco el Libra,
quien sabía otros oficios que arrancar esparto.
Hacia el norte de los Bancales Largos, por donde encañona el cierzo en diciembre haciendo rodar los salicornios, cae el Ramel, un manchurrón verde a vista de pájaro en la llanura parda de los barbechos. Luego, rompiendo la huida de los surcos paralelos, columbramos aquí y allá algunos pinos añosos y destartalados, sometidos a las impiedades de la meteorología, en cuyas ramas se acurrucan las aves piando al anochecer; mientras que, alineados en los ribazos y aun en los márgenes del carril de la vieja Casa de las Ánimas, todavía hoy se pueden ver oscuros mochones de almendros y viejas higueras con el tronco seco que resisten como pueden el paso implacable de las estaciones. Y lejos, en los bordes del horizonte, casi azules emergen algunas montañas, como la Sierra Pelá o el pico enhiesto del Almorchón.
El Ramel siempre han dicho que era tierra de nadie. En el Ramel, en otro tiempo, sesteaban los ganados en verano durante las horas de bochorno y anidaban sus polladas las perdices entre la maleza. Y allí fue también donde a finales de los años cincuenta, según parece, tuvo lugar el extraño suceso de un joven piloto que, al atardecer de un día de tormenta, se salvó saltando en paracaídas de su avión en llamas; hecho éste, sin embargo, jamás publicado en la prensa de la provincia ni reconocido o aclarado por parte de las autoridades responsables, quienes aún en la actualidad han negado cualquier información al respecto e impedido toda consulta en sus archivos. De tal manera que no podemos tener la certeza absoluta de si esto llegó a ocurrir o no en realidad, pero que yo, casi siempre con humilde vocación de oyente de la vida, ni confirmo ni me atrevo a poner en duda cuando Perico de las Ánimas, nonagenario recién estrenado y con el billete de vuelta de este barrio presto siempre en la mano, me lo refiere en voz baja, como se cuentan los secretos y las confidencias amistosas, sentado en una bancada de piedra de la Plaza Mayor y con la vista prendida del recuerdo.
De manera que, picado de la curiosidad y pasmado por la evidencia de su relato lúcido, que Perico conserva grabado en su mente como si todo hubiera ocurrido ayer, casi me emociona el adivinar quién fue aquel muchacho alto y rubio de ojos azules, aquel piloto al que Perico y la Eusebia ayudaron a desenredar las cintas de seda del paracaídas, subieron después a la burra aparejada con el serón, pues se había torcido un tobillo y no podía caminar bien, y cuidaron de él aquella noche dándole de cenar lo mejor que tenían, a la luz de un candil de aceite en la Casa de las Ánimas y ante la presencia expectante de los cuatro zagales pequeños. Pero cuando ahora voy a desvelar de quién se trataba, el anciano hace un gesto repentino y, con su dedo índice de sarmiento, amarilloso de nicotina del cigarro, me indica sellar los labios; así que le miro, obedezco y guardo silencio.
¡Eso no se pue decí!, me advierte él con urgencia. Aunque según pienso, de aquello hace la friolera de cuarenta y siete o cuarenta y ocho años, por lo que ya debería estar desclasificado cualquier secreto militar o civil, si es que lo ha habido alguna vez.
Entonces Perico de las Ánimas se va de una cosa a otra en la conversación, y se vicia en contarme una vez más algunas peripecias aisladas de su vida, algunos episodios que yo ya me sé de memoria y que él me repite día tras día emocionado, como si siempre me los refiriese por primera vez; con los cuales, mal que bien, voy organizando poco a poco el puzle de sus recuerdos.
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(Continúa)
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